THE OBJECTIVE
José Luis Pardo

¿Por qué sí te callas?

«Lo que mantiene vivas las democracias es la firme voluntad de conservarlas, esa voluntad que hoy exhiben los venezolanos que se resisten al despotismo»

Opinión
10 comentarios
¿Por qué sí te callas?

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. | Ilustración de alejandra Svriz

Aunque en los últimos meses el debate ha arreciado, ya desde mucho antes de llegar al poder ejecutivo quienes hoy nos gobiernan y sus aliados vienen quejándose de que en España se habla demasiado de Venezuela. Una queja injusta, porque de Venezuela siempre merece la pena hablar, e incorrecta, porque no es Venezuela como país lo que forma parte de la discusión pública española, sino el régimen autocrático del que Hugo Chávez sentó las bases y que Nicolás Maduro ha llevado hasta sus últimas consecuencias; aunque, como sucede con este tipo de regímenes, su vocación totalitaria pretenda que confundamos Venezuela con lo que de ella ha hecho el chavismo.

En cualquier caso, no deja de ser cierto que, desde comienzos de este siglo, hablamos más del populismo venezolano que de otros no muy distintos existentes en América y en otras partes del mundo, y que la sombra del chavismo planea como un fantasma sobre la política española de un modo aparentemente intempestivo (¿qué tiene que ver la coyuntura venezolana con la española?) e incluso se adhiere inoportunamente, como un ingrediente pegajoso y discordante, a conversaciones a las que se diría que no está llamado.

Pero lo más injusto de todo es que quienes se quejan de esa sobrepresencia fantasmal la atribuyan a la mala fe de sus adversarios políticos: cuando el sanchismo estaba en la oposición, se acusaba a Rajoy de «exagerar lo de Venezuela», y ahora que está en el gobierno se reprocha a la oposición hacer un uso oportunista de esa sombra como munición para la bronca política nacional. Porque hay que estar ciego (o fingirlo) para no recordar quiénes fueron los que trajeron a la conversación pública española este asunto —no «Venezuela», sino el socialismo bolivariano del siglo XXI— y lo convirtieron en proyectil dialéctico. Me refiero, por supuesto, al núcleo fundacional de Podemos que, para empezar desde sus trincheras universitarias, fungió como el más entusiasta propagandista de aquel régimen, seguro de haber encontrado en «El Comandante» el remake posmoderno del sueño cubano, del que dicho núcleo nunca ha llegado a despertar, aunque lo completaron con el neoperonismo de los Kirschner.

Algunos recordarán que —para estupor de la comunidad académica venezolana, que conocía de cerca sus maneras— Hugo Chávez recibió de manos del Rector de la Universidad Complutense la medalla internacional de esta institución en 2004. Menudo revuelo se organizaba entre el personal administrativo de la universidad —poco acostumbrado a recibir llamadas de jefes de Estado— cuando, de buena mañana, el arañero de Sabaneta telefoneaba para felicitar personalmente a los profesores que le habían defendido con ardor en algún debate televisivo. Al poco tiempo, algunos de esos profesores ocupaban, entre otras cosas, lujosos despachos en el Palacio de Miraflores, no muy lejos del presidente.

Y poco después se establecieron en las Cortes Generales, en donde pudo escucharse a todo un doctor en sociología alabar al régimen chavista por dar de comer tres veces al día a sus súbditos (lo que entonces no impresionaba en exceso a los diputados del PNV, cuyo partido da de comer cuatro veces diarias a los vascos, y con estrellas Michelin, ni tampoco a los nacionalistas catalanes, en cuyos oídos resonaba aún la advertencia lanzada por Jordi Pujol a quienes coqueteaban con el sandinismo nicaragüense: «¡O Bruselas, o Managua!»).

«Seguimos sin explicarnos el misterio del cónclave que reunió en Barajas a Delcy Rodríguez con un ministro y un empresario»

Y aunque era para preocuparse que varios millones de personas inflasen con sus votos las depauperadas filas del comunismo aparentemente residual, daba la impresión de que los diputados del PSOE miraban a estos jóvenes estudiosos como si estuvieran contemplando una vieja foto de su propia y candorosa juventud, durante la que enarbolaban pancartas con la efigie de Che Guevara, con la seguridad de que su enfermedad se curaría pronto, como el acné o el sarampión. Parecía, en suma, que nadie más que estos revolucionarios de salón se tomaba en serio el chavismo (o el peronismo) como una alternativa de futuro para nuestro país sino que, al contrario, casi todo el mundo aplaudía, aunque fuese para sus adentros, el «¿Por qué no te callas?» del rey emérito en 2007. Pero no era verdad.

Cuando hoy vemos (pero no escuchamos) al expresidente socialista de España, al que entonces interrumpía sin parar Chávez, frecuentar asiduamente a los miembros del Gobierno bolivariano, en sus labores de «mediación» y «apaciguamiento» del populismo internacional y sus aliados globales; cuando le recordamos ejerciendo esas mismas labores con los populismos locales (Podemos, separatistas vascos y catalanes), cuya bolsa de votantes alimentó hasta saciarla; cuando comprendemos que fueron esas piadosas labores las que primero incendiaron Cataluña y luego envenenaron la convivencia civil de todos los españoles en una división en todos los sentidos empobrecedora; cuando seguimos sin explicarnos el misterio del cónclave que reunió en Barajas en 2020 a Delcy Rodríguez con un aizkolari, un ministro y un empresario; cuando observamos el modo en que la actual dirección del PSOE ha engullido enteramente el discurso de todos esos populistas a los que aspiraba a pastorear, asumiendo sin inmutarse hasta la última de sus inverosímiles consignas.

Cuando constatamos que los medios digitales que divulgaban esas consignas han quedado obsoletos porque ahora se propagan en los periódicos «de verdad» (que por tanto se han vuelto más bien de mentira); cuando experimentamos las funestas consecuencias del ataque del Poder Ejecutivo a la separación de poderes y de la colonización partidista de las instituciones públicas; cuando las vergonzosas palabras de un dictador calificando de peligrosos ultraderechistas a Edmundo González, María Corina Machado y todos los demócratas a quienes ha robado las elecciones iluminan con su triste halo el sentido de las acusaciones que nuestro gobierno dedica cada día a quienes discrepan de sus políticas; cuando pensamos en todo esto, ¿cómo no vamos a sentir entre nosotros la sombra del fantasma del chavismo, por muy incongruente que aparentemente sea con respecto a nuestra situación histórica y geopolítica?

Por supuesto, España no es Venezuela y Pedro Sánchez no es Nicolás Maduro. Pero padecemos el mismo síndrome que hace tantos años denunciaba Mario Vargas Llosa en polémica con Günther Grass, aunque al revés. En aquella ocasión, Vargas Llosa defendía a los países latinoamericanos del inmerecido desprecio al que les sometían los europeos al no considerarlos merecedores de una verdadera democracia y condenarlos a padecer regímenes totalitarios, como si lo que era malo para nosotros fuera bueno para ellos. El mismo falso orgullo con el que nos infatuamos de nuestra inquebrantable superioridad europea nos inclina hoy a confiar en que, por mucho que se deterioren nuestras instituciones democráticas, nunca llegarán a degenerar hasta convertirse en tiranías, porque nosotros no somos latinoamericanos.

«El fantasma de la autocracia no es patrimonio de ningún país o región del mundo, sino una tentación y una advertencia permanente»

Pero se nos olvida que no es nuestra presunta superioridad cultural lo que mantiene vivas las democracias, sino únicamente la firme y decidida voluntad política de conservarlas y fortalecerlas, esa voluntad que hoy exhiben los venezolanos que se resisten al despotismo con un coraje y un grado de convicción bastante mayores que los nuestros. El fantasma de la autocracia no es patrimonio de ningún país o región del mundo, sino una tentación y una advertencia permanente.

De modo que, bien pensado, hemos hablado aún demasiado poco del populismo chavista. Un poco más de ilustración sobre el asunto nos vendría muy bien para valorar mejor y apoyar más los esfuerzos de los venezolanos en favor de la democracia: no se puede persuadir de que los fantasmas no existen a quien ve día tras día cómo se llevan a sus hijos y les arrancan su futuro; y también nos serviría para calibrar con más precisión nuestra propia coyuntura y medir la consistencia del fantasma. Hasta que podamos afirmar con toda seguridad haberlo enterrado, a todo aquel que, con pleno conocimiento del espectro, persista en su silencio, habría que preguntarle: ¿Por qué sí te callas?

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D