THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

La 'pax catalana' de Illa

«Tiene razones Puigdemont para preocuparse. El votante nacionalista conservador se está sumando al PSC. La burguesía aplaude el socialismo discreto»

Opinión
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La ‘pax catalana’ de Illa

Salvador Illa. | Alejandra Svriz

El discreto encanto de Salvador Illa, el nuevo presidente de la Generalitat, gusta entre las clases altas catalanas, entre esa burguesía que valora el pragmatismo, el silencio y la sensatez. Al dinero nunca le ha gustado el ruido. Las familias con viejos apellidos, tras décadas de cercanía al pujolismo y largos años de proceso hacia la nada, apoyan ahora al Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC). Tienen la esperanza de seguir haciendo negocios sin ser noticia. A la espera de tiempos mejores, sus sedes, domicilios e inversiones siguen donde estaban, fuera del Principado. No vayan a volver Ada Colau o Carles Puigdemont con alguna idea del TBO y se acabe la pax de Illa.

La burguesía catalana nunca ha sido valiente; se conforma con ser sagaz y mantener el patrimonio. Los mandamases actuales (la Caixa, Banc de Sabadell, Repsol, Cepsa, Damm, Puig…) dejaron hace tiempo de opinar en público, incluso de participar activamente en reuniones o congresos. La última vez que, en un encuentro del Círculo de Economía, pregunté a los presentes cuándo sería prudente volver a instalar su razón social en Cataluña, un conocido empresario, me avisó: «De eso, es mejor no hablar». Y no hablamos. 

Con la llegada del aburrido Illa -la definición es del propio político- ha vuelto la tranquilidad, aunque no los planes de retorno. «Roda el món i torna al born» (Da la vuelta al mundo y vuelve a casa), dice el viejo refrán, pero los empresarios siguen sin encontrar el momento: demasiada incertidumbre. La amnistía y el controvertido concierto económico catalán sobrevuelan las Cortes, mantienen en vilo a la justicia. Es cierto que el barcelonés siempre quiere volver al Born, a ese barrio portuario de donde salían barcos cargados de mercancía. ¿Para qué apresurarse si en Madrid, Valencia o Zaragoza les tratan bien? Se vuelve el fin de semana en AVE y santas pascuas.

Últimamente, ante la amenaza gubernamental de convertir en permanente el impuestazo a las empresas de energía y a la banca, crecen las reticencias. Por ello y para no tener que aparecer en primer plano, los altos directivos y grandes accionistas han convertido al presidente de la patronal Foment del Treball, Josep Sánchez Lliure, en portavoz de los mandamases catalanes. El ex político de Unió (fiel socio de Convergència) ha pedido prudencia a Pedro Sánchez y a sus ministros/ministras. Dice Foment que mantener ese impuesto supondría perder unos 15.000 millones en crédito para inversiones en Cataluña. Con La Caixa y con Repsol ha topado la vicepresidenta María Jesús Montero. Junts y el PNV -partidos de cabecera del empresariado vasco y catalán- ya advirtieron al Gobierno que votarían en contra de la ley. Por el momento, el Congreso ha ampliado el plazo de enmiendas hasta el 6 de noviembre.

El sector negocios del socialismo se ha puesto las pilas para conseguir acuerdos que mantengan al presidente Sánchez en el poder hasta cuando digan las encuestas. En Moncloa tiran del gran intermediario Rodríguez Zapatero para convencer a Puigdemont, aunque sea de forma temporal. La izquierda que sumaba hace aguas y la que podía ya no puede. O sea que huele a cambio de época. 

«Illa se fotografía con el exhonorable Jordi Pujol. Está heredando sus votos y hay que ser agradecido»

Ese aroma de mudanza lo olfatea la clase empresarial. En Cataluña, las apuestas son a impar y rojo (más bien a rosado); Illa va ganando votos del establishment. La menguante burguesía, harta de cuentos belgas, se ha pasado, según me dijo un conocido empresario, «a la socialdemocracia discreta y respetuosamente nacionalista, al mal menor». Me quedé bocabadada (boquiabierta) ante la mezcla. «¿Y la lengua castellana?», le pregunté. Esbozó una ladeada sonrisa y se guardó la respuesta, pero le entendí: no es problema, sus hijos van a la escuela privada y plurilingüe.

Illa, para demostrar su catalanismo y hacerse perdonar la participación en alguna que otra manifestación anti procesista, como la de 2017 a favor de la unidad de España, se fotografía con el exhonorable Jordi Pujol. Está heredando sus votos y hay que ser agradecido. El prócer que reinó 23 años en Cataluña y sigue imputado por un caso que lleva 12 años sin resolverse, no se fía. Convencido de su superioridad moral, acaba de reclamar a España la transferencia de las competencias sobre inmigración. Cada inmigrante latino que entra es una amenaza (que España no padece porque comparte la lengua) para la famosa identidad catalana. Pujol y la pujante ultraderecha nacionalista de Aliança Catalana piensan igual. 

Si quiere sobrevivir Puigdemont al mundo happy de Illa necesita recuperar la vieja centralidad convergente y demostrar que, como todos sabíamos, ellos son de derechas. Últimamente, parece que añoran aquellos pactos del Majestic con el PP. Por el momento, el huido y sus siete magníficos han hecho caer y retrasar algunas leyes de la Ejecutiva de Pedro Sánchez, pero no le será fácil recuperar la confianza del dinero catalán tras haber obligado a salir corriendo a miles de sociedades. 

En los almuerzos veraniegos de la burguesía -en esas tierras mediterráneas no hay monterías ni tertulias- se habla bien del exministro de Sanidad, del católico que hoy preside la Generalitat. Por eso, al último civet (estofado de ciervo) organizado en octubre por el cazatalentos Luis Conde (Seeliger y Conde) asistieron 400 personas bien escogidas. Fue en Fonteta, uno de los pueblos del Empordà con más ricos por metro cuadrado, y hasta allí acudieron los ministros Félix Bolaños y Raquel Sánchez

Tiene razones Puigdemont y lo que queda de la tribu de Junts para preocuparse por su futuro en Cataluña. El votante nacionalista conservador se está sumando a la pax de Illa. La burguesía catalana aplaude -sin ruido- el socialismo discreto. Todo bien, salvo un detalle: lo que es bueno para Illa puede acabar siendo malo para Sánchez.

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