THE OBJECTIVE
Marcos Ondarra

Amiga, date cuenta

«El único que se preocupó por ti fue ese taxista que te llevaba a casa y que cuando te escuchó maldecir en voz alta te dijo: ‘Si te trata así, igual no te merece’»

Opinión
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Amiga, date cuenta

Ilustración de Alejandra Svriz.

Te creíste que venían a asaltar los cielos, pero te asaltaron a ti, de noche, para decirte que eras «muy madura para tu edad» y que podías ir al baño mientras se refrescaban. Cuando volvieron, te pasaron la mano por la cadera (uno de ellos tocó nalga) y se emperraron en llevarte casa. Pese a tu negativa (tú querías llegar sola y borracha), uno de ellos te acompañó hasta el portal y tú le recordaste que «sólo sí es sí» cuando se puso tocón e insistía en subir. Antes de desvanecerse (tu memoria), te metió la lengua hasta el hipotálamo sin previo aviso y eso es lo último que recuerdas antes de subir rauda, quitarte los tacones y caer rendida sobre tu cama.

A la mañana siguiente no entendías nada. Los habías visto el mes pasado en la manifestación del 8-M, cuatro filas detrás de la primera línea, acompañando pero cediendo el protagonismo. Habías leído con devoción todos y cada uno de sus artículos sobre feminismo, consentimiento y asertividad (sic); todos ellos escritos con esa sensibilidad tan suya que se les perdonaba el mansplaining.

Ellos no eran como tu vecino del cuarto, ese que tenía colgada del balcón una bandera rojigualda y compartía habitualmente en Twitter posts sobre denuncias falsas, el problema de la okupación y demás bulos de la ultraderecha. Tú le habías retirado el saludo porque «al fascismo no se le tolera, se le combate». De él te esperabas cualquier cosa; lo peor. Por suerte, se terminó mudando para irse a vivir con su novia de toda la vida, y hace poco tuvieron una niña que se llama Clara.

No conocías el refranero español, que es sabio, y que avisa de que quien de algo presume es porque de ello carece, que la virtud pública suele atender a un vicio privado, y que «cree el ladrón que todos son de su condición». Tú estabas a cosas más elevadas, como la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales.

Se lo contaste a Peio, un aliado muy concienciado sobre la necesidad de feminizar el Museo del Prado, tomando unas birras tras una charla en el círculo de Chamberí. Él había estado contigo aquella noche y conocía a Íñigo, por decir un nombre, pero tú estabas segura de que él era diferente. Te escuchó y te habló del virus de «subjetividad tóxica», del pernicioso estilo de vida «neoliberal», y de la radiación de fondo «patriarcal» de nuestro universo cultural. Y lo entendiste todo.

«Decidiste, en un acto de magnanimidad, no decir nada para no interferir en la campaña electoral y frenar así a la ultraderecha»

Con el tiempo, Peio y tú fuisteis intimando. Cada vez hablabais más frecuentemente por WhatsApp, y compartíais fotos subidas de tono en Telegram. Todo consentido. Con el tiempo, y tras quedar con un par de capullos más del círculo, coincidisteis en una fiesta. Tú estabas hablando con un chico y él te tomó fuertemente del brazo. Te introdujo en una habitación y, sin mediar palabra, se sacó el miembro.

Te sentiste humillada y te fuiste maldiciendo en el taxi contra los hombres, diciendo que todos son iguales, «los hijos sanos del patriarcado». Con el tiempo, te enteraste de que Peio había trepado en uno de los partidos progresistas, feministas y ecologistas de moda. Y te imaginabas cómo se pondrían Yolanda, Mónica o Irene si se enteraran, pero decidiste, en un acto de magnanimidad, no decir nada para no interferir en la campaña electoral y frenar así a la ultraderecha.

Te abriste, después de mucho tiempo, a compartir tu experiencia con Cristina Fallarás, sabiendo que ella sí, que ella sí te escucharía. Tu historia se publica este año en un libro reseñado por Irene Montero, y cuyos ingresos íntegros irán a parar a «una asociación sin ánimo de lucro formado por mujeres de todos los ámbitos». La suya.

Al final, el único que se preocupó por ti fue el taxista que te llevó a casa tras la fiesta, y que cuando te escuchó maldecir en voz alta te dijo: «Si te trata así, igual no te merece». Ni cotiza que aquel amable conductor es un heterobásico casado y con hijos que adora a Rafa Nadal, anima a la selección española en cada mundial y vota a PP o Vox.

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