THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

La política de depredación

«A Sánchez España le importa una higa. Las instituciones que retuerce para mantenerse en el poder no decaerán lo suficiente como para que se incomode»

Opinión
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La política de depredación

Ilustración de Alejandra Svriz.

Radio Nacional de España desaloja toda una planta de sus estudios y manda a sus empleados a paseo, o a realojarse en tal o cual estudio. El lugar ha de quedar expedito para Begoña Gómez, experta en transformación social competitiva, innovación de ONG y captación de fondos. Sobre todo, captación de fondos. Por el momento, lo que captó, a esas alturas, fue la segunda planta de la Casa de la Radio. Gómez va a grabar un podcast fractal: «Repetía las mismas palabras de manera continuada»; el todo se parece a las partes. Y a la hora de editarlo en forma de discurso, es necesario reducirlo a cinco minutos para evitar que el oyente crea que ha vuelto el dadaísmo. 

Nunca ha sido «la radio de todos»; ni ahora ni cuando se creó. Pero nunca se había tomado Radio Nacional de España de forma tan atrabiliaria y tan a beneficio particular. Con todo, no es el hecho en sí lo que me llama la atención de esta historia. Lo que me parece significativo es que la esposa de Pedro Sánchez hizo suya las instalaciones de la radio pública en septiembre de 2018. Sánchez preside el Gobierno desde junio del mismo año, y nombra a su directora de RNE, Paloma Zuriaga, en el mes de agosto. Es decir, que al llegar al poder ya había adoptado la decisión de poner los recursos del Estado a su servicio personal. 

Quizás no se le ha dado a este episodio la importancia que merece. Me volví a acordar de él recientemente, en una conversación con el profesor Eduardo Fernández Luiña. Todavía no tiene escrito el artículo al respecto de lo que me comentó, pero espero que lo haga pronto. Eduardo ha sido profesor en la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala muchos años, y sigue vinculado a esta extraordinaria institución educativa. Conoce la política del país profundamente.

Y me contó lo siguiente: no es fácil convertirse en diputado del Congreso de la República de Guatemala. Y, sobre todo, es muy caro. Y la supervivencia en el cargo es muy baja: más de la mitad de los diputados de cualquier legislatura lo son por primera vez. Estos datos pueden ayudarnos a comprender la gran incidencia de la corrupción en el país: muchos diputados piensan recuperar el dinero que han invertido en llegar a la primera línea de la política a toda prisa, porque muy probablemente no puedan seguir extractando el jugo al puesto más de una legislatura. 

Tras conocer ese caso, me decidí a escribir este artículo, que llevaba pergeñando más de un año, pero que ví totalmente necesario tras conocer el asalto de la empresaria Gómez a Radio Nacional de España. Hay dos claves que son imprescindibles para entender la política de depredación de las instituciones de Pedro Sánchez: la preferencia temporal y la total desafección de Sánchez hacia el país que preside o, para el caso, hacia cualquiera que no sean él mismo o sus muy, muy allegados. 

«Sánchez carece de empatía por sus congéneres. Ve al resto como medios para sus propios intereses»

Comenzamos por esto último. Pedro Sánchez carece de empatía por sus congéneres. Ve al resto como medios para sus propios intereses. Es hábil en la seducción, y manipula el discurso y los gestos sin un ápice de reserva moral. Desconoce lo que los demás entendemos por remordimientos, o por culpa. Y proyecta su personalidad hacia las estrellas; su narcisismo no tiene límites. Bien, eso tiene un nombre, aunque no es necesario mencionarlo. 

La política trastoca los valores, y convierte estos defectos morales en virtudes. Ya lo decía Friedrich A. Hayek en su obra Camino de servidumbre, que acaba de cumplir 80 años: en política los peores llegan a lo más alto, porque los que tienen escrúpulos se van tropezando por el camino. 

A Pedro Sánchez España le importa una higa. Su pasado, su futuro, no le hacen pestañear. Las instituciones que él retuerce para mantenerse en el poder y enriquecer a su círculo más cercano no decaerán lo suficiente como para que se conmueva o se incomode. ¿Monarquía, república? Es lo mismo. ¿Los derechos vulnerados por el arresto domiciliario masivo durante la pandemia? Pamplinas. ¿La economía arruinada por los encierros? Pelillos a la mar. Los desposeídos de una vivienda no tienen dónde ir que no se dejen la mitad o más de su sueldo, pero ese no es asunto suyo. 

«Ha vaciado su partido, al que ha convertido en una claque agradecida. Lo que sea del PSOE después de su liderazgo no le incumbe»

Ha vaciado su partido, al que ha convertido en una claque agradecida. Lo que sea del PSOE después de su liderazgo no le incumbe. No puede ir a la calle sin que le crucen las miradas de desprecio. Pero cuando deje de ser el presidente, se asentará en otro país. Y dedicará parte de su fortuna a crear una fundación desde la que nos zaherirá con un discurso moral y de izquierdas por cualquier cosa: transigir con la desigualdad, mirar a otro lado ante los crímenes de Israel, o no hacer lo suficiente contra la violencia machista. Y mientras errejonea en el discurso, hace de Zapatero en la privada, en la compañía de otros sátrapas. Sánchez no nos necesita. Cuando se acabe su presidencia, no tendrá que sacarle nada más a este país, salvo quizás una generosa subvención para su fundación, firmada por Feijóo. 

Luego está la preferencia temporal. Los economistas han descubierto que valoramos más el presente que el futuro, que el mismo bien, mediado el tiempo vale menos. Y que la urgencia por el presente condiciona nuestro comportamiento. Pedro Sánchez siente el tiempo como un diputado guatemalteco. Es ahora o nunca. Escribió un Manual de resistencia, pero tenía en el cajón un manual de depredación.

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