Las gafas de Feijóo
«Las gafas de Feijóo son un punto de inflexión. O el PP saca músculo en mitad del escándalo socialista o no habrá mechas que arreglen esto»
Lo contrario a la belleza no es la fealdad, sino la dejadez. Esa condena invisible de las carnes cayendo. La ropa cómoda. El cualquier trapito. Just Eat, Netflix, bajar la basura, sacar a un yorkshire llamado Thor. Skechers. Polares del Decathlon. Un paquete de Fortuna en el bolsillo. El abandono. Evitar los espejos. Vaqueros que ya no abrochan. Jerséis en invierno, camisas hawaianas en verano.
A mí me gusta que Yolanda Díaz se ponga guapa. Dicho con neutralidad quirúrgica. Me gusta, insisto, como observador congelado. Los vestidos de Adolfo Domínguez y de Purificación García, los tacones de Michael Kors, las blazers del Zara. Creo que la política debe tener un cierto encanto aspiracional. El poder sin coquetería es sólo un delirio bárbaro.
Por eso nunca aplaudí a Pablo Iglesias vestido de dios sabe qué, con esas mangas tan largas, como si se estuviera convirtiendo en niño tras meter una moneda en la máquina de Zoltar. Comprar en el Alcampo no te hace más de barrio. A la hora de la verdad, como bien recordaba el otro día la ministra Isabel Rodríguez, casoplón con piscina. Tanta camisa de cuadros para terminar viviendo, victimizado, en una urba.
Las camisetas con mensaje debajo de las chaquetas. Ahí empezó el declive de Occidente. Luego llegó el ladrillo visto en los salones, el queso cortado en cuñas y el vino con hielo. Luego dicen de las camisetas de Nirvana llevadas por jóvenes que jamás han escuchado a Nirvana, pero… ¿Quién con camiseta de Lorca ha leído a Lorca como Lorca merece ser leído? Los parlamentos se han convertido en lugares extraños. La ropa no habla, la ropa grita.
Tengo ya cierta edad. Empiezo a llevar la cintura del pantalón en su sitio. Con el tiempo he descubierto que unos buenos zapatos son tan cómodos como unas zapatillas de deporte. Que los estampados, como los fritos, sólo muy de vez en cuando. Que llamar la atención es un vestigio juvenil. Que dar la nota es el consuelo del que ya no tiene nada que decir.
«Ante la imposibilidad de cambiar de vida, nos conformamos con cambiar de peinado»
Por eso, me gusta ese cambio sutil de Alberto Núñez Feijóo. Ese Clark Kent inverso. Prescindir de las gafas. Y luego que no hay tinte masculino digno. El pelo cano, más denso. Ante la imposibilidad de cambiar de vida, nos conformamos con cambiar de peinado. Ya sólo falta desterrar del armario el traje gris, funcionarial, de comunión de los noventa. Y apostar por el azul, que en contra de lo que se dice, es el verdadero color de la esperanza.
Sería importante saber si, quitarse las gafas, va a permitir a Feijóo ver mejor el mundo que le rodea. Para evitar tropezarse con querellas vanas, para que sus presidentes autonómicos muestren más unión y juego fluido, para que la palabra baje del mundo de las ideas y se haga hueco, poco a poco, entre la ciudadanía. Hay camino. Sólo hace falta empezar a recorrerlo con menos boato y más firmeza.
Todos sabemos que si una amiga viene con el pelo corto es que se acaba de separar. Todos sabemos que si un político cambia de look es porque su proyecto se ha detenido. Vamos del exterior al interior, el cambio por fuera sólo sugiere interés en un cambio por dentro. Así funcionamos. Hay que buscar la belleza. Y la belleza en política es la confiabilidad y la determinación.
«Pablo Casado se dejó barba para parecer mayor, y al rato estaba políticamente muerto»
Oculto tras su barba y sus gafas, Mariano Rajoy consiguió una mayoría absoluta en 2011. Eran otros tiempos. El pastel no tenía tantas incisiones. Pablo Casado se dejó barba para parecer mayor, y al rato estaba políticamente muerto. Las gafas de Feijóo son un punto de inflexión. O el PP saca músculo en mitad del escándalo socialista o no habrá mechas que arreglen esto.
Dijo Coco Chanel que «la belleza comienza en el momento en el que decides ser tú misma». La única duda que tengo es si, en esta moderna política, ser uno mismo es una posibilidad. Hay demasiada gente alrededor pidiéndote que seas otra cosa. Y ahí, intuyo, es donde empiezan los problemas. Nunca te dejes ver en público en bermudas. Nunca dejes que tu entorno hable por ti. Nunca uses en público palabras que no uses en privado. Nunca des las cosas por sentadas. Si tienes una verdad, insiste. Insiste hasta el hartazgo. Así rompe el agua la piedra. Porque así es la política: una cuidadosa mezcla de terquedad y belleza.