THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

Un ciudadano ejemplar

«La indignación es una extensión de la inteligencia y no el músculo blando de los prejuicios, de la amargura y de la pereza»

Opinión
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Un ciudadano ejemplar

Un plano aéreo de la ciudad de Córdoba. | Lito Lizana (Zuma Press)

Dijo anoche el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, en una conversación junto a Juan José Millás en Cosmopoética: «Prefiero a un malo que a un tonto… porque los malos, de vez en cuando, descansan…». Se me vino algún nombre a la cabeza.

Tiene que haber un punto intermedio entre el ciudadano comprometido y el ciudadano amargado. Lo pienso paseando por Córdoba, mi ciudad. Me acabo de cruzar con uno de esos activistas twitteros ideologizados que van haciendo fotos a las baldosas rotas, a las bibliotecas vacías o a los coches aparcados en el carril bici.

Cuando digo ideologizado no digo que tenga ideología, que me parece algo saludable, sino que es la ideología la que lo tiene a él. Como el simbionte Venom tiene al humano y no el humano tiene el disfraz de simbionte, digamos. Es decir, que cada palabra, cada imagen y cada reflexión de este ciudadano cumple, con milagroso escrúpulo, el dictado de un partido político. Uno en particular, en su caso.

Este ciudadano no duda. No comprende. No escucha. Y todo lo que dice es para atacar a unos, toque a quien toque por delante, y para defender a los otros; seres de luz que ahora no gobiernan, pero que sí gobernaron no hace mucho. Un periodo glaciar en el que el ciudadano comprometido criticó, oh bondad graciosa, a la oposición, y no al que firmaba los contratos.

Yo estoy a favor de que los vecinos se impliquen en la cotidianidad de sus ciudades, pero siempre me ha dado un poco de repeluco la policía ciudadana. Son una herramienta útil para los partidos y, para el resto de espectadores, una especie de grafiteros torpes y morales que todo lo tapan con sus pinturas de colores y sus firmas gruesas. Los hay en todos los bandos. Me leen y se le vienen algunos nombres a la cabeza. Son trasversales, son infatigables y son profundamente jartibles.

«Como no piensan, se dedican a la propaganda. Y, como no comprenden, quieren que nadie comprenda nada»

Como trabajan a conveniencia, suelen llevar a la hipérbole cualquier situación que podría ser discutida. Como no construyen, viven de las ruinas ajenas. Como no piensan, se dedican a la propaganda. Y, como no comprenden, quieren que nadie comprenda nada. Felices en la oscuridad. La ciudad, a través de sus ojos, es poco más que una arquitectura siniestra llena de sinvergüenzas, mentecatos y gente que hace mal su trabajo.

A mí me amargan, porque los conozco desde chiquitito. Son los que piden la palabra en la asamblea, los que se hacen con el micro tras los recitales poéticos para hacer más que reflexiones, preguntas, son los que mandan cartas al director, con inquietante periodicidad; eran los que firmaban en changepuntoorg y los que en Facebook se quedan a gusto en las publicaciones ajenas. Son los que comentan las noticias en las ediciones digitales de los periódicos. Son los que creen que, si la ciudad avanza, lo hace gracias a ellos.

Pero cuánto daño hacen muchos de estos paladines intrascendentes. Cómo envenenan, desmoralizan y malmeten. Cómo mienten, manipulan y amoldan la realidad a sus prejuicios. Cómo opinan sin saber y callan lo que sí saben. Son como torrentes de la queja vecinal. Son como faris apatrullando la ciudad en busca de defectos para así buscar, en su pequeño grupo, el gran aplauso. Les va bien cuando las cosas les van mal. Y viven del fracaso como los mosquitos de la sangre o Lorna del Papichulo.

Pues con uno así me crucé. E hizo como que no me vio. Y yo hice todo para que supiera que yo sí lo había visto. Pero no me paré. Porque ya tengo una edad. «Es como lavarle la cabeza a un burro», decía a mi abuela, cuando se negaba a discutir con personas con las que, sabía, no iba a poder llegar a ningún acuerdo. Y, aunque, yo no tengo nada que ocultar, aunque la crítica siempre es bienvenida, sí que creo que a las pegas hay que exigirles algo de concreción, algo de honestidad y, por qué no, unas pizquitas de humanidad.

«Una ciudadanía que quiere el progreso de su municipio es una ciudadanía constructiva, generosa y reflexiva»

Una ciudadanía útil es una ciudadanía informada. Una ciudadanía que quiere el progreso de su municipio es una ciudadanía constructiva, generosa y reflexiva. Esta gente está a otra cosa. De los que fueron al cine a ver Titanic no por la historia de amor, sino para ver cómo se hundía el barco.

Un saludo, compañero. Hay personas que ayudan a subir y personas que ayudan a bajar. Hay personas que respetan a su ciudad y lo hacen con información, con hondura y con alternativas. La indignación es una extensión de la inteligencia y no el músculo blando de los prejuicios, de la amargura y de la pereza.

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