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Carlos Padilla

‘Maldito’ Sánchez ni canta ni baila: se lo pueden perder

«Si la pretensión de Sánchez, como contó Varela, era «prestigiar a todos los trabajadores de La Moncloa», estos ocupan papeles anecdóticos en comparación con el jefe, al que nunca se le llama el número «1»»

Opinión
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‘Maldito’ Sánchez ni canta ni baila: se lo pueden perder

Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

No era censura, era criterio. Como sin drama no hay vida o producto que valga la pena consumir—que se lo digan al clan de las Campos o a las rancheras de José Alfredo—, el diario El País anunció que iba a emitir, en un acto de valentía comparable a su tirada de ejemplares en el 23-F, el documental de Pedro Sánchez. Añadiendo en la promoción, de manera machacona, que era el documental «que nadie quiso emitir», un documental «maldito» (que alguien llame a Iker Jiménez y Carmen Porter). Oigan, si Pablo Iglesias hizo carrera política anunciando en cada mitin que el IBEX nunca iba dejar tocar moqueta a un partido como Podemos, y la gente le creyó, ¿Por qué no puede el diario de Prisa vender así su producto?

Tenemos que inventarnos drama—es el mercado de la atención, amigo—, pero tras ver ‘Moncloa: Cuatro estaciones’, uno comprende que no era censura, era criterio. Asisto desde mi sofá a un señor tostón, muy bien grabado, unos platos conseguidos, gente guapa y con muchos conocimientos, aunque sin ritmo, sin un interés apreciable ni siquiera para los más cafeteros. Curro Sánchez Varela, tras un documental sobre Paco de Lucía (su padre), Malú (su prima) o el diestro Curro Romero, o sea, tras el genio de la guitarra, una cantante y un torero, lo tocaba un presidente de gobierno o un concursante de reality. Y ahora el asunto de la telerrealidad anda flojeando en Telecinco. Varela, especializado en el cine documental, pensó en Pedro Sánchez. Un hombre que lleva preparándose muchos años para ser el presidente del Gobierno en un documental sobre el presidente del gobierno. 

Visto el primero de los cuatros capítulos, cabe concluir que la gente que trabaja en Moncloa es muy consciente de que trabaja en Moncloa. Un privilegio y un esfuerzo. Una responsabilidad y un honor. Y sin embargo, si la pretensión de Sánchez, como contó Varela, era «prestigiar a todos los trabajadores de La Moncloa», estos ocupan papeles anecdóticos en comparación con el jefe, al que nunca se le llama el número «1», por si algunos malvados teníais dudas. Los empleados de la Moncloa son actores de reparto, los más naturales frente a lo impostado—más aún de lo que ya suele estar—del presidente y los ministros. Los currelas monclovitas—excelentes profesional— dan la sensación de que están este primer capítulo para soltar frases que vienen bien para un tráiler, «la primera vez que estás aquí impresiona», «cada día vale un mundo», «el trabajo es todo el tiempo» … 

Hay tres momentos sobre los que Sánchez va yendo de un lado a otro, y mientras se muestra alguna digresión: acto del 8-M con Irene Montero, invasión rusa a Ucrania y el logro de la ‘excepción ibérica’ en Bruselas. Y empiezan las fotos. Sánchez cabreado con Belarra porque ha llamado «partido de la guerra al PSOE»;  Sánchez diciendo desde el coche oficial que él ha intentado romper ese mantra de que los presidentes no pisan la calle; Sánchez relatando—a lo Iniesta narrando su gol en Sudáfrica—como se levantó en Bruselas para conseguir que a los españolitos nos hicieran caso; Sánchez sacando a los perros en Moncloa; Sánchez pasea con Óscar López por Moncloa; Sánchez y Begoña desayunando juntos mientras leen la prensa—en papel—jamás en esos digitales de la mentira. 

Se equivocará si usted pensaba que el presidente, puro diamantino, iba a revelarse ante nosotros en su faceta más cercana y personal. El desayuno del matrimonio Sánchez Gómez en La Moncloa parece más estudiado que las 127 tomas que tuvo que interpretar Shelley Duval en la escena del bate en ‘El resplandor’. Qué espaldas rectas, que delicadeza cogiendo los diarios—en papel, repito, siempre en papel—, las frases cortitas y al pie. Luce exactamente como—oh, sorpresa—luciría una persona que sabe que la están grabando, y no como todo hijo de vecino que se le parte la galleta en el café y se caga en todo lo cagable, y encima es lunes. No pido llegar a esos extremos, pero ni una coña matinal, una bromita entre personas, no me causa rubor escribirlo, profundamente enamoradas. Es frío y te deja lo mismo que tras ver un anuncio de la teletienda, sabes que esa pareja de ancianos no ha aparecido probando la aspiradora por casualidad. Intuyes que saben que tú los miras. 

Celebro que haya documentales sobre La Moncloa, sobre los trabajadores de la sede de la presidencia del gobierno. Quiero que se sepa más, mejor, lo que hacen o dejan de hacer, sus tareas y su, intuyo, extrema profesionalidad. Y sin embargo, viendo lo visto, bastaba un solo capítulo para prestigiar correctamente a los currantes de la Moncloa. Esto va de Sánchez, pero un Sánchez que llevamos años conociendo. O sea, en términos folclóricos, ni baila ni canta ni se sale un centímetro de lo que él sabe hacer aquí: ser el presidente del Gobierno en un documental sobre el presidente del Gobierno. Un documental aburrido. Ni maldito ni censurado, un tostón. Eso casi es peor que la censura. 

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