THE OBJECTIVE
Pilar Cernuda

¿Quién está al volante del PSOE?

«Algo se mueve en Moncloa. El ‘caso Begoña’ no es tan fácil de sobrellevar como pretenden hacer creer los portavoces socialistas»

Opinión
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¿Quién está al volante del PSOE?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pedro Sánchez, en su momento de máxima debilidad y desprestigio como presidente del Gobierno, ante el grave error de tres diputados del PP -más que error, falta de atención para cumplir bien con su trabajo- ha tenido la desfachatez de preguntarle a Feijóo quién está al volante del PP. Feijóo lo está, aunque es muy evidente desde hace mucho tiempo que no lo están algunos de los suyos, que no acaban de dar la talla ni se han hecho todavía con las formas que se exigen en la batalla política nacional.

Feijóo, aunque se le advirtió de la importancia de contar con un equipo sólido y con experiencia nacional, se inclinó por rodearse de su grupo de gallegos con los que se sentía seguro, pero que siguen verdes. También aceptó que le metieran algún gol presidentes regionales, que le recomendaron personas que si fueran tan extraordinarias como decían esos presidentes los habrían querido para sus respectivos gobiernos. Eso es ya agua pasada, aunque sigue coleando; la prueba es lo ocurrido estos días, con el Congreso en pleno aprobando que los etarras más sanguinarios puedan estar en la calle en pocos años. Algunos, ya de ya.

Sánchez ha preguntado al PP quién está al volante en ese partido, pero la reflexión que se hace cualquier persona con principios es cómo es posible que al volante del partido que promueve esa reforma esté un personaje como Pedro Sánchez. Capaz de vender al PSOE por seis miserables votos que le permiten mantenerse al frente del Gobierno. Desde donde continuará hundiendo aún más el prestigio de las siglas PSOE –aunque su partido ya no tiene nada que ver con el PSOE ni se le parece- cada vez que sus socios le presenten las exigencias más execrables, seguros de que Sánchez va a aceptarlas.

El conductor del PP, el hombre que se sienta tras el volante, puede gustar más o menos, pero defiende las ideas que considera adecuadas para su país. Tiene principios, y no los vende a nadie por mucho que le ofrezcan a cambio. Son inamovibles. Y le espetó a Pedro Sánchez una frase que habría sido insoportable para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, aunque Sánchez no dio muestras de sentirse afectado: «Yo no podría gobernar con los asesinos de mis compañeros». Sánchez, por cierto, dio sus primeros pasos políticos como asistente de la eurodiputada Barbara Duhrkop, viuda del senador socialista Enrique Casas, asesinado por ETA.

El conductor del PSOE, el hombre que se sienta tras el volante, no solo no tiene principios, y si lo tenía los ha perdido en negociaciones indeseables, sino que no está en condiciones de presumir de sus capacidades políticas. Está muy asentada la idea, con razón, de que es el peor presidente de la democracia, y eso empieza ya a traspasar las fronteras. Tanto, que dos publicaciones de gran prestigio internacional, The Economist y The Times, han publicado sendos artículos en los que sale muy poco favorecido como gobernante, como político e incluso como persona; le presentan como un hombre implacable y soberbio. Porque lo es. No se ha inmutado por las críticas demoledoras de dos medios que los hombres más poderosos del mundo encuentran sobre sus mesas cuando llegan a sus despachos. Simplemente, ha añadido el nombre de las cabeceras a la lista de medios que forman parte de una campaña de difamación hacia su persona publicando noticias falsas. Punto.

«No ha acertado Sánchez tratando de desacreditar a los medios que dan información contrastada sobre los másters de Begoña»

Para falsedades, para mentiras, las propias. Que se amplían con las de miembros de su partido, a los que se nota enloquecidos porque no hay día que no se vean obligados a desmentir afirmaciones tajantes de ellos mismos. Lo que dice poco de algunos personajes que se sientan alrededor de la mesa del Consejo de Ministros que, si tuvieran vergüenza torera, habrían renunciado a mostrar la debilidad de su carácter y de sus ideas, y no dudan en acomodarlas a las de su jefe y presidente de Gobierno, siempre cambiantes en función de lo que le conviene.

Eso sí, el caso Begoña lo lleva él, tanto que no se deja aconsejar, y no va por buen camino. Con mentiras no se soluciona nada, y por mucho que la ministra Alegría -vaya papelón- y él mismo digan que la Audiencia madrileña ha dado la razón a Begoña Gómez, el asunto está cada vez más enredado para la esposa presidencial. No ha acertado Camacho con su defensa, ni ha acertado Sánchez tratando de desacreditar a los medios que dan información contrastada y documentada sobre los másters y cátedras de Begoña Gómez y sobre el software que registró como suyo cuando fue una donación de tres empresas a la Complutense. Y en esta España ya no cabe eso de que la mejor defensa es un buen ataque. No. La mejor defensa es actuar como marca la ley, en ese terreno cualquiera puede sentirse tranquilo ante noticias supuestamente tendenciosas.

Sánchez no debe estar pasándolo bien. Se quita de en medio todo lo que puede. En los últimos días, ha tenido ausencias importantes. Dijo que acudiría a la Fiesta de la Rosa en Barcelona, y no fue; en circunstancias normales habría viajado a El Hierro cuando se produjo la tragedia del naufragio de una barcaza en el que perdieron la vida una sesentena de inmigrantes, una tragedia que toca las fibras más sensibles, y dijo también que presidiría la clausura del Foro La Toja, como siempre, y tampoco fue.

Algo se mueve en Moncloa. El caso Begoña no es tan fácil de sobrellevar como pretenden hacer creer los portavoces socialistas.

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