El huevo de la serpiente
«En abierto contraste con la acción y las palabras sensibles del Rey ante la indignación de un pueblo, Sánchez, al modo de Pablo Iglesias, se siente intocable»
No hace mucho, recibí la llamada de una periodista pidiéndome una valoración sobre Íñigo Errejón, que había sido alumno mío en Políticas de la Complutense, según me dijo. Ni lo recordaba entonces ni lo recuerdo ahora como tal. Pero él sí se acordaba de mí, insistió, y favorablemente, a pesar de «haberle hecho repetir tres veces» (sic). «Discutí mucho y aprendí mucho con él», resume Errejón en el prólogo a su tesis doctoral que puede consultarse en la red. Confieso que es el mejor elogio que he recibido en mi vida académica. Más que suficiente para lamentar la situación en que ahora se ve envuelto.
También para intentar una revisión de su ejecutoria política, ahora cerrada, inseparable de la de los otros dos miembros mayores de la troika fundacional de Podemos, a quienes conocí y estimé como alumnos (Juan Carlos Monedero en particular, cuyo afán de liderazgo me llevó a compararle una vez con Abraracúrcix) y como jóvenes miembros del Departamento de Ciencia Política que dirigí en la UCM (con el añadido para Pablo Iglesias, de ser nieto de un buen amigo mío, viejo socialista). Un abismo político no debe borrar los afectos.
Según él mismo recuerda en su reciente carta, Errejón estuvo siempre en primera línea de militancia. Intervino en la presentación hacia 2006 de una cosa llamada Contrapoder, consistente nada menos que en un acto sorpresivo de solidaridad con el etarra De Juana Chaos, ocupando la cafetería de la Facultad. Hoy borrado de la red. Contrapoder, la nueva organización, cuya estrategia corrió siempre a cargo del tándem Iglesias-Monedero, presentó en ese momento un primer ensayo de su asalto al poder, en la Facultad, mediante acciones espectaculares que marcarían una ruptura con el orden y los modos de oposición habituales.
Se trataba de «organizar la rabia», con música rapera. Himno también borrado. Apoyando causas subversivas, como ETA, en nombre de la lucha contra la represión y en rechazo abierto de la democracia representativa. Su instrumento serán los boicots (escraches) para impedir la toma de la palabra en la Facultad de representantes como Rosa Díez o Josep Piqué, bancos de prueba de su fuerza. A modo de contrapartida, incluso Corea del Norte tuvo luz verde, y sobre todo serán invitados los líderes de la izquierda latinoamericana, de Evo Morales al ecuatoriano Rafael Correa. Contrapoder hacía la ley. El espectro político partido quedaba en dos, anticipo del futuro.
Detrás quedaba una larga trayectoria de frustración para los estudiantes comunistas, los cuales, ya en tiempo de Julio Anguita, habían asumido una actitud antisistema, a mil leguas del eurocomunismo, radicalización les hizo acercarse a Herri Batasuna y a ETA: «Lo que más les duele». Así que en este caso el izquierdismo no era la enfermedad infantil del comunismo, sino la senil, y además recibió una sorprendente tolerancia de cargos académicos afines, incluso tras ser asesinado Tomás y Valiente. Si alguien se oponía en Políticas públicamente a ETA, incluso con el respaldo de la organización estudiantil mayoritaria, podía encontrarse con una amenaza de muerte, fruto de la alianza de jóvenes comunistas y simpatizantes batasunos, entre la indiferencia general, comprendidas las autoridades académicas, de Rectorado a Departamento.
«A los líderes de Podemos les gustó siempre sacarse a sí mismos en procesión»
Imperaba así un ambiente que explica el éxito de la empresa montada por Iglesias y Monedero. Pasando ya a título personal, cuando en 2008, por simple defensa de la libertad de expresión, hice posible una conferencia de la diputada Rosa Díez frente al escrache de Contrapoder, el Rectorado me reconvino «por haber protegido a esa tía, que no pinta nada en nuestra Universidad». Era la lógica de la RDA, en plan cutre y sin Stasi. (A propósito, pasada una simpatía pre-fundación de UPyD, confiando en Savater, nunca tuve nada que ver con ese partido. Rosa Díez pudo aclarar la verdad; no lo hizo. Las fake news podémicas sí se encargaron de afirmar lo contrario.)
El hecho es que una vez perdidos los referentes tradicionales, de modo definitivo al caer la URSS, nuestros jóvenes izquierdistas se comportaron como personajes pirandellianos en busca de autor, esto es, de una idea que les permitiera asumir un protagonismo. El azar quiso que Monedero la descubriese gracias a su encuentro con Chávez. Por su parte, el joven Pablo Iglesias se sumó inicialmente a la causa y a los métodos violentos de los movimientos antiglobalización en el cambio de siglo. Por algo se ha cuidado muy bien de sacar de consulta sus artículos de aquel tiempo en Kaos en la red. Borremos, pues, nuestro propio rastro. Éste será un rasgo distintivo de su obra, y a imitación suya de Podemos, apreciable aun en la ceguera voluntaria de Sumar ante el caso Errejón y en la reciente carta explicativa del implicado, en la cual, al margen de enterarnos que fue siempre un militante por ideas «hermosas y justas», solo nos cuenta que ha sido víctima de la tensión entre «una forma de vida neoliberal» (sic) y la defensa de «un mundo nuevo». Menos que nada.
Son nubes de palabras, al uso en la marca de fábrica Podemos, destinadas a ennoblecer la avidez de poder personal, para ir hacia una supuesta utopía. Según decía Marsé de Juan Goytisolo, a los líderes de Podemos les gustó siempre sacarse a sí mismos en procesión.
A partir de esa deliberada ceremonia de la confusión, tal y como ha probado la exaltación identitaria del feminismo por UP, el fondo de las cuestiones carece de importancia. Se trataba siempre de dar con un resorte y un anzuelo para impulsar la movilización de masas, apuntando siempre a la toma del poder. Así del mismo modo que en la etapa inicial, la preocupación académica de Contrapoder era nula, el feminismo de Podemos, su banderín de enganche, pasó y pasa por alto -como su hijuela Sumar- todo lo que les sucede a las mujeres en Irán o bajo los talibanes, e incluso la catástrofe de su receta para el sí es sí. Importa únicamente aquello que puede servir para la promoción del movimiento, más que partido. Solo lo suyo es progresista, por encima de cualquier realidad, ya que favorece sus intereses y confirma su voluntad de negación del museo de horrores -machismo, reacción, neoliberalismo, OTAN- contra el cual dicen combatir. Consecuencia: los objetivos declarados son simples máscaras de legitimación para aproximarse al «asalto de los cielos».
«Importa la máscara, y esta actitud de rehuir las responsabilidades, será adoptada sin reservas por Pedro Sánchez»
Ahora bien, aunque el oportunismo domine la escena en las consignas de lucha, en el fondo no hay trampa. Pablo Iglesias es leninista –«leninista amable» al decir de Monedero-, y aun cuando sabe que los propósitos del «calvo genial» no son alcanzables de inmediato, cree que sí es preciso atender al fin último, basándose siempre en la centralidad de la violencia («la guillotina es la madre de la democracia», «el poder está en la punta del fusil»). Para atender a este propósito, sí hay una exigencia de claridad expositiva; no importa que esconda el engaño. Por eso los objetivos inmediatos deben ser «progresistas» y responder a una visión maniquea, impidiendo todo diálogo o crítica. Entre otros, al lado de las reacciones de Podemos y su hijuela Sumar al 7 de Octubre y al tema de la inmigración, tenemos un ejemplo bien reciente en la política de descolonización a ultranza de museos anunciada sin derecho a objeciones por el ministro Urtasun. Análisis, debate público, elección racional, ¿para qué?
Los propios intereses se imponen siempre de forma descarnada, según acaba de verse en el Congreso al secundar al inefable Bolaños para votar la conquista de TVE en plena tragedia de Valencia. «Nuestros diputados no van a ir a achicar agua», sentenció precisamente la suplente de Errejón. Peor para la realidad, si esta nos es desfavorable. Importa la máscara, y esta actitud de rehuir las responsabilidades, será adoptada sin reservas por Pedro Sánchez. Por ejemplo, en la crisis de la DANA, sin afrontarla mediante el estado de alarma y con su increíble consideración de las protestas de Paiporta como una acción minoritaria de «algunos violentos» que se atreve a condenar. En abierto contraste con la acción y las palabras sensibles del Rey ante la indignación de un pueblo. Al modo de Pablo Iglesias, Pedro Sánchez se siente intocable.
Volviendo la vista al pasado, a la hora de emprender el camino, no servían la antiglobalización, ni la sintonía con ETA, y en esto llegó el flechazo político de Chávez y Juan Carlos Monedero, con la instalación privilegiada de éste en Caracas como asesor del presidente. Nada menos que al frente del Instituto Francisco de Miranda de Relaciones Internacionales. Resultó lógico que tras él Iglesias y Errejón alabasen a coro al «inmortal Chávez» y que aun hoy, en pleno desastre, Monedero siga ejerciendo de impresentable valedor de Maduro. Despuntaba «el socialismo del siglo XXI» y ellos lo iban a traer a España, recibiendo las lógicas retribuciones. Aquí no iba a ser el Hilton de Caracas, pero todo llegaría, y para algunos llegó. De acuerdo con la citada profesión de fe, el análisis del chavismo era sustituido por la exaltación de sus valores y virtudes.
Ni siquiera con originalidad. Se apoyarán en las elucubraciones de un sociólogo portugués chavista, Boaventura de Souza Santos, de la Universidad de Coimbra, afectado últimamente por acusaciones de abusos sexuales, entonces tajante en la condena del capitalismo y la democracia (y socialdemocracia), y evanescente en las descripciones de un futuro donde «el socialismo es la democracia sin fin». Una sopa agria luego azucarada. Vemos su huella en «el socialismo es amor» de Monedero y en el sorprendente cortejo de Iglesias a Pedro Sánchez en 2016: «Somos una fábrica de amor», le dice. «Sería normal vernos y pasear juntos», añade de cara el futuro. Paseo excluido, Sánchez tendrá que aceptar más tarde la candorosa invitación.
«La adhesión a la mitología chavista no bastaba por sí sola: había que crear un espacio de poder»
La adhesión a la mitología chavista no bastaba por sí sola: había que crear un espacio de poder. Primero fue la conquista de la Facultad, luego vendría la gran estructura de oportunidad nacida del movimiento de malestar surgido del 15-M. La minoría activa se convirtió en movimiento de masas, siguiendo el esquema recogido en la novela y en la película La ola: una ideología maniquea que permite la designación del otro como enemigo; la formación de un grupo cohesionado bajo el mando de un líder carismático; la pretensión de ser representantes únicos del colectivo sometido a la opresión, y por fin el recurso a la violencia para eliminar a opositores y disidentes. Luego vendrá la salsa del guiso, con innovaciones seudodemocráticas, la fijación del objetivo a destruir («el régimen del 78») y el establecimiento de un vocabulario unificador («la casta», «la gente», más tarde «las cloacas»), precursor del impuesto por Pedro Sánchez con idéntico propósito.
La violencia era la condición necesaria para que el proyecto avanzase. En la fase Contrapoder, el instrumento será el escrache contra políticos democráticos, que sirvió para alcanzar su control de la Facultad. Rosa Díez fue la primera víctima designada, por su oposición abierta a ETA. Tras frustrar yo ese primer escrache en febrero de 2008, sin saber quienes eran los autores, escribí un artículo en El País titulado Fascismo rojo, presagio de lo que se avecinaba y de su verdadera esencia.
El episodio permitió además intuir los sorprendentes enlaces del grupo violento con las autoridades académicas y con gente del propio diario. Como consecuencia, por el simple hecho de mantener la libertad de expresión, oponiéndome a Contrapoder, me fue asignado como represalia en la red el sambenito de derechista seguidor de Rosa Díez. Divertido. Más importante, cabía prever que a aquel monstruo aun sin nombre conocido, le esperaba un buen futuro. La provocación tenía bien guardadas las espaldas. Sin reparos a la hora de afirmarse y destruir por cualquier medio.
Pronto llegó la respuesta de Pablo Iglesias desde el periódico online Rebelión: «Democracia, ¿dónde? Terrorismo, ¿qué?». Una verdadera declaración de intenciones. Hoy, como no, borrado de la red: curioso progresismo, obligado a refugiarse siempre en la ocultación de su propia realidad. Daba cuenta de su estrecho vínculo con Monedero, así como de la admiración de ambos por Sousa Santos, y sobre todo revelaba hasta qué punto su alternativa política, basada en la destrucción del otro en general, y en concreto de la democracia, se ocultaba bajo el disfraz de la nobleza moral de sus actuaciones.
«El juego de progresismo de superficie, reacción de fondo, sigue una vez que Sánchez ha suscrito el maniqueísmo de Iglesias»
Era la lógica de inversión de Auschwitz puesta en escena. Los vándalos que intentaron impedir la conferencia a patadas y con gritos etarras, eran a su juicio fieles al ejemplo de Antígona (sin duda Iglesias acababa de ver Katyn de Andrzej Wajda). Era el cinismo llevado al límite, regla de oro de su ulterior ejecutoria política. Un doble juego de progresismo de superficie, reacción de fondo, que sigue ahí, una vez que Pedro Sánchez ha suscrito el maniqueísmo y la lógica de la violencia de su vicepresidente.
Andreu Jaume lo ha calificado con acierto de «esquizofrenia moral», una útil esquizofrenia moral impostada, bien visible en la carta explicativa de Errejón y auténtico código de conducta de Podemos y Sumar a lo largo de su historia. La puesta en práctica de una política guiada exclusivamente por los propios intereses, con la violencia antisistema como núcleo, resulta encubierta por medio de un manto de moralidad que la hace invulnerable a la crítica. ¿Quién puede reprocharle nada a Errejón por haber caído en la contradicción entre persona y personaje, estando animado por ideas «hermosas y justas»? ¿Quién puede exigirles a Sumar y a Más Madrid que renuncien a su noble lucha, a causa de una peripecia personal, para perder tiempo examinando qué es lo realmente ocurrido con la acusación a su dirigente?
La respuesta es clara: cualquier ciudadano, y más aún quien haya depositado alguna vez su confianza en Más Madrid, como quien esto escribe, pensando erróneamente en las elecciones municipales de 2019 que eso no era ya Podemos. Ahora que ya Íñigo Errejón estará libre de la «representación política», de una «altísima visibilidad y exposición mediática», según la carta, valdría la pena que sustituyera la obsesiva militancia de su pasado por la reflexión y mirase por una vez a la realidad, no a su ombligo, olvidándose de su máscara ideológica y de su complejo pablista de superioridad. Nos debe una sincera autocrítica, extensible a las organizaciones y a las ideas que hizo suyas. Sería su mejor ejercicio de examen y además así no tendrá que repetir curso una cuarta vez.