Trumpismo en el ojo ajeno
«Ninguno de los que lamentan tantísimo el triunfo del felón Trump han sugerido que sus perniciosas actitudes políticas son predicables de Pedro Sánchez»
Todos y cada uno de los casi 68 millones de estadounidenses que, presencialmente o no, depositaron su voto el pasado martes indicando su preferencia por el ticket Kamala Harris/Tim Walz expresaban, al tiempo, su preferencia de que (1) «Kamala Harris sea presidenta de los Estados Unidos» y (2) «Kamala Harris no sea presidenta de los Estados Unidos si la mayoría no la vota». Si lo que depositaron su voto son demócratas, claro. Cosa extraña esta de la democracia…
Pocos como el hilarante – y bien detractor de Trump y partidario de Harris- Jon Stewart para resumir la sensación tras la (relativa) sorpresa de la rotunda victoria de Trump y la acumulación de «análisis» sobre sus causas y lo que se puede esperar en el futuro.
Y es que, como bien recordaba Stewart al modo socrático, lo que sabemos es que no tenemos ni idea: tras la elección de Barack Obama en 2008 hubo expertos que anunciaron la llegada de una «América post-racial»; tras su reelección en 2012, hubo expertos que recomendaban al Partido Republicano emitir un potente mensaje de respeto a la comunidad «latina» para poder recuperar la presidencia, resultando que en 2016 Trump ganó – contra todo pronóstico- con una campaña que pivotó sobre la idea de que los inmigrantes latinos eran criminales, drogadictos y violadores y que por ello había que construir un enorme muro en la frontera con México; tras esa humillante derrota de Hilary Clinton hubo expertos que insistían al Partido Demócrata en la necesidad de escoger como candidato a alguien joven y resultó que ganó Biden, que en 2020 tenía 78 años; tras la insurrección y el comportamiento de Trump en la infausta jornada del 6 de enero de 2021, hubo expertos que señalaron cómo Donald Trump se había convertido en un paria político y que nunca le sería permitido volver a pisar el Capitolio. Su toma de posesión como 47 presidente de los Estados Unidos, tras haber ganado la mayoría del colegio electoral y por una diferencia en voto popular de casi cinco millones, está prevista para el 20 de enero de 2025.
En el solar patrio la pontificación previa y durante, así como la capitanía a posteriori, ha sido todo un festín. Apoyados en una ciencia demoscópica que ha demostrado tener el rendimiento predictivo de los augurios de Aramis Fuster, hasta el momento mismo en el que se empezaban a cerrar los primeros centros de votación había quien insistía en su «pálpito» de que, aun estando la votación en un ay, ganaba Harris. A eso acompañaban su sabiduría entretelar sobre la operativa del recuento, insistiendo en que tardaríamos días en conocer el resultado final… Ya ven…
No contentos con ello, pese a la diferencia lograda por Trump, al hecho de que se insistió hasta la náusea en que de acuerdo con las proyecciones o simulaciones Trump no lograría el voto popular (lo ha hecho con una diferencia de casi cinco millones) también hubo quienes se animaron al contrafáctico: «No cabe duda de que Biden hubiera obtenido un resultado peor que ella», ha dicho un conspicuo comentarista. También están los que sostienen que el reemplazo debió hacerse mucho antes, aunque en el momento en el que era ya evidente el deterioro cognitivo del presidente Biden, mucho antes de arrancar la campaña, sugerirlo siquiera convertía a cualquiera en sospechosísimo y peligrosísimo trumpista. En febrero de este año la NBC consultaba a expertos neurólogos sobre las ya frecuentes pérdidas de memoria del presidente: nada de lo que preocuparse.
«La vicepresidenta despertaba recelos por su escaso empaque político y su anoréxica gestión política»
Hasta que Kamala Harris fue finalmente nominada en una maniobra no fácil de metabolizar racionalmente -Biden no estaba en condiciones de ser el candidato, pero sí de seguir siendo el presidente de EE UU, con lo cual, o bien no era de facto el presidente, o bien se puede ocupar esa magistratura aun padeciendo significativos déficit cognitivos- la vicepresidenta despertaba recelos por su escaso empaque político y su anoréxica gestión política, amén de ser frecuente pasto de las chanzas por su escasa sofisticación. Pero su nominación pareció taumatúrgica: repentinamente condensaba la mejor esperanza frente al malvado, la líder que llevaría a término la agenda de los demócratas. Y muchos de los que hoy lo lamentan, aplaudiendo entusiasmados. Y proyectando.
Ahora, se musita, resulta que no era tan buena; ahora resulta que los estadounidenses varones vuelven a demostrar su misoginia no queriendo votar a una mujer (Biden obtuvo más votos de mujeres que los que ha cosechado Harris); ahora resulta que triunfa Trump porque – nos dice la directora de El País– triunfa la desinformación; ahora resulta que las mujeres «pasan a la resistencia», nos dice una analista de ese mismo periódico, que por supuesto descarta que las mujeres que resisten al embrujo de Harris o del partido demócrata sean mujeres o resistentes o ninguna de las dos cosas.
Pero fíjense: coincidiendo con estas elecciones, los ciudadanos de Missouri, entre otros Estados, votaban también una enmienda que establecería en la Constitución del Estado el derecho a abortar. Trump ha ganado en Missouri por 18 puntos de diferencia a Harris y la enmienda ha resultado aprobada; también en Nebraska donde quedará garantizado el aborto a partir del segundo trimestre (semana 12), Estado en el que ha ganado Trump por 22 puntos; y en Arizona, en el que se garantizará constitucionalmente el aborto hasta el momento de la viabilidad (en España la permisión general alcanza hasta la semana 14), Estado en el que, cuando estas líneas se escriben, ha ganado Trump con altísima probabilidad. Así que millones de mujeres estadounidenses votan a Trump y son partidarias de garantizar el derecho al aborto.
Se dice que Trump, como buen populista (y sin duda lo es), gana porque propone soluciones muy simplistas a problemas muy complejos. Pues bien, estas horas – y las que quedan- evidencian que hay también una forma de populismo mediático, politológico y sociológico consistente en lanzar análisis simplistas a realidades sociales muy complejas.
«Son esos mismos que no han puesto casi peros a que se pacten investiduras y amnistías con fugados al extranjero»
Se dice, y se dice bien, que los ciudadanos estadounidenses han sido en su mayoría indulgentes con la megalomanía, psicopatía y autoritarismo de un Trump dispuesto a dividir, polarizar y, sobre todo, capturar todas las instituciones que ejercen de necesarios contrapesos a su poder. Y el caso es que, a mí, aunque en un grado inferior, me parecen todas ellas perniciosas características, estrategias y actitudes perfectamente predicables de la personalidad y del comportamiento político del presidente Sánchez, cosa que por supuesto ninguno de los que lamentan tantísimo el triunfo del felón Trump han sugerido siquiera.
Y son esos mismos que rebajaron las consecuencias del procés; que no han puesto casi peros a que se pacten presupuestos con sediciosos, o investiduras y amnistías con fugados en el extranjero o a que se conformen coaliciones con políticos de acreditada trayectoria criminal; esos que en ese mismo minuto en el que propalan la definitiva derrota de la democracia liberal en Estados Unidos celebran la obscena ocupación partidista del consejo de RTVE, del Banco de España, del Consejo de Estado, o que aplauden el coraje de un Fiscal General del Estado imputado por el Tribunal Supremo de modo inédito en democracia por la presunta comisión de un gravísimo delito, o que, por no aburrirles más con este memorial de agravios de corte trumpista, no dan mayor relevancia a que el Tribunal Constitucional español incluya entre sus magistrados a un exministro que ahora puede ser ponente de una sentencia en la que se modifica la reciente doctrina de ese mismo tribunal sobre la inconstitucionalidad del estado de alarma con ocasión de la pandemia del COVID y que contrarió al gobierno que lo decretó y del que él formó parte.
Son todos ellos, me permitirán el neologismo, nuestros trumpchistas.