Púgiles de hojalata
«Me pregunto por qué el Gobierno de Pedro Sánchez sigue en pie pese a esta sensación constante de que ‘así no se hacen las cosas’ que recorre nuestro país»
México nos mandó a Paulina Rubio, nosotros le mandamos a Ada Colau. Estamos en paz. El miércoles cogí un tren a las 18.00 h. en Atocha y llegué a Sevilla a las 23.45 h. Volvemos a la diligencia. Por cierto, hace años que no pruebo el bourbon. Recuerdo, nubosamente, que me gustaba. No soy hombre de beber en cifras impares. Dicen los cursis que recordar es pasar por dos veces por el corazón. Son etimologías imaginativas. La realidad nunca es tan poética.
Para dar un directo de derecha hay que deslizar el puño levemente, hacia el final del golpe, alargando el impacto con el nudillo, haciéndolo profundo. No como un gato cazando luces en el salón, sino como un cuchillo que corta los últimos nervios de la carne. La política actual se mueve plácidamente en mitad del ring, jabeando, marcando la distancia, sin exponerse. Es una danza predecible. Un juego infantil. Púgiles de hojalata.
Lo que está pasando en Renfe, por ejemplo, hace diez años, hubiera incendiado a la opinión pública. «Opinión pública» suena ya tan viejo como teletexto o sifonier. Coger un tren se ha convertido en una experiencia impredecible, como pedir chupitos en un karaoke o ir de tranquis a un 100 Montaditos. El miércoles, en el tren, todos se acordaban de Óscar Puente. Cada pasajero soltaba su frase, como si aquella parada en mitad de ningún sitio estuviera guionizada. «Esto en el Falcon no pasa», «el mejor momento del tren en España, dice el amigo», «que me haga un bizum Puente para pagarme la entrada del concierto al que ya no llego ni muerta». Uno cuando llegamos dijo: «Pues se me ha hecho corto». Y fuimos saliendo en silencio con un enfado cansado.
Llegué a casa y, como no estoy bien de la cabeza, mientras me tomaba un Colacao con Corn Flakes a las 00:15, que estaba sin comer y ya todo me da igual, busqué la entrevista que le hicieron a Óscar Puente en el 59 Segundos de La 1. De todo lo que dijo, más o menos dentro de lo esperado, apunté la siguiente frase: «Tenemos todavía algunos meses que vamos a sufrir, seguramente tengamos incidencias, y algunas de ellas serán graves». Y ya. Así. Como quien te dice en el ascensor que hoy hace biruji. La indignación encumbró a Podemos, inventó a Alvise y paga algunas facturillas de Elon Musk gracias al uso de X. Me pregunto por qué Óscar Puente en particular y, en general, el Gobierno de Pedro Sánchez, sigue en pie pese a esta sensación constante de que «así no se hacen las cosas» que recorre nuestro país.
Estoy por pedir disculpas por la conquista de América. Mientras escribo esto, veo que Izquierda Unida ha lanzado un comunicado que dice: «España tiene la obligación de hacer autocrítica y reconocer los horrores y errores de la conquista y la colonización no de México, la de toda América y todo el planeta. Eso solo mejorará las relaciones con estos pueblos hermanos, y no hacerlo no los borra de la historia. Por ahora, solo es una asignatura pendiente, pero el mundo entero lo sabe». Lo peor del comentario es, sin duda, ese horrores y errores, ese pequeño artificio poético, esa puntada literaria y cacofónica del camarada redactor. Sin duda, un manifiesto preciso y precioso (se la devuelvo a IU).
«El país, por más música de fondo que le ponga la infatigable orquesta presidencial, está parado y enfrentado contra sí mismo»
Vivimos días extraños. El país, por más música de fondo que le ponga la infatigable orquesta presidencial, está parado y enfrentado contra sí mismo. Parece que pasan cosas, pero no sucede nada. Los trenes se paran, las viviendas son inasequibles, Esther Peña dice cosas en público que a mí me daría vergüenza hasta decir en privado.
Hay trazas de cainismo en nuestra convivencia. Las instituciones son arquitecturas de merengue. Pero todo sigue como si nada. Leñazos en el bar del AVE. Diputados diciendo que las críticas a Pedro Sánchez son por «envidia asquerosa» por «lo bueno que está». Hay días en los que pongo las tertulias radiofónicas y pienso: «¿Qué ha pasado aquí?». Qué nos ha traído hasta este instante de carcoma intelectual y de políticas endebles.
Somos un remedo de la Italia noventera, pero con una televisión más aburrida y los espaguetis demasiado blandos. «Gobernar no consiste en solucionar problemas, sino en hacer callar a los que los provocan», dijo Giulio Andreotti. Quizá sólo estamos cansados. Del ruido, de las excusas, del manido, manidísimo, rollo ese del relato. Quizá nos levantamos demasiado pronto y nos acostamos demasiado tarde. Quizá ya no tenemos fuerzas ni para estar indignados. Juntar un puñado de palabras. Echar una cabezada en el tren para que las horas pasen más rápido.