El ministerio de la Oposición. El drama sobre la tragedia
«Tal vez es hora de plantearse seriamente constituir un gobierno en la sombra que mire más allá de la tragedia instalada en La Moncloa, en vez de seguir sesteando»
El voto a favor del Partido Popular (PP) a una enmienda presentada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que incluía solapadamente la reducción de penas a terroristas encarcelados de ETA, ha provocado una fuerte controversia. Se suponía que los responsables de esta pifia, todos licenciados en Derecho, deberían haber cazado al vuelo la nueva emboscada sanchista. Este estrepitoso error del PP, dicen, habría sido culpa del despiste y la descoordinación del partido.
Pero me temo, y no soy el único, que este grave error no es producto de un simple despiste o de la descoordinación. Es una evidencia, otra más, de un problema mucho más grave: la holgazanería de un partido que vive muy bien al calor del ministerio de la Oposición, y que parece estar liderado por un tipo, Alberto Núñez Feijóo, convencido de que acabará gobernando por el mero automatismo de la alternancia. Así se explica que, mientras el PSOE metía este gol al PP —y derivadamente a todos los españoles—, su portavoz nacional, Borja Sémper, se dedicara a dirimir en un vídeo de TikTok si el romanticismo existe en la política. Algo que sin duda tiene en ascuas a millones de españoles.
Pero esta holgazanería, con ser alarmante, es síntoma de un mal mucho mayor: la inconsistencia temporal del Partido Popular. Inconsistencia que, a su vez, da lugar a la percepción generalizada de que al otro lado del sanchismo lo que hay, como dice un buen amigo, es un club de okupas encantados de haberse conocido.
Que el Partido Popular es más inconsistente que el trióxido de cloro se demuestra fácilmente, además de por sus bandazos, poniéndolo frente al espejo de un concepto que, a mi juicio, debería ser el manual de servicio de toda oposición que se precie: el gobierno en la sombra.
El gobierno en la sombra no es el título de una película sobre alguna conspiración, es una práctica británica (grititos de los antianglosajones aquí) según la cual el partido mayoritario que pierde las elecciones (recordemos que en España gana el partido que consigue constituir una mayoría, no el que más votos recibe) deberá organizarse como alter ego del partido victorioso, escogiendo de entre sus filas a los portavoces más cualificados para fiscalizar por separado a cada uno de los secretarios de Estado (ministros) que nombre el nuevo primer ministro (presidente).
«A la tarea de supervisión y control, el gobierno en la sombra añade la emulación de la acción de gobernar»
De esta forma, el gobierno en la sombra, además de vigilar estrechamente la acción del gobierno en ejercicio, tal y como es obligación de la oposición, también contrapondrá a las iniciativas de este sus propias propuestas—bien estudiadas y trabajadas, no ocurrencias remitidas por WhatsApp— que, como trabajo añadido, deberá trasladar a los ciudadanos de forma clara, concisa y primorosa. Esta función propositiva es tan importante como la función de control del gobierno, porque es lo que en última instancia determinará si habrá futuro más allá de la alternancia.
Una ventaja crucial del gobierno en la sombra es evitar que la oposición se dedique a sestear. Obliga al partido opositor a esforzarse tanto o más que si se estuviera gobernando, porque a la tarea de supervisión y control añade la emulación de la acción de gobernar. Esta doble tarea supone a su vez dos beneficios: una selección interna mucho más exigente, pues solo los mejores podrán afrontar este doble trabajo, y el rodaje de los futuros ministros, pues ellos y sus equipos, para cuando por fin lleguen a sus respectivos ministerios, llevarán años recopilando información de primera mano y familiarizándose con los problemas que tendrán que afrontar.
En un plano más popular, la ventaja más sobresaliente del ejercicio del gobierno en la sombra es la de proporcionar a los ciudadanos claridad y, sobre todo, confianza en la oposición mediante el conocimiento de sus propuestas y la familiarización del público con los rostros con nombres y apellidos de los ministros en la sombra.
En definitiva, la disciplina del gobierno en la sombra obliga a quienes se postulan como alternativa de gobierno a trabajar muy duro y respetar a los ciudadanos, pues para el común la política no es el juego del gato y el ratón, ni del quítate tú para ponerme yo, sino una grave actividad que condiciona seriamente su futuro.
«¿Cuáles son los ministros en la sombra del equipo de Alberto Núñez Feijóo?»
A pesar del dramático título, el gobierno en la sombra es bastante asequible a la comprensión de cualquiera, hasta del más apolítico. Para entender sus requerimientos no hace falta ser ni politólogo ni británico. Es suficiente con tener claras exigencias elementales que, a la vista está, la oposición no cumple ni de lejos. Para demostrar esta afirmación basta con plantear tres preguntas muy sencillas y tratar de responderlas.
La primera: ¿cuáles son los ministros en la sombra del equipo de Alberto Núñez Feijóo? La segunda: ¿quiénes integran los equipos de los ministros en la sombra? La tercera y última: ¿cuál es el plan para España del Partido Popular que lidera Feijóo?
Lamentablemente, esperar responder a estas tres preguntas o, siquiera, a una sola de forma satisfactoria es como esperar que Pedro Sánchez deje de arrasar el orden constitucional en su propio beneficio: un imposible metafísico.
«Contemplamos con impotencia cómo la política se reduce a la refriega, a una polarización impostada»
Los españoles nos desayunamos cada día con los escándalos de un gobierno que ha devenido en algo mucho peor que una secta: una organización mafiosa donde todos los caminos conducen a La Moncloa. Mientras esto sucede, contemplamos con impotencia cómo la política se reduce a la refriega, a una polarización impostada en la que más allá del zasca no hay absolutamente nada, si acaso el febril negocio de los vagos y sinvergüenzas que viven a cuerpo de rey a nuestra costa. Los Koldo, los Ábalos, las Begoña y los Sánchez, pero también sus alter ego, los fariseos que se rasgan las vestiduras en público para después, sin que nadie acepte la dimisión de nadie, regresar al dolce far niente.
Pero, más allá del insidioso y vitriólico sanchismo, la situación de España es de una gravedad inaudita. Para colmo, esta gravedad se subsume en la realidad más amplia de una Europa en franco declive y de un mundo, en general, cada vez más reaccionario, inestable y amenazante. Tal vez es hora de plantearse seriamente constituir un gobierno en la sombra que mire más allá de la tragedia instalada en La Moncloa, en vez de seguir sesteando en la penumbra. De lo contrario, España, con Sánchez o sin Sánchez, acabará siendo, como lo describía Sartre, la imagen clavada de esa entidad absurda que no se suicidará, porque quiere vivir, sin renunciar a ninguna de sus certezas, sin futuro, sin esperanza, sin ilusiones… y tampoco sin resignación. Una nación que mira a la muerte con atención apasionada y esta fascinación la libera. La que experimenta la «divina irresponsabilidad» del condenado.