Lo de la Complutense
«El Rector Magnífico y la universidad en la que rige han dado un espectáculo de desfachatez académica que debiera enrojecer a todos sus adláteres»
Es muy significativo del clima cultural, moral y político que se ha hecho dominante entre nosotros que el caso de los másteres de Begoña Gómez haya hecho correr ríos de tinta para censurar a la señora esposa de Pedro Sánchez y sus ansias de notoriedad académica, tal vez acompañadas de otros deseos no tan intelectuales, mientras que el papel desempeñado en este chusco asunto por los órganos que rigen la Universidad Complutense ha desaparecido del horizonte de los medios, como si pareciese no extrañar a nadie.
Lo que ha ocurrido, sin embargo, es que lo que ha hecho la señora de Sánchez puede ser objeto de burla y de censura, por su estrecha cercanía a la corrupción desorejada, mientras que lo que ha consentido la Universidad Complutense, es, sin duda alguna, de una indignidad clamorosa, una conducta que envilece la imagen de esa Universidad, aunque tal vez sirva para atisbar lo que ocurre por dentro.
La Universidad que debiera cultivar un alto nivel de excelencia académica y moral ha mostrado en este episodio una cara extraordinariamente vulgar, oportunista y cobarde. Para empezar, resulta que un rector, que se hace llamar Magnífico, acude solícito al Palacio de la Moncloa ante la llamada de una secretaria que le comunica el deseo de la señora Gómez de entrevistarse con él. Como todo el mundo sabe, el susodicho rector acude siempre a cualquier domicilio en que se necesite su presencia para resolver las inquietudes que puedan asaltar al más humilde de los españoles.
Una vez oída la demanda de la señora Gómez, el rector se pone manos a la obra para atender sus ardorosos deseos académicos, pero, por si las moscas, encarga a uno de sus numerosos vicerrectores que desarrolle la puesta en marcha de los palaciegos deseos sin aclarar ni poco ni mucho, por lo que se ha sabido, el fundamento académico y legal de la insólita demanda. Cúmplase, pero que mi mano no aparezca demasiado.
No hacía falta ser un héroe para decir sencillamente que no a los estrambóticos deseos de la señora Gómez al ofrecer sus saberes en una materia tan incógnita como Transformación Social Competitiva, un título que parece sacado de alguna de las estupendas peroratas del fallecido Antonio Ozores; bastaba con tener un mínimo aprecio a la histórica dignidad del cargo que el señor rector ocupa para disuadir suavemente a la dama de que sus deseos chocaban con la esencia misma de la Universidad, que basa su autoridad en la existencia de unos niveles de excelencia académica, reflejados en la exigencia de títulos, que ningún rector debiera olvidar y que, sin menoscabo de sus otras muchas virtudes, están gloriosamente ausentes en dama de tanta importancia.
«La señora Gómez ofrecía, además, sus saberes en un máster destinado a aprender a captar fondos públicos»
Al rector complutense le ha faltado la elemental dignidad de la que ha hecho gala, por ejemplo, el flamante gobernador del Banco de España cuando ha apoyado a una consejera a la que el ministro Cuerpo, inspirado con seguridad en el éxito de doña Gómez, le había pedido la dimisión por necesitar su plaza para otra persona de su séquito.
Los másteres de doña Begoña no solo son académicamente mostrencos, sino que tienen algo desaprensivo que debiera haber advertido al menos avisado de que ponerlos en la parrilla habría de resultar en un final poco afortunado. Además de la transformación social competitiva, la señora Gómez ofrecía sus saberes en un máster destinado a aprender a captar (sic) los fondos públicos, un planteamiento que por si sólo sugiere dos de las grandes suposiciones del universo mental de un socialismo contemporáneo, a saber, que los fondos públicos están ahí de modo exuberante, asunto que no se discute, y que captar dinero que no es de nadie es una de las grandes habilidades que se ha de desarrollar por la ciudadanía inclusiva del siglo XXI. Por lo que se ve, ni al rector ni a ninguno de sus numerosos adláteres, se les hizo claro que nada de todo eso tiene que ver con la ciencia económica, a no ser que se crea que descuideros y estafadores han de ser tenidos por expertos en la materia.
¿Cuál puede ser la razón de que la crítica a esta corruptela miserable del rector y sus secuaces haya sido tan escasa? El temor, sin duda. El rector que se inclina ante la monclovita tiene en sus manos un considerable poder académico y yo no le arrendaría la ganancia a cualquier profesor universitario que hubiese criticado tales desmanes porque el riesgo de que se quedase sin la menor opción de ascender en la cucaña académica no sería menor.
El señor rector no preside una corporación destinada exclusivamente a la promoción de la ciencia y la investigación, sino que está en el ápice de una pirámide de poder burocrático y sindical en el que lo único que importa es la economía de los favores; por desgracia en nuestras universidades casi nunca cuenta más lo que sabes que a quién conoces y en esa trama el rector es casi como Pedro Sánchez, señor de horca y cuchillo.
«El rector ha tomado ejemplo de una mayoría de políticos que consiste en que no discutir el poder de quienes lo tienen mayor que el suyo»
Hay que ser muy ingenuo para pedir a nuestros políticos, a esos que son capaces de no leerse un proyecto de ley en el que se facilita y acelera la puesta en libertad de Txapote y otros beneméritos ciudadanos euskaldunes, que se enteren de lo que está pasando en nuestras universidades y que traten de buscar algún remedio a lo que parece su inescapable mediocridad, ya se sabe que los políticos sólo persiguen el poder y huyen como de la peste de meterse en pejigueras.
El rector de la Complutense ha tomado ejemplo de la conducta habitual en una enorme mayoría de políticos que consiste en que no pase por su cabeza ni la menor intentona de discutir el poder de quienes lo tienen mayor que el suyo, en consecuencia, no le ha faltado nariz para averiguar que en la Moncloa hay mucho que perder, aunque no haya demasiado que ganar. Por eso cuando ha visto que las cañas se podían tornar en lanzas, al ver a doña Begoña en manos de jueces que investigan lo que consideran parte de «una conducta racionalmente sospechosa» en la que la mujer de Sánchez pudo «condicionar la toma de decisiones públicas a cambio de ventajas indebidas», el rector y sus compis se han apresurado a recoger velas, a suspender un máster porque sí y el otro porque no tiene alumnos, todo lo cual sirve para corroborar hasta qué punto fueron listillos e interesados cuando dieron curso académico a semejantes extravagancias.
Lo de Begoña acabará probablemente mal para ella y para sus paraguas políticos, aunque es seguro que el ilimitado poder de su amante esposo tratará de transformar los reproches en ruido de la fachosfera y hasta es posible que acabe por arrastrar por los suelos a los jueces que se han atrevido a tanto, ya que, por cierto, no sería la primera vez que pasase con quien haya visto indicios de delito en alguien bajo el amparo de la moralidad socialista, pero lo que es seguro es que el señor rector y la universidad en la que rige han dado un espectáculo de desfachatez académica que debiera enrojecer las mejillas de todos los participantes hasta que la palidez de la muerte les libre de un signo tan evidente de su desvergonzado proceder.
No sé si en la Complutense quedarán las energías mínimas para deshacerse de un equipo de gobierno tan capaz de someterse a la humillación de hacer creer que podían convertir a una oportunista en un sabio de renombre, tengo mis dudas porque esa conducta no ha extrañado demasiado y eso revela que la corporación universitaria parece dispuesta a todo con tal de seguir gozando de sus privilegios, por menudos que sean, sin poner la menor atención en salir de la mediocridad apabullante en la que vegeta como se comprueba con claridad, no ya en los estándares internacionales, sino a nada que se comparen con el lugar que ocupan otras empresas e instituciones españolas aunque no tengan al frente a un Rector Magnífico.