Encauzar los ríos y la democracia
«La frase ‘si quieren ayuda, que la pidan’ debería ser el epitafio político de Pedro Sánchez»
Antes del Plan de Estabilización de 1959, el gobierno de Franco, una dictadura despreciable, respondió a la gota fría que arrasó Valencia en 1957 con un proyecto de prevención, desviando la desembocadura del río Turia, que, según los análisis más serios que he podido leer, evitó que la nueva riada fuera todavía mayor. El problema, en el desastre ocasionado por la DANA («depresión aislada en niveles altos», que es como se escribe gota fría en nuestros días) del martes, no fue en el Turia, sino en los ríos y afluentes colindantes. El reto de la democracia española es claro. Tiene que ser capaz de superar las soluciones de un gobierno militar todavía en penuria económica.
La dificultad se desarrolla en dos frentes, el nacional y el europeo. Las cuencas hidrológicas no respetan fronteras autonómicas. Su manejo, en manos de la ciencia y el interés común, fuera de la lucha partidista, debería tener potestad absoluta sobre los intereses políticos locales, los legítimos derechos privados y las posibles mayorías parlamentarias. El clima español, de veranos abrasadores y otoños torrenciales, sobre todo en el Levante, así lo requiere. Tiene en su haber algunos de los mejores ingenieros del mundo, abundante información y experiencia acumuladas, y riqueza de sobra para hacerlo. Falta voluntad.
Esto viene a cuento porque las obras de mitigación contra la gota fría de Levante llevan lustros pospuestas, empantanadas en la indefinición competencial y la guerra política. Pero también detenidas por las normas ecológicas que dicta Bruselas desde su torre, no de marfil, sino de grafeno; incapaz de saber algo que saben los agricultores a pie de tierra desde hace milenios: el bosque que no se desbroza produce incendios más intensos y el río del que no se respeta su cauce máximo se desborda. Como ya no es posible desmantelar todo lo construido en las riberas de los ríos y como dragarlos es inútil, dañino y costoso, la solución es río arriba, con presas y pantanos. Sobre todo, en el Levante, de Murcia a Tarragona, donde la cercanía de la montaña al mar hace que la bajada del agua sea feroz. Hay que atajarla de origen. Y acumular agua para el estío. La fertilidad de la huerta levantina nació de las inundaciones periódicas, como la agricultura en torno al Nilo, pero hoy debe ser hija de la técnica de riego.
El sistema de alertas no funcionó. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) avisó de las lluvias elevando la alerta roja a primera hora del martes, pero no previó las inundaciones ni reaccionó adecuadamente una vez iniciadas. El problema no fue en el cielo sino en la tierra: el agua desbordada, ladera abajo, incontrolable. Las inundaciones eran inevitables, dada la falta de infraestructura. Sus consecuencias, no. Y eso incluye muchas vidas humanas. Como la gente está agotada del catastrofismo climático y el alarmismo sin sustento, desoye las alertas, sobre todo si son a destiempo. Pedro y el lobo en el cuento. Pedro, el lobo en la vida real. Se requiere un botón rojo que si se pulsa todo se paralice para salvar vidas y haciendas. Protección Civil solo puede funcionar por protocolos rígidos, así que no se puede culpar ni a las empresas que no dieron salida a sus trabajadores ni las escuelas y universidades que permanecieron abiertas, ni a la Generalitat Valenciana. Era tarea de la AEMET, que no cumplió. Habrá demandas y juicios. Ojalá no paguen justos por pecadores.
«Las filas de voluntarios armados con palas en astillero y escobas antiguas demuestran la fortaleza quijotesca e indómita del pueblo español, la semilla de la esperanza. Qué contraste, la inutilidad manifiesta de la clase política»
Más grave aún ha sido la descoordinación política y la guerra partidista en mitad de la tragedia. La falta de liderazgo, velocidad de respuesta y acción dejan sentenciado de muerte política a Carlos Mazón en el Gobierno autonómico. Una vez pasada la tragedia y con un plan serio de reparación de daños, debe dimitir y convocar a elecciones sin presentarse de candidato. Su inacción ha sido torpe, irresponsable y reprobable. Pero todavía más lo ha sido el Gobierno central, único con los recursos suficientes para enfrentar la desgracia. Con una excepción notable e inesperada: la del ministro Óscar Puente, que se ha volcado en reparar la infraestructura ferroviaria y vial sin más comentarios públicos que la información fáctica y el apoyo sin cortapisas.
Hablar de Pedro Sánchez y el resto del Gobierno es entrar en el ámbito de los superlativos. El lento regreso de Nerón de la India, donde aceptó trato de jefe de Estado sin serlo, forma ya parte de los anales de la infamia. Ampararse en la letra chica del contrato competencial para no volcarse en la ayuda es criminal. Mantener las triquiñuelas políticas en mitad del desastre, psicopático. Que un país con los recursos y capacidades de España deje abandonados por días sin rescate, agua ni alimentos a pueblos enteros, a los que había llegado la prensa y los voluntarios, en la periferia de la tercera ciudad del país, es inaceptable. La frase «si quieren ayuda, que la pidan» debería ser el epitafio político de Pedro Sánchez.
Las filas de voluntarios armados con palas en astillero y escobas antiguas demuestran la fortaleza quijotesca e indómita del pueblo español, la semilla de la esperanza. Qué contraste, la inutilidad manifiesta de la clase política, sus ingresos e ínfulas con la gente de a pie, lo que incluye a alcaldes, policías, guardias civiles y militares frustrados por no poder ayudar. Me recuerdan a los voluntarios tras el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, donde sustituyeron (sustituimos) las labores de un Gobierno rebasado por la tragedia y sólo pendiente de lavar la imagen exterior para garantizar que el Mundial del año siguiente sí pudiera realizarse. Fue esa contradicción entre la fuerza de la sociedad civil y la torpeza criminal del Gobierno mexicano la que dio el empuje definitivo que necesitaba la transición democrática del país. Es deseable que algo así pase en España. No se trata por suerte de fundar una democracia, sino de recuperarla. La gente con su voto puede «encauzar» su democracia, desviada por el Gobierno de Sánchez, que debería irse al basurero de la historia. Se necesita un Gobierno austero y profesional, de pocas y claras competencias, gestión impecable, que devuelva a la sociedad la iniciativa que la clase política, ineficaz y extractiva, le ha arrebatado.
Dicho esto, es verdad que las escenas desgarradoras de Valencia paralizan. Y lo que único que sale del alma, sin la fuerza vocal de Raimon, pero el mismo sentimiento, es una única palabra: amunt.