Trump, la DANA y los «pequeños problemas»
«Malas instituciones, oportunistas, fragmentadas, no confiables e impredecibles no parecen la mejor arma de prevención y remedio frente a las catástrofes»
Ahora que la victoria de Trump ha revelado que la ciencia demoscópica maneja ratios de confiabilidad análogos a los de los arúspices que leían el porvenir en las entrañas de las zarigüeyas (ut demonstratum est), y que la tal ciencia no es más que una superestructura (Lafargue) al servicio del poder establecido, quizá haya que reformularles a estos predictores deluxe alguna pregunta ya suscitada antes de las elecciones: ¿Qué comunidad de intereses habría de seducir al votante de la clase trabajadora americana para verse identificado con el partido [demócrata] abanderado de las multimillonarias y empoderadas cantantes pop, las ultramillonarias estrellas de Hollywood, los megamillonarios de Wall Street y los teramillonarios de Silicon Valley?
Y al votante hispano ¿qué habría de seducirle del programa demócrata? Si yo fuera un hispano emigrado a USA que tras muchos años de curre hubiera conseguido regularizar mi situación (y por tanto acceder al derecho al voto) e incluso montar mi propia empresa de jardinería cumpliendo con las costosas exigencias burocrático-fiscales que un país desarrollado exige, lo último que querría es que viniera alguien a abrirle las puertas a mi competencia desleal, por no decir ilegal, aunque viniera de mi propio país de procedencia.
Por mucho que quiera el New York Times o nuestro conglomerado mediático progubernamental, no es el racismo ni el autoodio lo que está detrás de ese voto, sino la inquietud ante el coste de la cesta de la compra, la incertidumbre económica, el mero sentido común frente a problemas reales, o, por mejor decir, como luego se verá, frente los «pequeños problemas» de la vida.
El mal menor, por tanto, para ese votante en cuyo ADN ideológico parecía estar el izquierdismo, era Donald Trump. Y es que la alternativa era alguien, cuasi oculta durante su campaña, cuyo leit motiv se centraba por contra en los «grandes problemas»: el cambio climático, la igualdad racial y de género, la inclusividad, y que por todo argumento pedía el voto pretendiendo (pretending, nunca mejor dicho) un día ser ¿negra? y al día siguiente ser gris-perla, mientras usaba el término «latinx» para referirse a aquellos hispanos cuyo voto reclamaba en nombre de no sé qué diversidad. No way. Fin del cuento. No hacía falta ser adivino.
Con ocasión de los efectos de la DANA, de la durísima, inasumible tragedia de la Comunidad Valenciana, me han venido a la mente estos días dos brillantes – y por supuesto ajenas- reflexiones, que, si no explican de la causalidad de la catástrofe, sí ayudan sin embargo a pensar en sus concausas. La primera de estas reflexiones la expresó el sociólogo Daniel Bell hace ya 36 años en un artículo publicado en The Washington Post: «El Estado-nación se está volviendo demasiado pequeño para los grandes problemas de la vida, y demasiado grande para los pequeños problemas de la vida. Si bien la economía internacional está cada vez más integrada, muchas entidades políticas se están fragmentando…/…En Bélgica la fragmentación es lingüística y nacional; en Canadá es lingüística; en Irlanda del Norte es religiosa; en España se basa en el nacionalismo local; en Nigeria es tribal…/… debido a que parece estar sucediendo en tantos lugares diferentes, uno debería sospechar un problema estructural subyacente común».
«El Estado-nación es demasiado pequeño para los grandes problemas»
No le faltaba razón al desaparecido profesor de Harvard: el Estado-nación es demasiado pequeño para los grandes problemas, porque efectivamente no tiene mecanismos eficaces para hacer frente a realidades como los flujos internacionales de capital, los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, la caída del empleo derivada de la tecnologización y la inteligencia artificial o –como efectivamente predijo en aquel artículo- a las diversas olas demográficas y migratorias que se desarrollarían en las siguientes décadas (los siguientes veinte años calculó Bell en 1988); pero, al mismo tiempo, el Estado-nación es demasiado grande para abordar los «pequeños problemas» de la vida, entendiendo por «pequeño» lo que cotidiana o episódicamente puede en un momento dado afectar a un ciudadano concreto, a su persona, bienes y fortuna.
Ahí está el ejemplo de la DANA: un Estado demasiado grande que en su hipertrofia burocrático-competencial no es capaz por ello de intercomunicarse coordinadamente entre sus innumerables niveles competenciales y que tarda casi una semana en proveer de agua potable a una región que está a sólo tres horas de carretera de su capital.
La segunda reflexión que la catástrofe de la DANA me ha traído a la mente estos días me la brindó la brillante exposición que el profesor Sevi Rodríguez Mora (CUNEF, Edinburgh University) glosó el pasado martes en su ponencia en la sede de la Fundación Ramón Areces de Madrid sobre los trabajos de los galardonados este año con el Nobel de Economía, profesores Acemoğlu (quien precisamente intervino en directo gracias a los oficios de Rodríguez Mora), Johnson y Robinson.
Teorías que, a despecho de la herejía conceptual por la que de antemano me disculpo, vienen a estudiar y proponer modelos de análisis que explican cómo unas buenas instituciones (comprometidas, confiables, creíbles, predecibles) generan desarrollo económico, y viceversa, cómo los países más desarrollados económicamente se dotan de mejores y más fuertes instituciones. Hay pues una suerte de causalidad circular entre ambas realidades, se retroalimentan, en definitiva.
«¿Es descabellado pensar que la confederalización ‘de facto’ de España ha sido una concausa de la catástrofe valenciana?»
Así las cosas, asiendo el argumento a contrario sensu, unas malas (por oportunistas, no confiables e impredecibles) instituciones no generarían prosperidad ni desarrollo, y aun pueden además convertirse en concausas del subdesarrollo y también de las catástrofes. Aterrizando el concepto: vista la experiencia de ese invento alegal de la «cogobernanza» en la penosa y descoordinada gestión de la pandemia de 2020 ¿Es descabellado pensar que esa suerte de oportunista confederalización de facto de España (la «fragmentación» a la que aludía Bell en 1988) ha acabado siendo una concausa de las disfunciones tanto en la prevención como en el remedio de la catástrofe valenciana?
Da que pensar, pero unas malas instituciones, oportunistas, fragmentadas, no confiables e impredecibles no parecen la mejor arma de prevención y remedio frente al episodio atmosférico excepcional, ese «pequeño problema», que se lleva por delante la vida y la hacienda del ciudadano corriente.