THE OBJECTIVE
Ricardo Gómez Díez

El 23-F del Rey... y el 11-M de Sánchez

«Las imágenes del domingo reflejan esa dicotomía: una personalidad decidida, valiente y cercana frente a una personalidad esquiva, cobarde y lejana»

Opinión
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El 23-F del Rey… y el 11-M de Sánchez

El rey Felipe VI durante su visita a Paiporta.

Hay momentos en la vida de los pueblos, como en el de las personas, que se quedan grabados para siempre en la retina y que marcan un antes y un después en nuestra historia. El asesinato de Kennedy o Luther King en Estados Unidos, la muerte de Franco y el 23-F en España, los atentados del 11-S o del 11-M a nivel internacional o las inundaciones por la DANA en Valencia.

Estos acontecimientos forjan la historia, pero también ponen de relieve el carácter, es decir, la personalidad de los líderes, el elemento más importante de su reputación, siendo el segundo la competencia, es decir, su capacidad. Pero en política la variable que más pesa, lo sabemos por los estudios del Centro de Reputación de la Universidad de Oxford, es la personalidad.

Y esta es más importante que nunca en una crisis, porque la expectativa acerca del líder, lo que se espera que haga en una situación así, depende de esas características personales que son las claves: la cercanía, la empatía, la transparencia. Puedes ser percibido en una situación extrema como la que estamos viviendo como incapaz, pero nunca como insensible.

Por supuesto que el padre de don Felipe, el rey Juan Carlos, demostró el 23-F de 1981 conocer bien las Fuerzas Armadas y tener autoritas sobre el Ejército, ahora que los valencianos reclaman con razón su presencia masiva. Pero lo más relevante aquella noche fue otra cosa: su capacidad para entender que la mayoría del pueblo español deseaba seguir en democracia.

El presidente Aznar demostró tras el 11-M falta de reflejos para conectar con la expectativa en aquel momento: saber quién había sido. Y afrontar la crisis conjuntamente como país, no como gobierno. Aquellos cuatro días de marzo dejaron una derrota electoral sin precedentes y una frase de Rubalcaba: «Los ciudadanos se merecen un gobierno que les diga siempre la verdad».

La lección aprendida, de nuevo con cientos de muertos encima de la mesa, es ésta: te puedes equivocar por tu incapacidad (la guerra de Irak), pero no puedes mentir por tu personalidad (la autoría de ETA). En la crisis de Valencia la traslación es la siguiente: te puedes equivocar por tu falta de capacidad (Mazón), pero no puedes mentir por tu personalidad (Sánchez).

Las imágenes del domingo en Paiporta con los insultos y ataques a la comitiva oficial reflejan perfectamente esa dicotomía: una personalidad decidida, valiente y cercana a las expectativas de los españoles por parte del Rey (como la de su precursor), frente a una personalidad esquiva, cobarde y lejana por parte del presidente del gobierno (como la de su antecesor).

Los valencianos no perciben que el Estado les haya fallado, porque el Estado es la Policía, la Guardia Civil, el Ejército, los sanitarios, los bomberos y todos aquellos que les están ayudando junto a los voluntarios, que son parte de la sociedad civil, sus conciudadanos. Percibe que lo que ha fallado son los gobiernos y la parte del sistema que favorece esos comportamientos.

Si el dirigente de un gobierno tiene la personalidad suficiente como para tomar decisiones y arriesgarse a cometer errores, a equivocarse, a superar las batallas y a afrontar una catástrofe de tal magnitud como la que estamos viviendo, las capacidades, los conocimientos, las habilidades y los medios materiales los tienen los cuerpos y servicios técnicos que constituyen un Estado.

Porque la culpa no es un juego que manipular frente a la opinión pública con diferentes tretas y estratagemas. La culpa es algo a dirimir por los ciudadanos a su debido momento y en última instancia, en una democracia, en las urnas. Pero es evidente que existen personalidades más tendentes a victimizarse, a nunca declararse culpables y considerar que lo son todos los demás.

Los líderes señalan sus actitudes a través de sus comportamientos. Y para que se perciban de manera adecuada han de ser auténticos, no impostados. Es lo que los valencianos en Paiporta pudieron comprobar de primera mano: aquellos que huyeron, aquellos que se mantuvieron en segundo plano y aquellos que se pusieron al frente y dieron la cara, aunque se la mancharan.

«Valentía y cobardía, cercanía y lejanía, dos caras, de un Estado y de un Gobierno, de la misma moneda de nuestra democracia»

Las consecuencias materiales de la DANA en el Mediterráneo, y parte del Atlántico, están aún por evaluar, porque todavía sigue activa y puede dar sus últimos, pero mortales coletazos. Las consecuencias políticas de la misma también. Pero sí podemos ya empezar a entrever, a través de la bruma generada por este caos, algunas cosas claras que serán las que marquen el futuro.

La primera de ellas es que mentir es peor que equivocarse, la personalidad es más importante que la capacidad. La segunda es que la autenticidad es fundamental, son más importantes los guantes y las palas que los chalecos y los paraguas. Y la tercera es que un gobierno no es un Estado, es más relevante regenerar el sistema y que el primero no arrastre al segundo. 

Las imágenes del domingo en Valencia quedarán para siempre en nuestra memoria colectiva y reflejarán que aquel día se produjo un punto de inflexión en el que el rey Felipe VI tuvo su personal 23-F y el presidente Pedro Sánchez su particular 11-M. Valentía y cobardía, cercanía y lejanía, dos caras, de un Estado y de un Gobierno, de la misma moneda de nuestra democracia.

Hoy se celebran unas trascendentales elecciones en Estados Unidos que afectarán como nunca al mundo entero, gane quien gane dichos comicios. En España estamos viviendo momentos también trascendentales que afectarán al futuro de nuestro sistema democrático y de nuestra monarquía parlamentaria, gane quien gane la batalla política y comunicativa por el relato.

Lo que es seguro es que a ambos países estas palabras de Abraham Lincoln, dirigidas al Congreso en su segundo discurso anual en 1862, nos serán muy útiles para navegar los próximos tiempos: «Los dogmas de un pasado tranquilo no son adecuados para un presente tormentoso. El momento está lleno de dificultades y debemos estar a la altura de las circunstancias. Dado que la situación es nueva, debemos pensar y actuar de una nueva manera. Debemos despertar de nuestro letargo. Sólo así salvaremos a nuestro país».

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