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José García Domínguez

Alvise Pérez, 'in memoriam'

«Si bien cabe apelar a algunos precedentes como Ruiz Mateos o Mario Conde, Alvise presenta rasgos específicos que lo dotan de una singularidad única»

Opinión
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Alvise Pérez, ‘in memoriam’

Alejandra Svriz

Cierto Luis Pérez Fernández, más conocido por el nombre artístico de Alvise Pérez, está llamado ya a ocupar una pequeña nota a pie de página en la gran enciclopedia histórica de la picaresca política española de todos los tiempos. Hazaña biográfica que no deja de tener su mérito cuando, como resulta ser el caso, estamos hablando de un buscavidas salido de la nada que, con el auxilio de muy poco más que un teléfono móvil y un rostro de cemento armado, logró hacerse con una jugosa nómina en el Parlamento Europeo. Muchos y muy variados fueron los clones de Pérez Fernández que, a raíz de la súbita bancarrota de legitimidad que sufrieron los dos grandes partidos del sistema tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, en 2008, buscaron atrapar al vuelo algún cargo público bien remunerado en medio de la tormenta. 

Ya fuera en aquel chiringuito pionero de Rosa Díez, UPyD, ya en las otras marcas oportunistas alumbradas a base de promesas regeneracionistas que aterrizaron al mercado poco después, así Podemos, Ciudadanos o Vox, la última en irrumpir en escena. Pero entre toda aquella famélica legión de avispados pescadores en río revuelto, sin duda, el más audaz de todos fue, y con diferencia, el mentado Pérez. Porque si bien cabe apelar a algunos precedentes más o menos emparentados con el suyo en la vida política posterior a la Transición, y me vienen a la cabeza los nombres de José María Ruiz Mateos o el de Mario Conde, lo del montaje de Alvise presenta unos rasgos específicos que lo dotan de una singularidad única

Y no tanto por el hecho de que, a diferencia de esas otras dos figuras citadas, Pérez fuese un perfecto don nadie en el instante de intentar dar el salto a la vida pública, sino por  el muy peculiar y novedoso cuadro psicológico que presentan los ochocientos mil adictos compulsivos a las redes sociales cuya asombrosa ingenuidad supo instrumentalizar para hacerse con el escaño en Bruselas. Pues, a fin de cuentas, en el sorprendente fenómeno político que responde por Se Acabó la Fiesta, la figura rocambolesca de Alvise no deja de encarnar la simple anécdota, mientras que la genuina categoría corresponde a toda esa gente anónima que ha comprado su moto y le ha votado

«Donald Trump y Alvise Pérez tienen en común el ofrecer a sus respectivos públicos potenciales abundantes dosis gratuitas de droga dura»

¿Qué es lo que tienen en común Donald Trump, el multimillonario neoyorquino que bien pronto puede revalidar la condición de hombre más poderoso del mundo, y Luis Pérez Fernández, ilustre robaperas sevillano que acaba de verse pillado por el carrito del helado en un mangoneo cutre de maletines fiscalmente opacos? No, por supuesto, algo parecido a un programa político, material que Trump -a diferencia de Pérez-  sí posee, sino el ofrecer a sus respectivos públicos potenciales abundantes dosis gratuitas de droga dura. Todos los demás proponen bajar o subir los impuestos, aumentar o disminuir el gasto social y otras convenciones rutinarias por el estilo. Donald y Pérez, en cambio, brindan un mismo plato fuerte, el que siempre resulta irresistible para sus auditorios: la promesa solemne de humillar y destronar a los poderosos del establishment si llegan a la cumbre. 

Una categoría de malvados, esa, que ambos identifican con los políticos profesionales, la fuente última de todos los males de la humanidad, según su común diagnóstico. Alvise regalaba (procede hablar ya de él en pasado) Prozac antisistema, sin receta y sin límites, en cantidades industriales, a su devota feligresía virtual de las redes. Una sustancia en extremo adictiva, por cierto. He ahí la fórmula secreta de su éxito. Y, a imagen y semejanza de su modelo a imitar, también ha incurrido en la suprema audacia crepuscular de justificarse ante la clientela por la burla al fisco con el argumento de que tú también lo habrías hecho si pudieras. El XXI va camino de ser recordado como el siglo de la ira. Y el hábitat natural en el que hoy nace, crece, se reproduce y nunca muere la ira de las nuevas masas invisibles son las redes sociales. Tal vez la fulgurante carrera institucional de ese pillo haya llegado a su fin. Pero el próximo Alvise ya se debe de estar incubando ahora mismo en los albañales de Internet. Seguro.

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