Crónica de una muerte anunciada
«Chocante era que la nueva camarilla que venía con la etiqueta morada, apestara a dogma de machos alfa rodeados de mujeres adosadas a sus espaldas»
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En los tiempos vertiginosos que vivimos, una noticia entierra a la otra al ritmo de un pestañeo. Y por no faltar, hasta la más dramática DANA que los registros recuerdan nos sorprende sembrando muerte, dolor y tragedia. ¿Cómo no enterrar, ante tantas víctimas y desaparecidos, los casos que nos han entretenido en los últimos días, Errejón, Begoña, Yolanda, el Fiscal General, RTVE o los viajes presidenciales entre otros, que hoy andan emboscados. Dicho lo cual, vengo a rescatar del lodazal político general, los movimientos tectónicos que se van sucediendo porque tendrán impacto en nuestro devenir cuando los ciudadanos voten.
Ni siquiera hace una década cuando un puñado de jóvenes impetuosos vinieron asaltando los cielos para barrer la terrenal corrupción, los desvaríos del bipartidismo y las ideologías liberales. Asentaban sus posaderas sin disimulo en las autarquías bolivarianas (ante el éxodo de venezolanos huyendo de la corrupción y la miseria Errejón justificó que allí se comía tres veces al día); las simpatías y las finanzas también les aproximaban al Irán donde las mujeres son consideradas ciudadanas de segunda y se castiga a los homosexuales con pena capital. Tal era la bondad del cielo prometido que, a quienes no pensaban igual que ellos, les intimidaban con escraches para reconducirles hacia la supuesta doctrina correcta; el fin era expulsarles del poder, cualquier medio valía para conseguirlo. Como buenos comunistas, las amenazas físicas o por redes sociales eran palancas indispensables al servicio del fin.
Pronto supimos que el movimiento que venía a limpiar la corrupción de los partidos de aquí, apoyaba la corrupción sistémica y de Estado de allá, dícese entre otros de Venezuela
¿Qué era sumarse a esta desasosegante causa, sino un salto al vacío al romper abruptamente con todo lo conocido? Descifrando sus contradicciones, pronto supimos que el movimiento que venía a limpiar la corrupción de los partidos de aquí, apoyaba la corrupción sistémica y de Estado de allá, dícese entre otros de Venezuela. Que quienes se presentaban para empoderar a las clases más desfavorecidas, simpatizaban con regímenes podridos laminadores de sus pueblos. Que quienes bajo el marchamo de ser el partido más feminista de la historia, callaban obscenamente ante el castigo policial y penal que el régimen iraní infringía a las mujeres por no dejarse domesticar y negarse a cubrir el pecaminoso cabello. Que quienes alardeaban de defender la causa lgtbi e impulsaban la ley trans en España, no condenaban al mismo régimen iraní que flagela o ahorca a los homosexuales.
Con todo, lo más chocante en aquellos inicios era que aquel partido con el atractivo nombre de Podemos (el we can de Obama nos había imantado, yo diría que imbatiblemente a la inmensa mayoría), alardeaba de un feminismo pegajoso, aleccionador, como si antes de aparecer ellos por estos lares nada hubiese existido, como si el feminismo clásico hubiera sido inane, aquel que había luchado contra la dictadura, el que arrancó en la Transición los derechos para las mujeres que se reflejan en la Constitución, el que continuó demandando el derecho al aborto, leyes contra la violencia machista e igualdad en los puestos de participación en la política, las instituciones y las empresas.
Chocante era que la nueva camarilla que venía con la etiqueta morada, apestara a dogma de machos alfa rodeados de mujeres adosadas a sus espaldas. Todos impetuosamente ignorantes del pasado con comportamientos propios de asamblea de facultad, sobrados de soberbia adolescente. Sus variadas propuestas bien podrían resumirse en una sola: la protesta, aterrizada en tierra con contundentes escraches contra lo que en su lenguaje era franquismo, o sea contra la mitad de los españoles que no votaban a la izquierda. El discurso populista ilusionaba en los tiempos de la incertidumbre post crisis; 5 millones de almas les votaron para ser la tercera fuerza en el Congreso de los Diputados. A partir de ahí lo que pareció virtud, tomó ritmo menguante; únicamente crecían las trifulcas internas. Como buenos comunistas, la foto de los cinco fundadores duró poco. La primera cabeza en rodar, como no, fue la de la mujer, Carolina Bescansa.
Por ahí, y por las contradicciones citadas se les comenzó a ver el cartón. Traigo aquí una anécdota que sirve para ilustrarlo. En sus primeras elecciones de 2015, diciembre, siendo yo directora de los informativos de Antena 3, Bescansa salió del estudio de debate en la noche electoral y con dedo amenazante se me dirigió: «¡Gloria, así no, eh, así, así, NO!» – y enfatizó ese «no» incluso con la fuerza que le daba su corpulencia. El «así no» era porque le habíamos invitado a salir de la tertulia dado que el Partido, o sea Podemos, mandaba para sustituirla a Tania Sánchez, entonces novia del líder y quien, por gozar de tal posición privada, era omnipresente en tertulias, debates, portavocías y demás exposiciones públicas.
La condición liberal de la Ilustración que trazaba línea divisoria entre la vida pública y la privada, el líder Pablo Iglesias fue el primero en ignorarla, dando escaleras de color a ciertas amigas según su personal apetito. Por la misma razón, quienes salían de su atención privada perdían toda condición. Así fue como la otrora todopoderosa Tania Sánchez, que había desplazado incluso a la socia fundadora, acabó en el único escaño que las cámaras televisivas del Congreso no alcanzan a captar, el único que queda oculto tras una columna en la fila que los periodistas denominamos el gallinero, la última.
La nueva novia oficial, Irene Montero, además de la cama, tomó la privilegiada posición del escaño contiguo al mesías, desde donde carcajeaba con jacarandosas expresiones ostentosamente abiertas. ¡Tantas veces pensé que esa falta de compasión y mesura la invalidaban para ejercer liderazgo alguno! Eran tan chocantes los detalles con los que se construían «las nuevas feministas», que a las mujeres profesionales que hemos trabajado el feminismo promoviendo liderazgos de mujeres, aquello nos daba sarpullido. Asomaba ya la hipocresía que ahora ha estallado con toda crudeza con el caso Errejón.
Al entonces líder le gustaba actuar como el sacerdote de una secta, embaucador, reclamando el «nosotras» como seña de identidad de un partido feminista en espacios libres de violencia machista, asestando doctrina leninista aderezada con lenguaje patriarcal que incluía lo corporal, con poses de piernas ostentosamente abiertas, típico gesto de macho alfa tal cual hacen los canes macho cuando orinan el terreno para marcar su territorio, puro instinto primario animal para atraer hembras y ahuyentar competidores. A los machistas se les reconoce con innumerables tics, pero ese, el del mansplaning, el del espatarramiento hasta rozar tantas veces piernas femeninas, ese es inconfundible.
También supimos pronto que el corazón del líder – o la entrepierna – era como una casa de huéspedes por donde entraban y salían señoras con asiduidad. La certificación de que tales gustos privados tenían consecuencias públicas se hizo tan evidente como recurrente, con cambios en el partido y, cuando llegó el momento, también en el gobierno. La nueva novia oficial, ya más oficial que ninguna, aspiró a ser vicepresidenta y se consoló con el ministerio golosina de la Igualdad, para desarrollar doctrina y propaganda y regar a la camarilla con la abundancia que da el dinero público.
Estas gentes venían así, proclamando su lucha contra el patriarcado como seña de identidad del voto de protesta, ellos exhibiendo sus masculinidades que decían combatir, ellas aceptando un poder que vicario mientras reclamaban su independencia. De estudio, bien en un manual de esquizofrenia o bien en un tratado de manipulación política. Bescansa, fundadora y con formación académica, pagó con el destierro la rebeldía por dirigirse al líder de igual a igual; su destino fue Galicia, para morir guillotinada por el partido.
De aquellos tiempos ya no queda ni la intermitente pareja que comenzó apedreando chalets y acabó recreándose en un casoplón, típico gesto de los dictadores bananeros. Donde no había proyecto más allá personal, cuando el líder marchó dio al botón de la centrifugadora. El último saltimbanqui, Errejón manos largas, no ha podido resistir ni aupado a lomos de Yo-yo Yolanda, representante femenina del Manual de Resistencia y del sindicato de los saltimbanquis. La razón aducida por él mismo es más que creíble: el liberalismo, el conocer mesa con mantel y cama caliente le ha licuado ese cerebro que comenzó luchando contra el patriarcado y ha acabado enzarzado en una gauche caviar y otras exquisiteces, con los instintos más primarios desatados. La erótica del poder revelada igualmente al más puro estilo bananero patriarcal.
Diez años hemos tardado en desenmascarar la impostura mientras a las mujeres que hemos trabajado durante años en el liderazgo de otras mujeres, se nos orillaba por no atacar a nuestros hijos, padres o maridos, respetuosos, alentadores por cierto de nuestros derechos e independencia profesional. Las sectas es lo que tienen, se encierran en burbujas para levantar muros contra quienes están fuera de la pompa. Solo así se entiende como la camarada Teresa Rodríguez ha justificado los desafueros sexuales de Errejón con las mujeres: «definitivamente el patriarcado pone dentro de «todo hombre» un violador… lo bueno es que nosotras, gracias al movimiento feminista, ya no estamos solas». No se pueden decir más sandeces en menos caracteres de tuit.
Gracias, o más bien por la desgracia de las excentricidades de este feminismo, hoy lamentamos que el movimiento esté más dividido que nunca, con leyes que han permitido la rebaja de penas a violadores y una ley trans que perjudica a las mujeres. La pregunta que se me repitió por la red social X ha sido: «¿Con qué tipo de hombres conviven estas mujeres? ¿Así piensan de sus hijos?”. La respuesta es para diván de psiquiatría, mujeres que enarbolan el auténtico feminismo justificando agresiones sexuales contra mujeres. ¿Quién puede verse representada en semejantes espantajos? Así lejos de representarnos, siguen contribuyendo a la división del feminismo y a la guerra de sexos que por Estados Unidos alienta Donald Trump. En Estados Unidos, unos 2.5 millones de hombres han reconocido tomar testosterona para reforzar su virilidad, el patrón trumpista que por aquí se abraza por los extremos del arco político.
Últimamente leo mucho sobre libertad e igualdad. Dice el reputado politólogo Pierre Manent que «tal vez la ansiedad que en estos últimos años se ha apoderado de las democracias europeas no se deba únicamente a la crisis económica y financiera, sino a una pérdida de sustancia de la vida cívica» porque ya no sabemos en nuestras democracias donde está la virtud. Hasta el propio Errejón, en su delirante comunicado reconoce haber perdido las virtudes si es que algún día las tuvo. Asume que mientras predicaba conductas ejemplares de masculinidades y espacios libres de violencia, muros adentro, gustaba vejar a las señoras. Narcisismo de manual que, otro también para el psiquiatra, es una psicopatía difícil de tratar y sobre todo de curar. Para ser eficaz requiere coger el cerebro, meterlo en la lavadora y darle un buen centrifugado. Como hizo Iglesias con el partido. Tarea que como es sabido en el caso de los cerebros es altamente delicada.