Un PP menguante
«La causa reside en su resistencia a formular un programa político valiente y en su conformidad con haberse convertido en confederación de partidos locales»
Desde que el PP fue desalojado del poder por una moción de censura montada sobre una farsa, la verdad es que, a nivel nacional, no ha conseguido levantar cabeza. Tras la extraña y fulgurante aparición de Pablo Casado, como si se tratase de un trámite cualquiera, vino su pronta y no menos insólita defenestración. Feijóo fue llamado con urgencia para ocuparse del partido dado que, como se dijo, parecía el único adulto en la habitación, pero hay que reconocer que tras los dos años y medio que lleva al frente del PP la situación de ese partido no es demasiado distinta de la que heredó. Bajo su dirección, el PP ha obtenido éxitos autonómicos y locales, pero la hegemonía nacional sigue estando bastante lejos de su alcance.
Visto desde fuera, da la sensación de que el PP se ha convertido en un partido local y que, como tal, obtiene éxito en bastantes autonomías, aunque, como es obvio, no en todas. En el País Vasco y en Cataluña, el PP es presentado casi como un partido ajeno, tiene una organización bastante enclenque y no acaba de asumir un papel político ni claro ni determinante. Esta es la dura realidad sobre la que el PSOE de Pedro Sánchez, un partido sin auténtica fuerza propia, ha edificado su investidura pese a las protestas, un poco infantiles, del PP aduciendo que había ganado las elecciones.
Pedro Sánchez va al copo y pretende hacerse con el control de todos los poderes habidos y por haber y, aunque no ha triunfado siempre, es verdad que controla un número muy alto de resortes en una España en la que, frente a una inmerecida fama de revoltoso, el público se ha acostumbrado a obedecer sin rechistar apenas. Ante este panorama, el PP protesta y resiste cuanto puede, pero, por asombroso que parezca, se niega a adoptar cualquier actitud política que no se reduzca a estas dos: primero de todo, la denuncia constante de los abusos de Sánchez y, en consecuencia, la defensa teórica de los fundamentos de la democracia que se ven, sin duda, amenazados.
Así pues, no es fácil saber qué clase de políticas piensa desarrollar el PP en el caso de que, como presume, logre hacerse con el poder a corto plazo. Esta actitud política no deja de llamar la atención de muchos observadores, pero no parece inquietar a ninguno de los dirigentes del PP que incluso proclaman la necesidad de elecciones inmediatas sin que quede claro cuáles son las razones que abrigan para suponer un resultado distinto al de julio de 2023, momento en el que también dieron por supuesto que una mayoría de españoles los acompañaría en el propósito de «derogar el sanchismo».
Como es bien sabido, no sucedió nada parecido y Pedro Sánchez consiguió apoyarse en el millón y medio de españoles cuyos votos pudieron sumarse a los del PSOE para aventajar así a los de Feijóo, con el correspondiente reflejo en el número de escaños del Congreso, que son los que cuentan para la investidura de un presidente del Gobierno.
«Se me escapan las razones por las cuales lo que no pasó en el verano de 2023 va a pasar ahora»
Contra lo que haría cualquiera, sea un particular, sea una empresa privada, sea un partido político menos peculiar que el PP, este partido no ha dedicado, que se sepa, un esfuerzo sostenido a estudiar las causas de tamaño fracaso, pues, en efecto, parece claro que España necesitaría un cambio político de fondo, y se dedica a insistir en los mismos argumentos, con muy leves e imperceptibles cambios. Yo desearía que acertase, sin duda, pero se me escapan las razones por las cuales lo que no pasó en el verano de 2023 va a pasar ahora o en los próximos meses, sea cual fuere el deterioro de la figura política de Sánchez y el porvenir judicial que afecte a las personas que lo rodean e incluso a él mismo, proceso siempre lento y lleno de accidentes.
Creo que esto es lo que permite afirmar que el PP es un partido menguante, no tanto porque pierda adhesiones sino porque no ha procurado aumentar su capital político, lo que, a su vez, se traduce en que las encuestas le dan unos resultados tan poco rutilantes. El PP de Aznar tuvo un programa político claro y lo cumplió con las salvedades que se quiera. El PP de Rajoy se presentó, del mismo modo, con un programa bien estructurado, aunque luego lo olvidase con el argumento, bastante peregrino, de que la realidad era muy otra que la que habían supuesto, una práctica política que se tradujo en una gravísima disminución del número de votantes.
Casado, cual estrella fugaz, parecía querer recuperar el empuje del PP de Aznar, pero ni supo ni pudo hacerlo. Según me parece, Feijóo, muy al contrario, ha optado por atenerse a una vieja idea de la teoría democrática, la convicción de que la alternancia política es un mecanismo que siempre acaba por imponerse, de forma que está persuadido de que le toca a él gobernar y no habrá maleficios que se impongan a ese destino manifiesto del PP. Esto no deja de ser una mala mezcla de una superstición con una idea torpemente abstracta y parece un poco aventurado suponer que los españoles se van a dejar guiar por semejante regla, más bien se han burlado de ella al menos en 2023.
Si volvemos a la teoría democrática en la que el PP pretende que se encuentra buena parte de su capital político, la pregunta obvia es cuáles habrían de ser las razones para dar el voto al PP en el caso de que esa decisión no se considerase como una especie de obligación ineludible, como, con toda seguridad, se le antoja a un buen número de partidarios de esas siglas, aunque apenas a nadie más. Contestar de manera positiva y abierta esa pregunta es lo que haría posible recuperar el largo número de electores que no votan al PP desde hace ya más de diez años.
«Sobreabundan los electores que piensan que el PP, caso de llegar a gobernar, haría lo mismo que ha hecho el PSOE»
El problema está en que, para desgracia de Génova, sobreabundan los electores que piensan que el PP, caso de llegar a gobernar, haría lo mismo que ha hecho el PSOE, aunque quepa imaginar que con mejores maneras, porque eso es, de forma bastante precisa, lo que ocurrió en la época de Rajoy y que esa es la causa que explica por qué el PP de Feijóo no se moja en ninguna de las graves cuestiones que tiene planteada la sociedad española de 2024.
Frente a la suposición de la alternancia se alza la sospecha de su inanidad política y si a eso se añade que la izquierda siempre es menos agresiva con un gobierno de su signo que en caso contrario, muchos optan por lo malo conocido en lugar de gastar energías en arriesgarse a una nueva decepción con podemitas y demás especies tomando las calles.
La mengua del PP reside en su resistencia a formular un programa político valiente y claro, en su conformidad con haberse convertido en una especie de confederación de pequeños partidos locales, en su equivocada creencia de que todavía existe una mayoría natural de españoles que los considera, sin ninguna duda, idóneos para gobernar. Me temo que las tres dolencias son tan penosas como ciertas y que hasta que no se encuentre el antídoto capaz de curarlas, el PP tratará de estirar la manta por los pies, pero dejará al descubierto el pecho.