España, política de vacíos
«La política ya no se viene a proponer principios para cambiar la sociedad. Se viene a ver qué demanda el mercado, tratando de detectar qué espacios están vacantes»
La política española está colmada de vacíos, de nadas vale decir. Los partidos lo llaman espacios, en lugar de vacíos. Todos están siempre en busca de espacios que ocupar/acopiar en el mercado electoral. El PSOE, por ejemplo, continuamente pugna por acaparar el espacio que -al parecer- habría a su izquierda; que, de momento, lo estaría ocupando ese monumento a la vacuidad inane que es Yolanda Lanada Díaz y su partido vacío: Sumar. Un paradigma del conjunto vacío, pariente de lo que en matemáticas se llama, precisamente, la suma vacía: una sumatoria en la que no interviene ningún término, cuyo valor es igual a cero.
Por seguir con la teoría axiomática de los conjuntos, puesto que lo único que define a un conjunto es la propiedad que satisfacen sus elementos, el conjunto vacío es único en su categoría. Y tan único que en el caso de Sumar tenemos un partido inexistente a cuyo frente se encuentra una «coordinadora general» dimitida de su cargo, que, por eso mismo, se encuentra vacante, vacío. La señorita Lanada debe ser la única dirigente en la historia de la política universal que dirige un partido inexistente desde un cargo vacante y que, simultáneamente, ocupa la vicepresidencia segunda y cinco ministerios del Gobierno de un país más o menos civilizado. Ahí es nada la nada.
Pero el demiurgo de toda esta liosa jerigonza partitocrática no es Yolanda Lanada. Una vez rota la relación con aquel otro aspirante a ocupar el espacio/vacío a la izquierda del PSOE que fue Podemos, no le queda a Sánchez otro remedio que impostar que su coalición representa a aquellos votantes que creyeron un día en que sí se podía. Para que los números de la aritmética parlamentaria y de las citas electorales salgan, los creyentes de aquel plagiado Yes, we can de Obama –«sí se puede»- tienen que seguir manteniendo la ilusión: el clásico de la revolución pendiente.
Por eso sus supuestos representantes se permiten soltar en el Congreso unas filípicas sobre el problema de la vivienda como si el que estuviera gobernando en España desde hace seis años y pico fuera Darth Vader en nombre de los fondos buitre, y no ellos. A los cinco ministros del conjunto vacío de Sumar sólo les falta encadenarse un martes antes de entrar al Consejo de Ministros y gritar que esto se acaba en cuanto gobiernen ellos.
Pero también Feijóo anda en busca de espacios vacantes. Yo me atrevería a decir que históricamente es el PP quien más hambriento y necesitado de acaparar espacios ha estado siempre en la política española. Me acuerdo, por ejemplo, que, en aquel período en que Ruiz-Gallardón fue presidente de la Comunidad de Madrid y luego alcalde la capital, el PP más escorado políticamente a estribor lo tildaba de progresista. Y todo porque, cada año, en todas las Fiestas del 2 de Mayo nos calzaba Gallardón el coñazo de Ana Belén y Víctor Manuel con su turra de La Muralla, lo que le hacía merecedor de calificativos como lacayo de la oposición, que decía Federico.
«Pasados los años, ahí anda Feijóo, rebuscando espacios hasta en el entorno del PNV y de Junts»
Así, cuando desde los órganos de dirección del partido se quería poner paz entre las facciones, se decía siempre aquello de que «en el PP no sobra nadie», lo que venía a significar que, para alcanzar o mantener una mayoría de gobierno, hacían falta, tanto demográfica como aritméticamente, los espacios que llenaban los votos que iban desde los nostálgicos del franquismo sociológico -que se decía en la Transición- hasta los jóvenes profesionales urbanos que no vivieron la dictadura y a los que les resultaba indiferente cuando no positivo el matrimonio gay o la despenalización del aborto.
Pasados los años, ahí anda Feijóo, rebuscando espacios hasta en el entorno del PNV y de Junts. Que los va a seducir, dice. Acabáramos. Si buscará espacios Feijóo, que su última ocurrencia es la de postular la semana laboral de cuatro días en el país con una productividad de las más bajas de la UE; para que la disfruten los que trabajan en las cuatro multinacionales que hay (sólo el 0,19 % del tejido empresarial español son grandes empresas) y los funcionarios, que ahora teletrabajarán un día menos. Porque ya me dirás tú cómo va a poder sobrevivir la Mercería Amparito (el 99,81 % de las empresas españolas son pymes) si la empleada que tiene que atender el mostrador sólo viene cuatro días a la semana.
En definitiva, a la política ya no se viene a proponer principios ni planteamientos ideológicos para cambiar o modular la sociedad con un enfoque que seduzca o convenza a los votantes de las bondades y utilidad de unas convicciones. Se viene a ver qué demanda el mercado, tratando de detectar qué espacios, nichos de mercado, están vacantes o dubitativos, y en consecuencia a adaptar los programas (y los principios) a lo que quieran oír los integrantes de aquellos espacios. Ya pasó el tiempo en que quien se acercaba a la política podía y debía ser consistente en la defensa de sus principios a despecho de obtener sólo la minoría; pero claro, ser imbatible en obtener la mayoría habiendo sido perfectamente inconsistente en los principios le servirá al político para vivir de lo público toda su vida, pero a algunos ciudadanos no nos servirá para nada.