Cuanto más lo lapidáis, mejor me cae Errejón
«Si yo fuera él contrataría a un abogado y me haría rico con las indemnizaciones que me pagarían todos los medios que publican testimonios anónimos»
Tonto que es uno, y tiempo para perder que tiene… ayer entré en la cuenta de Twitter de la actriz Elisa Mouliaá, hasta ahora la única persona que, con nombres y apellidos —no con testimonios anónimos, y, por consiguiente, nulos—, ha denunciado a Íñigo Errejón por malos tratos o abuso sexual.
Ella misma, para explicarse ante la incredulidad que manifestaba su propia parroquia ante su relato de los hechos infamantes, el domingo colgó en Twitter un diálogo por WhatsApp que a la noche siguiente de los hechos sostuvo con su amiga, la anfitriona de la fiesta donde se produjo el supuesto acoso de Íñigo Errejón, y durante el cual ella fue víctima, de un delito sexual… tres años después.
Viendo que el efecto de la publicación de esos tweets como argumento de respaldo de su declaración policial que ella aportaba —con una candidez, por no decir otra cosa, asombrosa— era contraproducente, y que la comunidad de tuiteros se hacía cruces, y sus amigos le recomendaban «calla, calla», acabó por borrarlos.
Pero otros tuiteros desocupados habían tomado capturas, y ésta es la transcripción del relato de aquella noche de Walpurgis según Mouliaá tal como se la contó a su amiga y anfitriona al día siguiente:
«Pensé que podía ser una historia de amor preciosa, pero en lugar de encontrarme con algo romántico me encontré con una persona que lo único que quería era tocar mi cuerpo y meterme la lengua».
«A pesar de que es un crack… es como que me decía todo tan claro lo que quería y cómo lo quería que me he sentido un poco presionada».
Su amiga entonces se interesa —¡ganas de hozar! ¡Son muy humanas!— por si mantuvieron relaciones íntimas, y la actriz responde:
«-Jj No
Me fui a casa
Mi padre me llamó que estaba Siena enferma
Y me he preocupado
Pero aun así hemos terminado en su casa
Y él me ha entrado a saco, igual que en tu casa, que me llevó a un cuarto.
Pero ff»
La amiga, insaciable, pregunta:
-«Jaja ¿Y pasó algo?»
Elisa, la víctima, explica:
-«Yo es que soy más de piano piano y de calentar el fuego».
Insiste la amiga:
-«¿Y qué le dijiste?»
Elisa:
-«Pues le he cortado, sí,
Y hemos acabado con una buena conversación
Él iba a lo que iba y en este sentido creo que está muy acostumbrado a ser quien es.
Pero se pierde mucho, y hemos acabado con una buena conversación».
Nada que ver, como se ve, este reveladoramente vulgar relato de los hechos con la historia de abusos que la actriz ha denunciado tres años después.
Hasta ahora, el señor Errejón ya ha sido linchado por una marabunta de periodistas y espontáneos —ayer mismo, aquí, un columnista sin duda purísimo le llamaba «abyecto» entre otras lindezas, creyendo que son gratuitas e incurriendo, me temo, en delito de odio— que obviando la presunción de inocencia se apuntan al refrán de «a moro muerto, gran lanzada», piden cárcel para él e incluso acosan a su desdichado padre en la calle con preguntas repugnantes. Siempre estos atropellos se hacen, naturalmente, en nombre de la democracia, de los derechos de las mujeres, etc.
Si yo fuera el desdichado señor Errejón, con cuyas ideas no comulgo para nada, pero con quien más simpatizo cuanto más filisteos se apuntan a su lapidación… Si yo fuera él, en vez de suicidarme, que es en lo que debe de estar pensando, o de emigrar a Haití y empezar una nueva y sombría vida como maestro de escuela en alguna aldea selvática, que son los destinos a los que le precipitan esos beatos, mañana mismo me levantaría de la cama y contrataría a un buen abogado.
«No va a ser sólo Cristina Fallarás, la candidata por Podemos al Consejo de TVE, la que obtenga fama y fortuna»
En unos cuantos pleitos me haría rico con las indemnizaciones que me pagarían todos los medios que publican testimonios anónimos (amparados en ese colmo de la hipocresía disfrazada de respeto humano que es el sintagma «ha preferido no decir su nombre») o claramente falsos —como los de la señora Mouliaá.
No va a ser sólo Cristina Fallarás, la candidata por Podemos al Consejo de TVE, figurante en sus listas electorales —sin que esto, claro está, tenga nada que ver con la destrucción controlada de Sumar, cuya única cabeza relativamente funcional era Errejón— y orquestadora de este repugnante auto de fe la que obtenga fama y fortuna, mediante su libro de denuncias anónimas que —¡oh, qué casualidad!— se publica estos días.
Desde aquí la felicito por una campaña de publicidad tan soberbiamente orquestada. Con sus víctimas inocentes, sus malvados jokers…
Comparada con ella, Mouliaá no es más que una aprendiz.