Una España tercermundista
«La separación de poderes se ha ido al guano, y llegará un momento en que será difícil diferenciar al político del juez. La corrupción florece, la deuda nos come»
El arriba firmante nació en 1986. Cumple, mientras escribe esta columna, sus 38 primeros años. Sin pretender pasar por adanista, y tras estudiar y bucear en la historia de este país, no parece descabellado afirmar que vivió, entre los noventa y los dosmiles, la mejor época de este país. Próspera, segura, fértil, constante, expansiva, floreciente. Un lapso de felicidad sólo comparable, en la época moderna, a otro inicio y fin de siglo, al tránsito entre el XIX y el XX, cuando desastres como el del 98 no alteraron el estatus político nacional básicamente porque el estatus político nacional funcionaba. Volviendo a la España de hoy, se vivieron tiempos esplendorosos no hace tanto, pero ha pasado el tiempo, y la verdad desagradable asoma, como decía el poeta.
Yo les contaré a mis hijos que existió la clase media. Que la sociedad vivía en una meritocracia real, donde se premiaba el talento y el esfuerzo. Esa misma clase media, a la que sólo le hace falta echar la vista atrás un lustro para ver que la lista de la compra era más una rutina que un lujo, ahora vive anestesiada al calor de las noticias que alimentan el sesgo de confirmación, esto es, de las noticias que dicen lo que se quiere escuchar. Nada importa no poder echarse una garrafilla de aceite al carro si mi analista político de cabecera vocea como a mí me mola.
«Un ente, el educativo, culpable de la falta de meritocracia, con repetidores que nunca lo serán y graduados que nunca debieron serlo»
Mientras, esa misma clase media que ya no existe observa cómo hay que esperar meses para que te entreguen una vacuna para un recién nacido, y semanas para que un médico atienda a un anciano. Es fácil ver cómo apenas quedan plazas en guarderías y colegios públicos. Si finalmente entras, te encuentras con un ente, el educativo, que es el principal culpable de la falta de meritocracia, con repetidores que nunca lo serán y graduados que nunca debieron serlo. La cultura, que en algún momento sirvió de escape para momentos oscuros, vive supeditada a lo que dictan minorías alzadas, con un gusto claro por la cancelación. Eso, la poca cultura que queda libre de alianzas con el poder.
Además, por citar sólo noticias de la última semana, el arriba firmante ve que la separación de poderes se ha ido al guano, y llegará un momento en que será difícil diferenciar al político del juez. Que la corrupción florece. Que las encuestas financiadas por el Estado intentan favorecer al Gobierno. Que un fugado toma más control cada día sobre una comunidad autónoma. Que el problema de la vivienda es un problema que al Gobierno le sirve para protestar, pero no para trabajar. Que la pirámide demográfica es un naufragio. Que la deuda nos come. Que los ultras se hacen con el fútbol. Que los trenes de larga distancia descarrilan, y los de media distancia son el infierno del Dante. Que la Biblioteca Nacional se cae a trozos. Y así ad infinitum. Si el arriba firmante pudiera hablar con aquel que transitaba por los noventa, se lo diría claro: prepárate para el tercer mundo, querido amigo.