Víctor de la Serna, maestro de periodismo y de vida
«Detrás de esa fachada dura se ocultaban una bonhomía restallante y un sentido del humor castizo y socarrón y, especialmente, un periodista de raza»
Mi primer encuentro con Víctor de la Serna fue un tanto surrealista. Corría el mes de abril de 1996 y yo me acaba de incorporar a El Mundo para trabajar en Las Agendas de Metrópoli, un proyecto editorial de Juan Manuel Bellver dedicado principalmente a la gastronomía en el que De la Serna ejercía como asesor, bajo su pseudónimo de Fernando Point. Mientras terminaban de instalarnos los equipos, apareció en la sala donde estábamos ubicados un señor más bien grandote que muy serio, sin dar siquiera los buenos días, preguntó con una voz grave que infundía cierto temor: «¿Está Bellver?». Algo abrumado, le contesté que no, que llegaría en un rato. «Pues cuando llegue, dile que vaya a ver a Víctor de la Serna«.
Cuando llegó Bellver, le miré muy serio y le dije: «Ha venido a verte un señor un poco borde que decía que era Víctor de la Serna, pero yo juraría que era Vicente Salaner». «Son la misma persona», me respondió entre risas. Claro, en aquella época preinternet yo sabía cómo era Vicente Salaner porque seguía sus fabulosas retransmisiones de la NBA por televisión. Y, aunque por supuesto sabía quién era Víctor de la Serna, no sabía cómo era Víctor de la Serna… Ahí me enteré de que Víctor era Vicente, Vicente era Fernando y Fernando era Víctor. Tanto monta.
Así empezó una relación profesional que se prolongaría a lo largo de los siguientes 25 años, que empezó siendo entre maestro condescendiente (él) y discípulo admirador (yo) y acabó derivando en una bonita amistad. Cinco lustros en los que descubrí que detrás de esa fachada aparentemente dura se ocultaban una bonhomía restallante y un sentido del humor castizo y socarrón y, especialmente, un periodista de raza, de vieja escuela anglosajona, principios incorruptibles y profundos amor y respeto por su profesión.
«Cuando en el plato había grano, disfrutaba del mismo como un niño grande. Eso sí, como buen niño grande, ojito con llevarle la contraria, en esto o en cualquier otra cosa…»
Con una cultura casi renacentista, un apabullante poliglotismo (además del castellano, dominaba el inglés, el francés, el alemán y el italiano… y seguro que algún idioma más) y una impecable prosa ligera y directa, Víctor podía escribir y opinar, siempre con criterio, de lo que le viniera en gana, pero prefería centrarse en los ámbitos de la vida que más le atraían, de tal forma que para él muchas veces trabajar era sencillamente desarrollar sus pasiones. A saber: relaciones internacionales, vino, gastronomía y baloncesto.
Madridista impenitente (nadie es perfecto, le decía yo a veces), el deporte de la canasta le debe mucho a su labor en los años 60 y 70, cuando se codeaba con lo más granado de la NCAA y la NBA (siglas que en la época eran un enigma para la mayoría de españoles) y gestionó el fichaje para el club blanco de jugadores estadounidenses que contribuyeron decisivamente a la conquista de las primeras Copas de Europa.
En la cuestión gastronómica, compartir con él mesa y mantel (como se titulaba su sección semanal en Metrópoli), era una experiencia impagable. No sólo porque derrochaba conocimientos sobre la historia de platos y productos sino por su innata capacidad para distinguir el grano de la paja. Cuando en el plato había grano, disfrutaba del mismo como un niño grande. Eso sí, como buen niño grande, ojito con llevarle la contraria, en esto o en cualquier otra cosa…
Miembro de la Real Academia de Gastronomía, fue reconocido hasta en tres ocasiones con el Premio Nacional de Gastronomía, siguiendo la tradición familiar, ya que su madre, Nines Arenillas, lo había ganado antes que él.
En cuestiones enológicas era una enciclopedia. Y cómo cataba… Aunque siempre decía que el vino es para beberlo, no para catarlo. Su amor por esta bebida le llevó a poner en marcha, a principios del siglo XXI, el portal pionero especializado elmundovino, que durante dos décadas fue líder en su sector.
También era miembro de la Academia Internacional del Vino e incluso llegó a fundar una bodega propia, Finca Sandoval, que puso la denominación de origen Manchuela en el mapa mundial. Si encuentran alguna botella de Finca Sandoval o Salia de la década de los 2000, no duden en hacerse con ella.
Vi a Víctor por última vez el domingo 23 de junio de 2024, en el Mercato Italiano de la calle de Ríos Rosas, en su adorado barrio de Chamberí. Yo estaba desayunando una focaccia con mortadela y él hacía acopio de quesos y embutidos italianos para una comida en casa. Después de abrazarnos y recordar los buenos viejos tiempos de Metrópoli, nos emplazamos para comer juntos después del verano. Desde este viernes 19 de octubre de 2024, esa comida queda pendiente sine die…