Sin rubor y sin esperanza
«No somos conscientes del poder de la mentira, de su capacidad para carcomerlo todo. Nuestras instituciones, nuestras convicciones y nuestros valores»
No vamos a ir a mejor. No es cosa de viejo que bebió demasiado en su juventud. Es que los tiempos venideros raspan la garganta como el insecticida. Nunca fui un hombre pesimista, pero empiezo a caminar desesperanzado. Hubo un tiempo de acercamiento a la virtud; quiero creer. Recuerdo, de forma cenicienta, un instante en el que la verdad era una aspiración. No la sinceridad, que es disfrazar la mentira de espontaneidad y rigor para llevarnos el mundo a nuestro terreno, hablo de la verdad. De la verdad de verdad. Casi en mayúsculas. Es decir: nuestro compromiso con la realidad. Insisto: que los matices jamás oculten los hechos.
Ya era algo habitual en este Gobierno sólo defendible desde el cinismo y el «y tú más», pero el espectáculo de Pilar (Alegría se llama el último espectáculo del Circo del Sol), sorprendió hasta a los que se sientan a su lado. Contorsionismo y doble fondo. Prospección y tibieza. Nada me da más miedo que la asertividad del que sabe que está mintiendo. «Literal». Me aterra el énfasis del que trata de arrastrar a su interlocutor a la sombra, como el monstruo de videojuego que en una esquina de la pantalla devora a su presa.
Me gusta la palabra embuste. La mentira exige cierta arquitectura, el embuste es más una chabola. Una construcción casi improvisada. La mentira es un dibujo, el embuste es un garabato desvergonzado. Los mentirosos asustan, los embusteros enternecen. Quería pensar que Pedro Sánchez y su corte rimbombante eran embusterillos. Una pandilla casquivana. Que simplemente utilizaban argucias políticas, medias verdades, salidas de tono, ese tipo de cosas que uno encontraría en un kit de supervivencia política.
Pero, quizá llegue yo tarde a la epifanía, lo de Miss Joy el otro día me pareció un exceso. Retorcer un auto judicial. Ignorar su contenido. Adaptarlo a un pensamiento y no al revés. Va mucho más allá del cambio de opinión, puramente sanchista, va mucho más allá del follón terminológico, puramente monterista, va mucho más allá de la opacidad ceremoniosa, puramente bolañista… lo de Pilar Alegría es salir a decir mentiras como un escolar en un autobús cantando lo del monte y las sardinas.
«Un Gobierno que ha convertido la mentira es su vehículo sólo puede llevarnos a puertos extraños»
A un gestor público le pido, sobre todo, ejemplaridad. Rigor en la conducción propia y en la ajena. Seriedad. Madurez. Y alguna traza de profundidad. Un Gobierno que ha convertido la mentira es su vehículo sólo puede llevarnos a puertos extraños. Comparada con el Falcón, la mentira es más rápida y menos contaminante.
Me sorprende esa deriva moral. No digo que me angustie. Ya dije al principio que asumo que esto se va al carajo y no soy de los que compran latas de atún y papel higiénico con semanas de antelación. Pero quizá estemos rompiendo muros que otros, aún más peligrosos, aprovechen para entrar en este viejo palacio que fue nuestra democracia. No somos conscientes del poder de la mentira, de su capacidad para carcomerlo todo. Nuestras instituciones, nuestras convicciones y nuestros valores.
Valores. Digo valores y me siento ya un anciano. Como si hablara de taquillones y chifonieres. La verdad. La verdad es un poco como el teletexto, que está por ahí, pero es que ya no hace falta. Pilar Alegría, alumna más aventajada del sanchismo, lápiz más afilado del plumier, aprendiz de brujo disneysiana, ha consumado el sanchismo. Lo ha llevado a su punto más elevado. Ha cogido un texto y ha dicho en público lo contrario de lo que ese texto dice. Sin rubor, sin titubeos y sin esperanza.