Entre Kamala y Almodóvar: lo 'woke' y las lecciones no aprendidas
«Apoyarse en la ideología woke para confrontar en las urnas a la radicalización de la derecha estadounidense le hace un flaco favor a la democracia»
El verano ha sentado bien a Pedro Almodóvar. Ha vuelto tan rebosante de energía que, mientras estrenaba su nueva película, recibía premios, resolvía el problema de la inmigración y dirigía mimosas palabras hacia al presidente, ha encontrado tiempo para amonestar a todos los padres del mundo: somos unos ególatras. Por si alguno todavía no se entera, Almodóvar no es padre, y precisamente por ello está legitimado para aleccionar moralmente a los que lo son. Es el llamado virtue signalling o postureo ético, práctica muy extendida entre la cohorte woke: «Yo nunca traería un hijo a este mundo lleno de injusticia».
Poco antes se había escuchado a Kamala Harris decir en una entrevista, con una risa nerviosa y algo escalofriante: «Todo el mundo necesita ser woke. Podemos hablar sobre si eres más o menos woke, pero lo esencial es ser woke». Al comentarlo, me sorprendió que muchos conciudadanos desconociesen el término. Supongo que ya tenemos bastante con lo nuestro, pero es una cuestión que se ha de tratar; más pronto que tarde nos interpelará a todos.
En gran parte del mundo occidental, la democracia liberal y el Estado de derecho, ambos avances de incalculable valor para la humanidad, están siendo amenazados por conflictos creados en el seno de la propia sociedad. En España, según una reciente encuesta de 40dB, uno de cada cuatro varones de la generación Z considera que el autoritarismo puede ser preferible a la democracia. Una tendencia es clara: a mayor juventud, mayor desconfianza hacia esta.
Un sector de la derecha, desde luego, aviva esa pulsión autoritaria en los jóvenes. Un sector de la izquierda también. En los últimos años, una izquierda de tintes autoritarios y tribales ha adquirido un creciente protagonismo. El wokismo nació en los campus universitarios estadounidenses y se popularizó globalmente con ocasión del movimiento Black Lives Matter en 2014 para después abarcar otros movimientos sociales. Es justo reconocer su intención inicialmente virtuosa: la lucha contra el racismo, la desigualdad entre los sexos y la invisibilización de las minorías. Sin embargo, pronto se decidió que esa lucha acarrearía algunos peajes.
No parece claro el origen del término, pero sí su significado: woke –del verbo to wake– alude a un estado en el que uno está «despierto», aunque en realidad la clave es que quien lo reivindica afirma haberse despertado. Ese estado sobrevenido tras un largo letargo se refiere a una tardía toma de conciencia de las injusticias subyacentes en la sociedad. Pero no sólo incumbe al bienaventurado, sino también a todo el que siga durmiendo el sueño de la sinrazón: o te despiertas o te despierto.
A menudo se subestiman los efectos catastróficos de un sistema con potencial para el bien… mal diseñado en sus fundamentos. El movimiento arrastra desde el principio serios defectos de fábrica: la creencia mágico-mesiánica en ser dueño de la verdad revelada, la simplificación de la realidad, el destierro de la duda y los matices y el uso de la coacción para el cumplimiento de sus objetivos. Quien siente que ha despertado, no tiene que dar más explicaciones: sólo ayudar a los demás a despertar. Nada nuevo; es la cara oculta de cualquier utopía.
En Izquierda no es woke, Susan Neiman, una filósofa de izquierdas, argumenta que la ideología woke, en un principio centrada en el compromiso ético con grupos vulnerables e invisibilizados, hoy niega las indudables contribuciones de la Ilustración al progreso humano, la confunde con el colonialismo y reniega del proyecto universalista tradicionalmente defendido por la izquierda. Señala con puntería que, sin universalismo, no hay argumento contra el racismo o el sexismo; tan sólo un grupo de tribus compitiendo por el poder.
«Es de esperar que el wokismo encuentre poca resistencia en nuestro país, siempre proclive al cainismo. Almodóvar es un pionero y sin duda le abrirá las puertas de par en par, como a todos los inmigrantes»
Me parece acertado. Lo peligroso del abandono del universalismo es que éste se transforma rápidamente en una fuerte aversión hacia el disidente. Los instrumentos de que se sirve el wokismo lo demuestran: guerras culturales, política identitaria, obsesión foucaultiana por desvelar las estructuras ocultas del poder, corrección política, fascinación por las víctimas, virtue signaling, polarización en redes sociales, cultura de la cancelación. Todo acarrea un prurito de superioridad moral que permite prescindir del consentimiento de los demás y recurrir a la fuerza en nombre del progreso. Algunos dirán que, sin un golpe de efecto o incluso un poquitín de violencia, las cosas no cambian. Olvidan que andar el camino de la unilateralidad invita a otros a hacerlo.
Del silencio posterior a aquellas declaraciones se deduce que Kamala ha entendido que apoyarse en la ideología woke para confrontar en las urnas a la radicalización de la derecha estadounidense le hace un flaco favor a la democracia. Conduce a la polarización del electorado propio y, por ello, puede que reporte algunos votos. Pero, a cambio, educa a los votantes en la intolerancia y el tribalismo; un esquema del que, una vez asimilado, es difícil salir. Ello divide aún más los frentes y erosiona el sistema en su conjunto. No hay más que ver cómo la reacción contra lo woke ha sido a menudo más furibunda, identitaria y tribal que la de aquellos contra los que se defendían.
Apelar al particularismo como vía de obtener poder es, en efecto, una mala estrategia en el largo plazo. Lo irónico del asunto es que, mientras periódicos como The New York Times o The Economist ya anuncian síntomas de agotamiento de la ideología woke en el mundo anglosajón, esta sólo acaba de desembarcar en Europa.
A España no podía llegar en mejor momento. Si, como dijo Santayana, los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, el problema de nuestro pueblo no es ya que no conozca el pasado; es que ni siquiera conoce el presente. Enfrascado éste en récords de polarización histórica y cantos de sirena del autoritarismo, desconocedor de las lecciones aprendidas casi en tiempo real al otro lado del Atlántico, es de esperar que el wokismo encuentre poca resistencia en nuestro país, siempre proclive al cainismo. Almodóvar es un pionero y sin duda le abrirá las puertas de par en par, como a todos los inmigrantes.