THE OBJECTIVE
Fernando Savater

El culo

«El culo da nuestra talla y prohíbe que nos consideremos gigantes, aunque tengamos la cabeza perdida entre las nubes»

Opinión
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El culo

Yolanda Díaz, Pablo iglesias, íñigo Errejón y Mónica García. | Ilustración de Alejandra Svriz

Montaigne, al que hay que volver siempre para no ahogarse en el mar de la convulsa simpleza contemporánea, nos recuerda que el prócer más encumbrado en su envidiado trono se sienta indefectiblemente sobre sus posaderas. Conviene ser conscientes de que en el fondo y la base de toda grandeza, de toda sabiduría, de honores y loores, siempre está el culo. Es una constatación que quizá a alguien demasiado orgulloso le puede parecer humillante, pero a los sensatos les resultará más bien consoladora. Los franceses tienen una expresión coloquial para designar a los que se dan más ínfulas de lo que sus méritos justifican. De cualquiera de ellos dicen que «il veut péter plus haut que son cul». Si no saben lo que significa, pidan a su amiga francesa -si por suerte tienen una- que se lo traduzca. El culo da nuestra talla y prohíbe que nos consideremos gigantes aunque tengamos la cabeza perdida entre las nubes. Es la clave del saludable realismo: cuando estemos a punto de dejarnos arrastrar por cualquier delirio vanidoso, ojalá oigamos una vocecita que nos advierte «¡acuérdate de tu culo! In culo veritas!». Si no nos salva la vida, salvará por lo menos nuestra cordura…

Supongo que algo así es lo que pretendía decir Errejón cuando contraponía persona y personaje en su carta de dimisión. La persona tiene culo, pero el personaje no: y si éste se desmanda, la persona puede terminar creyendo que no tiene tampoco culo del que ocuparse. Por lo demás, el lenguaje de esa carta parecía deudor de la parla atropellada e ininteligible que hizo famoso a Cantinflas. Pero utilizarlo demuestra la sinceridad de Errejón, no su hipocresía.

Es la misma jerga que le oímos cuando hablaba de política, cuando discutía sobre el estado del mundo o el futuro que podíamos esperar. No fingía ni aparentaba una sabiduría que evidentemente no tiene, él se cree esas cosas como sus compañeros de Podemos o Sumar, la mayoría un poco más alélicos todavía. Con ese batiburrillo inextricable convenció a Manuela Carmena de que era un fanal de luz para las nuevas generaciones y a su luego denunciante Elena Noséque de que era lo mejor que le podía pasar a España. La DANA, en efecto, ha sido peor. No hay por qué llamarle hipócrita, no seamos injustos: para que nos estafase debía habernos firmado un cheque al portador y lo único que extendía a sus oyentes era mensajes de galletas chinas de la suerte maquillados por Cantinflas. Como Pablo Iglesias, como Yolanda Díaz, como los demás. Todos cabalgaban contradicciones con la misma soltura que Indurain monta en bicicleta.

Ahora, los que tragaron toda esa alfalfa, convencidos de que era una dieta gourmet, le consideran un fementido farsante, en lugar de reconocer que ellos son tontos de remate (tontos del culo, me atrevería a decir) y él un personaje pretendidamente sin culo pero una persona con uno muy grande. Por eso hoy todas las patadas resentidas van a la persona, como es lógico, porque el personaje no tiene trasero para recibirlas. Ahora quieren castigarle por haberles hecho creer que eran modernos e inteligentes y no… en fin, lo que son.

Los Idafes de este mundo están preocupados porque la derecha vaya a utilizar el caso Errejón para atacar el feminismo. No, hombre, no: al feminismo de verdad solo lo habéis atacado vosotros, y vosotras y vosotres. La igualdad de derechos cívicos y políticos entre mujeres y hombres es una conquista gradual de las democracias occidentales que va a un paso imparable, aunque aún le queda gran trecho por recorrer. La cuestionan las autocracias musulmanas, como el resto de los avances democráticos, pero no los países cuya cultura es una decantación secular del legado de Grecia, Roma y Jerusalén. Esos países colonialistas tan mal vistos ahora por el neosalvajismo que quiere pasar por vanguardia progresista cuando en realidad supone un retroceso descarado.

«Pretenden liberar a la mujer los que niegan que exista como realidad biológica, los que disuelven los sexos naturales en una caprichosa sopa de letras en la que tiene tanta carta de normalidad el ejemplar sin deformaciones como el becerro de dos cabezas»

Pretenden liberar a la mujer los que niegan que exista como realidad biológica, los que disuelven los sexos naturales en una caprichosa sopa de letras en la que tiene tanta carta de normalidad el ejemplar sin deformaciones como el becerro de dos cabezas. Y legislan sobre las relaciones intersexuales los que convierten en violación todo lo que hacen los hombres y cualquier cosa que soportan las mujeres. Lo que antes era parte de la educación como respeto al prójimo que se daba en las familias como Dios manda y en las escuelas decentes ahora se ha convertido en delirio penitenciario: ¡las lecciones de «La buena Juanita» sustituidas por el código penal! Y claro, así llegamos al absurdo de una ley del «sólo sí es sí» (que podía también llamarse del «tonto el que lo lea») que condena con trabajos forzados las groserías o incorrecciones, pero libera a los violadores de pata negra (y digo pata por decir algo).

Algunos y algunas que van de formales se preocupan porque las «agredidas» prefieren acudir a las redes sociales en vez de a los juzgados para plantear sus denuncias. ¿Saben por qué? Porque en las redes vale todo, hasta Cristina Fallarás, que ya son tragaderas, pero si a un juez le cuentas que un señor te molestó en una casa por lo cual cogiste un taxi y te fuiste con él a otra, a los mejor te condena por desacato. Hay mucho machista suelto, más vale andarse con cuidado.

Errejón vivía en un infierno neoliberal, pero, a pesar de todo, se apuntó a un partido que aspiraba a un mundo más justo y más humano. ¿Más justo y más humano? Pero ¿y el culo? ¿El culo qué? Entonces despertó.

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