THE OBJECTIVE
Fede Durán

Osos de colores

«Viendo esos anuncios, uno se siente tentado de concluir que al ser humano le enorgullece compartir el planeta con millones de especies más»

Opinión
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Osos de colores

Playa.

Quien pase mucho tiempo delante de la tele, YouTube o los anuncios segmentados de las redes sociales estará habituado a observar cómo las marcas recurren con cierta frecuencia a los animales para embellecer sus spots. Hay osos azules, peces parlanchines, traviesos titís e imponentes felinos con sonrisas de sol a sol. Lo normal sería concluir que al ser humano le pirra la diversidad de la flora y la fauna, que está orgulloso de compartir el planeta con millones de especies más y que hará todo lo que esté en su mano por afianzar ese coralígeno mecanismo.

Luego están las promotoras inmobiliarias. Aquí la pasión por la naturaleza no es menor. En cada folleto propagandístico se describen frondosísimos espacios verdes para que los niños jueguen y los mayores lean, e incluso se habla de entornos paradisíacos y remansos de paz, como si antes de que pasase por allí la apisonadora operase en el sembrado o el bosquecillo una especie de Estrella de la Muerte a los mandos de un Darth Vader municipal. 

Tampoco se quedan cortos los ayuntamientos del litoral. En Cádiz, lugares como El Palmar, Zahara o La Barrosa viven aún de las rentas de una narrativa que hablaba de humildes pescadores, playas kilométricas y aguas tan cristalinas como rebosantes de vida. Aunque el nivel del mar sube y se nota, y aunque darse un baño en esas aguas atlánticas aún permita sorprender de cuando en cuando a un pobre jurel o a una triste caballa, en realidad estos ayuntamientos se han decantado por la táctica de la promotora inmobiliaria y los anuncios de YouTube.  

Nada hay más seductor que el concepto de la conquista. Las constructoras son en realidad como Hernán Cortés o Fernando de Magallanes: se abren camino a golpe de valentía para alcanzar los lugares más recónditos y, una vez allí, clavar el asta la bandera. Si antiguamente la enseña representaba a un imperio, ahora representa a una cadena hotelera. Una montaña sin lavandería, piscina y restaurante-mirador no es una montaña, es una ordinariez. 

«Este conjunto de fenómenos contrasta con la visión de futuro proyectada por la élite mundial»

Dos son los verdaderos dioses del hombre contemporáneo, capaces con sus superpoderes de moldear las realidades insignificantes de esos monos bípedos. Uno es el coche, cuya escalabilidad cabe atribuir al Padre Ford. No hay urbe sobre la faz de la Tierra que no adapte su ritmo y fisonomía al carro metálico de cuatro ruedas, signo de estatus, comodidad y estrés. El otro dios es el ladrillo, tan majestuoso y resiliente, tan aprovechable. Porque en su condición de dios fértil y generoso, el ladrillo adora la especulación y el sobreprecio, los alquileres turísticos, las suites de lujo y los proyectos faraónicos. El ladrillo es la sirena de Ulises en talla XXXL. 

Que no cunda el pánico

Este conjunto de fenómenos contrasta con la visión de futuro proyectada por la élite mundial. Se supone que ellos son más inteligentes que nosotros, ahí están sus Metas, Googles, Teslas y Alibabas, luego es razonable confiarles nuestra paz mental. Y ellos vislumbran con más pasión y convicción que nadie esas praderas, esos mares sin alquitrán, esas ciudades sin coches (o con coches no contaminantes), esa IA al servicio del diagnóstico precoz, esos alimentos para todos, esas sociedades repletas de humanistas, de filósofos, de artistas con nada mejor que hacer porque percibirán una renta universal y las máquinas se ocuparán de todo, del trabajo horrendo y del jefe vocinglero, y al final del túnel, seguro, aguardará el arcoíris de la absoluta regeneración del planeta y la reversión del cambio climático, y la política ni siquiera existirá porque el algoritmo será tan sensato que, a través de las matemáticas, esos números que a nadie engañan, tomará las decisiones más ponderadas.   

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