Me gusta la fruta madura
«Todos esos intelectuales y politicuchos progres y sus simpatizantes, junto con aquellos que callan por cobardía, son conspiradores necesarios del chavismo»
Existen malnacidos totalitarios de muchas tipologías, tanto en el poder como en la política. Porque el mal campa a sus anchas en semejante terreno fértil para el abuso. Hay un arco iris de tonos corruptibles en el que caben todos los malvados con sus distintas escalas de maldad. Pero todos los autócratas tienen algo en común: deben provocar el rechazo unánime y firme de la sociedad libre.
Desgraciadamente, hay un prototipo de tirano singular que goza de bula. Es el autócrata que comparte el espectro político con la extrema izquierda. Es el tirano clásico o el pseudodemocrático de siniestra, ese que hace sonreír comprensivamente a una determinada patulea de progres, para los cuales los principios morales tienen un nivel de exigencia distinto en función de los ideales. A ese se le trata con cierta condescendencia, consideración, respeto, y hasta dulzura, porque es el malo de la superioridad moral de la izquierda.
El ejemplar más claro de ese tipo de hidepú es Nicolás Maduro, el chandalista totalitario que tiene destrozada a nuestra tierra hermana de Venezuela y que está prohijado por nuestro despreciable expresidente Zapatero y la banda de personajes sin conciencia que orbita su entorno político. No hay absolutamente ninguna duda de que Maduro es un dictador que ha hundido Venezuela. Ha roto la vida de millones de personas. Ha propiciado la mayor crisis económica de la historia en un país que, paradójicamente, atesora las mayores reservas de petróleo del mundo. El PIB se ha derrumbado un 60% durante el mandato de este tirano bananero. Ha provocado un éxodo de 8 millones de personas que han huido de su país. Ha impuesto el terror y ha cancelado la libertad. Ha encarcelado a decenas de miles de personas, incluidos niños y niñas menores de edad. Ha matado y secuestrado a través de sus huestes a miles de inocentes en las calles de ese país hermano.
Pero en España muchos canallas le bailan el agua y otros siguen callados, comprados por el embrujo de la izquierda radical o por los apetitosos narcopetrodólares venezolanos (o por ambos). Entre ellos están los sospechosos habituales: los líderes perroflautas, podemitas, sumaristas, comunistas y muchos socialistas sin conciencia. Son aquellos que suelen vivir del cuento a la sombra del poder, de saquear a la clase media con la excusa de la igualdad. No solo hablamos de políticos y simpatizantes, sino de otras tipologías afines como los sindicalistas comegambas a los que aún no habrán avistado manifestándose a favor de los trabajadores arruinados por el chavismo. Tampoco observarán, queridos lectores, performances de colectivos de «activistas luchadores por la libertad», fingiéndose muertos y manchados de sangre falsa en las calles de las ciudades. Ni tampoco encontrarán concentraciones de feministas en apoyo de las mujeres perseguidas y oprimidas como Maria Corina Machado. Ni siquiera observarán a grupos LGTBIQ+ salir a la calle a denunciar la represión de su colectivo en Venezuela. Por supuesto, nunca verán a defensores de la lucha contra cambio climático organizando protestas contra los desmanes de PDVSA.
Pero existe otro grupo de canallas, si cabe aún más vergonzante, y que hay que denunciar por su doble moral en esta situación. Es aquella élite intelectual cuya conciencia moral solo se ve azotada por «los desmanes de la fachoesfera», por «las salvajadas del sionismo», los «abusos» de la iglesia» y «los desmanes del capitalismo sin escrúpulos». Hablo de los culturetas del pesebre progre, los que controlan el sistema cultural nacional y que ahora están cínicamente mudos. Porque no habrán escuchado a los «actores de la ceja» manifestarse ante las atrocidades que está cometiendo la narcomafia estatal venezolana. No observarán a periodistas del ramo haciendo solemnes declaraciones institucionales apoyando la democracia en nuestro país hermano. No verán a muchos famosos directores de cine denunciar lo ocurrido solemnemente en sus triunfales ruedas de prensa. Ni leerán manifiestos de pensadores comprometiéndose con la libertad caraqueña publicados en el diario gubernamental. Tampoco escucharán a muchos cantantes famosos organizar conciertos solidarios y comprometerse con la causa de la libertad en ese país. También callan los poetas comprometidos y no hay artistas relevantes inmolándose en las galerías de arte, ni en los museos, clamando por sus compañeros encarcelados en la Helicoide. No, porque denunciar a la izquierda no renta.
«Existe otro grupo de canallas, si cabe aún más vergonzante, y que hay que denunciar por su doble moral en esta situación. Es aquella élite intelectual cuya conciencia moral solo se ve azotada por ‘los desmanes de la fachoesfera’, por ‘las salvajadas del sionismo’, los ‘abusos» de la iglesia’ y ‘los desmanes del capitalismo sin escrúpulos’. Hablo de los culturetas del pesebre progre»
Todos esos intelectuales y politicuchos progres y sus simpatizantes, junto con aquellos que permanecen en silencio, o que callan por cobardía, son unos conspiradores necesarios, son los cómplices de esta barbarie y unos miserables sin conciencia.
No señor, no. Las víctimas de los tiranos izquierdistas no valen para ellos. El futuro robado al pueblo de Venezuela no tiene quien le escriba. La libertad secuestrada no vale una denuncia. La tiranía no merece reproches. Los presos políticos torturados por defender la libertad no requieren una enérgica protesta. Los emigrantes que lo han abandonado todo no necesitan nuestro cariño. Las madres a las que arrebatan a sus hijos para encarcelarlos no merecen piedad. Los hijos que lloran a sus padres asesinados no requieren consuelo.
Esa sí que es la verdadera lucha de clases del marxismo chic. Existe una primera clase de extrema izquierda que lucha por esconder los cadáveres de nuestros hermanos venezolanos, los cuales representan la verdadera segunda clase de la pervertida moral zurda.
Callad, cobardes, callad. Vuestra conciencia está manchada de sangre vinotinto.