THE OBJECTIVE
Guadalupe Sánchez

Errejón patriarcal

«En su carta de despedida Íñigo reconoce los hechos, pero no asume la culpa, que imputa exclusivamente al patriarcado, es decir, a lo que tiene entre las piernas»

Opinión
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Errejón patriarcal

Errejón, exdiputado de Sumar | Eduardo Parra (Europa Press)

Íñigo Errejón abandona la política. Lo anuncia a través de un comunicado que parece redactado por Antonio Ozores tras haber sido poseído por su tocayo Gramsci: «En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros. Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo. Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona».

Un texto marciano en el que revela que su núcleo irradiador ya no es hegemónico porque ha dejado de seducir a los sectores aliados laterales. Dicho de otra forma: los suyos lo van a dejar caer. Me explico: algunos medios digitales andaban publicando que Íñigo estaba en la cuerda floja por acusaciones anónimas de violencia machista. Nada nuevo bajo el sol, la verdad, ya que son denuncias que llevan tiempo moviéndose en las redes sin que nadie tuviese a bien conferirles veracidad.

Ayer, de pronto, todo cambió. Lo que hasta entonces carecía de credibilidad, de pronto se transformó en un clamor feminista. Íñigo sabía que lo iban a sacrificar en los altares del MeToo y decidió plasmar sus últimas palabras en una misiva que, estoy segura, no consensuó antes con su abogado. 

Lo más llamativo de la carta de despedida es que Íñigo reconoce los hechos, pero no asume la culpa, que imputa exclusivamente al patriarcado, es decir, a lo que tiene entre las piernas. El género, por lo visto, multiplica la «subjetividad tóxica» en las relaciones con los compañeros y compañeras. Ya sabemos, porque así se han encargado de repetirlo machaconamente, que las mujeres somos víctimas a las que hay que creer siempre, mientras que los varones son violadores en potencia que deben vivir en constante penitencia por haber nacido con genitales masculinos.

«No voy a sumarme al linchamiento mediático de Errejón y les voy a pedir que, mofas aparte, respeten su presunción de inocencia»

El adiós de Íñigo nos demuestra cómo la izquierda recurre al colectivismo para socializar las culpas y evitar asumir responsabilidades por los propios actos: no he sido yo, la biología me ha hecho así. Pero también destila una enorme hipocresía, porque el mismísimo Errejón y todos sus camaradas -hasta hoy, silentes- no habrían dudado lo más mínimo en machacar inmisericordemente a cualquier rival político u hombre en general al que le hubiesen imputado las mismas faltas que le achacan a él. Al final, es lo de siempre con estos aliados del feminismo caviar: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Por otro lado, no es de extrañar que la gente que se mueve en los círculos del llamado «feminismo identitario» muestre una obsesión malsana por la generalización de los comportamientos machistas entre la población masculina. Visto lo visto, seguramente sea lo único que han conocido y hasta sufrido. Pero espero me permitan explicarles, en mi condición de mujer, que fuera de esos entornos progresistas existen hombres educados, honrados y amables, exquisitos en el trato y en la conversación. De hecho, lo son la gran mayoría. Incluso me atrevo a sugerirles que dejen de un lado su sectarismo y entablen relaciones fuera de esos ambientes tóxicos en los que habitan. El mundo es grande y está lleno de gente maravillosa, con o sin verga.

Dicho lo cual, no voy a sumarme al linchamiento mediático de Errejón y les voy a pedir que, chanzas y mofas aparte, respeten su presunción de inocencia, un derecho humano fundamental del que gozan tanto quienes nos caen bien como quienes no. Además, es bastante probable que el caso de Íñigo sea como con el de otros muchos a los que antes ha señalado el anónimo dedo inquisidor del feminismo vengativo, a menudo incapaz de disociar la decepción, la insatisfacción, la frustración o la mala educación de los conceptos de violencia o de delito. Ya sé que está disfrutando de lo sembrado, pero me niego a ser como ellos. Espero que ustedes también.

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