¿Desconectados de la realidad?
«La desconexión de las élites, bajo la capa de la esclerosis burocrática, resume muchos males de nuestro tiempo: un despotismo más autoritario que ilustrado»
El profesor Branko Milanović, experto mundial en desigualdad, se preguntaba este fin de semana en la red social X hasta qué punto la narrativa dominante en Occidente no empieza a asemejarse a la que imperaba en la URSS en los últimos años del Telón de Acero. «En ambos casos –señalaba–, las palabras han perdido toda conexión con la realidad». Es algo sobre lo que podemos meditar: que la verdad y la mentira empiecen a confundirse y a hacerse indistinguibles resulta preocupante. Primero hizo su trabajo el relativismo, que niega la propia existencia de la verdad abriendo el camino al cinismo y, a continuación, llegaron el nihilismo y la destrucción. El comunismo cayó cuando la ficción ya no pudo sostenerse más y la realidad, requisito de la vida, se impuso y exigió su lugar. Lo que quedó fueron las ruinas de un imperio, la devastación que deja a su paso la Historia.
¿Puede sucederle lo mismo al capitalismo? Más allá de la riqueza y de la sofisticación tecnológica, ¿puede ocurrir que Occidente asista a su declive, corroído por las contradicciones internas y por la asfixiante falsedad de su discurso? Esa es la tesis que defiende Milanović y que podría defender también, desde la orilla opuesta, el académico conservador Patrick J. Deneen con su libro ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?
En la misma red social, el expolítico portugués Bruno Maçães recoge las palabras de Milanović y las eleva a criterio global. La pregunta por la guerra, por ejemplo, al comparar la ocupación israelí del sur del Líbano en su lucha contra Hezbolá con la invasión rusa de Ucrania. Si Netanyahu ordenara bombardear el programa nuclear de Irán –plantea–, ¿quién podría censurarle a Moscú la voladura de Zaporiyia o de alguna otra central nuclear ucraniana? No sé si son exactamente comparables uno y otro caso, como plantea desafiante el intelectual luso, pero los matices cuentan poco cuando rige la propaganda. Es importante no olvidarlo.
Que estamos inmersos en una guerra global de relatos me parece evidente y que se ha cumplido la vieja maldición del día 1 de la guerra en Ucrania también me parece innegable. Durante aquellas semanas nos preguntábamos quién aislaría a quién: si Occidente a Rusia o el resto del mundo a Occidente. Y la respuesta no resulta tan clara como nos gustaría. Quizás al contrario: Moscú no sólo comercia abiertamente con medio planeta, sino que incluso se diría que buena parte de la opinión pública mundial percibe en Occidente un doble discurso hipócrita, consecuencia (con razón o no, este es otro debate) de los traumas no resueltos del colonialismo.
«El drama de la caída del capitalismo liberal es que, fuera de sus fronteras, nos encontramos con una realidad aún peor»
La crisis del mundo libre, por tanto, se mide en términos de soft power y de influencia cultural, a la vez que enfrenta enormes dificultades internas por el desprestigio de las instituciones, el auge de los populismos, las ideologías que propagan el autoodio y un prolongado estancamiento económico. La desconexión de las élites, bajo la capa de la esclerosis burocrática, resume muchos de los males de nuestro tiempo: un despotismo que tiene más de autoritario que de realmente ilustrado, al descreer tanto de la libertad como de la dignidad humana. El drama de la caída del capitalismo liberal es que, fuera de sus fronteras, nos encontramos con una realidad aún peor. Ninguna época logra escapar a su locura.