THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

Si necesitan algo, que lo pidan

«Tras la altanería que Sánchez muestra en público se esconde un cobarde, dispuesto a dar la espantada cuando surgen dificultades y a echar la culpa a otros»

Opinión
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Si necesitan algo, que lo pidan

Ilustración de Alejandra Svriz.

Una frase y una fotografía perseguirán a Sánchez para siempre. Una frase: «Si necesitan más recursos, que los pidan»; una fotografía: la tocata y fuga del presidente del Gobierno dejando solo al Rey en Paiporta. La verdad es que a estas alturas los comportamientos del sanchismo nos resultan ya tremendamente familiares. Sus actuaciones y relatos son bastante similares y reiterativos. Una vez más, ante la tragedia, han pretendido escudarse en las comunidades autónomas, e incluso utilizar políticamente la devastación para hundir al adversario.

Sánchez lo aprendió en la pandemia. Conviene recordar cuál fue su actitud en aquel año 2020. En un principio creyó que asumir el mando total le beneficiaría, ya que le daba la ocasión de llevar a cabo, sin cortapisa, todos sus planes. Decretó el estado de alarma y lo utilizó, tal como más tarde sentenciaría el Tribunal Constitucional, de forma abusiva. Descubrió, no obstante, que el mando implica saber gestionar y la consiguiente responsabilidad, a lo que no está acostumbrado.

Así que se inventó eso de la «cogobernanza», que significaba tan solo echar la carga, el trabajo y la responsabilidad en las autonomías y mantener, sin embargo, la autoridad, ya que era el Gobierno el que con estado de alarma y sin estado de alarma poseía todas las competencias y los medios disponibles. Sánchez empleó por primera vez la sublime excusa de que, si necesitan algo, que lo pidan. Llegó al extremo de afirmar que si las comunidades precisaban de medidas excepcionales que sus presidentes fuesen los encargados de ir a las Cortes a reclamar el estado de alarma, cuando tanto la Constitución como la normativa que lo desarrolla dejan totalmente claro que ello es competencia exclusiva del presidente del Gobierno. Todo, menos mancharse las manos. La responsabilidad no, pero sí el ordeno y mando. Por eso cuando una comunidad como Madrid osó discrepar de sus planteamientos no dudó en imponer el estado de alarma para ese territorio.

No es el momento de extenderse más sobre los errores y abusos cometidos por el Gobierno de Sánchez en la pandemia. Quien esté interesado en el tema puede encontrar una descripción más amplia en mi último libro, Tierra quemada. Si me he detenido en recordar estos hechos es porque han sido un precedente claro del actual comportamiento de Sánchez en Valencia y porque ha tenido la desfachatez de, a fin de justificar ahora su patética actuación, escudarse en la supuesta cogobernanza y de jactarse de lo bien que esta había funcionado durante la covid. Lo cierto es que la prueba más palpable del desastre de gestión del Gobierno en esa etapa es que fuimos el país entre todos los de la Unión Europea que tuvo un número mayor de muertos y cuya economía se hundió en un mayor porcentaje entre todos los de la OCDE.

Nos habremos olvidado seguramente también de cómo el sanchismo, poco antes de las elecciones gallegas, pretendió utilizar una catástrofe natural: los vertidos de unos pellets blancos que llegaban a las costas de Galicia procedentes de Portugal. El Gobierno se negó a recogerlos en la mar, teniendo los medios y la competencia, y tolerando que se acercasen a tierra y poder acusar así al ejecutivo gallego de negligencia. El tema quedó en nada al descubrirse que los famosos pellets habían llegado en mucha mayor cantidad a Tarragona y nadie había dicho nada.

«Sánchez ha pretendido eludir la responsabilidad y provocar el fracaso del Ejecutivo autonómico»

«Si necesitan algo, que lo pidan». Siempre que Sánchez habla de medios o de dinero hay una constante, los considera suyos y no del Estado (es decir, de todos los españoles), lo que se traduce en que su disposición parece arbitraria, graciable, una dádiva y no una obligación dictada por la necesidad y la conveniencia. Es por eso por lo que en esta ocasión ha actuado como si Valencia no fuera parte de España y el presidente de la Generalitat fuese el mandatario de un país extranjero que debe demandar ayuda a otra potencia o a la ONU.

Pretender que la respuesta a una catástrofe como la de Valencia puede encararse desde un gobierno regional es pura simpleza o mucha depravación. Sobre todo, lo segundo. Sánchez, por una parte, ha pretendido eludir la responsabilidad y, por otra, ha intentado condenar y provocar el fracaso del Ejecutivo autonómico.

Al margen de si se decretaba o no el estado de alarma, es indudable que solo el Gobierno central tiene los medios para enfocar la situación. Las competencias, antes que ser un tema jurídico lo es de posibilidades. Es del Gobierno de España del que dependen el Ejército, la Policía, la Guardia Civil, las comunicaciones, las carreteras, el transporte ferroviario, el espacio aéreo, los aeropuertos, el Ministerio de Trabajo, el de Hacienda, la Aemet, las confederaciones hidrográficas, el CSIC, los buques oceanográficos. El control de las costas y de las fronteras, los institutos epidemiológicos, la delegación del Gobierno, las relaciones con otros Estados y con la UE, la aprobación de decretos leyes creando créditos extraordinarios, etcétera.

Cuando en una parte de España la población carece de agua potable, de víveres, de medicinas, de artículos higiénicos y de limpieza, de ropa, etc. y el suministro no es posible por carretera, ¿qué se precisa para mandar helicópteros o aviones del Ejército, que en el caso de que no pudiesen aterrizar, lanzasen en paracaídas sacas con todo lo necesario? ¿Cómo es posible que en la cuarta potencia de la UE durante una catástrofe como la de Valencia se produzcan saqueos, robos, expolios, y tengan que ser los propios vecinos los que hagan guardia día y noche, mientras que la Policía y la Guardia Civil están acuarteladas y se quejan de que no les dejan actuar?

«La tardía respuesta del Gobierno contrasta con la postura de los ciudadanos particulares y de las organizaciones civiles y sociales»

¿Qué se precisa para que el Ejército, la Guardia Civil, la Policía y todas las demás instituciones cumplan su misión dentro del territorio nacional? ¿Instancia con póliza y sello? Es ridículo el papel que el Gobierno ha obligado a hacer al jefe de la UME, y que él ha aceptado, afirmando que necesitaba licencia de las autoridades regionales para que el Ejército entrase en la zona de la emergencia. Quizás por esto Margarita Robles ha dado a este militar el mando supremo de todos los efectivos militares desplegados en la catástrofe en detrimento de la autoridad natural, el JEMAD.

La tardía respuesta del Gobierno contrasta con la postura de los ciudadanos particulares, organizaciones civiles y sociales, bomberos de otras regiones, etc. que, sin esperar a ninguna petición oficial y por desgracia muchas veces sin organización y sin medios, se han desplazado al centro de la tragedia dispuestos a prestar colaboración y ayuda.

Hablar de Estado descentralizado cuando la calamidad y la devastación es tan enorme no tiene sentido. No sé si las autoridades regionales han podido cometer errores o fallos, pero todo ello pasa a segundo lugar ante la pasividad querida y buscada por el Gobierno central que constituye una auténtica infamia, rayando en lo criminal cuando se realiza por motivos políticos. ¿Qué explicación tiene que en los primeros momentos el ministro del Interior rechazase la oferta del Gobierno francés de enviar a 200 bomberos? Una cosa son las posibles equivocaciones o incluso torpezas y otra muy distinta la búsqueda a conciencia del desastre y la hecatombe con la finalidad de dañar al enemigo político y conseguir el poder que no le han concedido los votos. «Este es nuestro momento», ha llegado a escribir con total frivolidad la ministra de Igualdad.

La indignación popular estalló la otra mañana en Paiporta con la visita de los Reyes y del presidente del Gobierno. Ante la violencia desatada, violencia en todo caso de intensidad menor, Sánchez personificó una imagen bochornosa que salió en todas las televisiones y con la que pasará a la historia, la huida dejando a los Reyes y al presidente de la Generalitat para que en solitario diesen la cara y se enfrentasen a la justa rabia de los habitantes de Paiporta. En realidad, es la expresión de algo más profundo, el hecho de que tras la jactancia y altanería que Sánchez muestra en público se esconde un cobarde, un fantoche, dispuesto a dar la espantada en cuanto surgen las dificultades y a echar la culpa a los demás. Así ocurrió con la pandemia y así está sucediendo en los momentos actuales en Valencia.

«Estaba en su mano, tal como hicieron los monarcas, anteponer el interés del Estado a su propia protección»

El hecho fue tan bochornoso que la Moncloa se apresuró a construir un relato, relato imposible de mantener. Primero, que había recibido un golpe que nadie ha visto y que parece que no existió. Lo que sí pudimos comprobar todos, mediante la televisión, fue que los que efectivamente sufrieron impactos fueron la reina y uno de sus escoltas. Segundo, que actuó según el protocolo de seguridad. Parece ser que este no existía para los Reyes o para el presidente de la Comunidad. Estaba en su mano, tal como hicieron los monarcas, anteponer el interés del Estado a su propia protección. Tercero y cuarto, echar las culpas de lo ocurrido a la ultraderecha -¿cómo no?- y al Rey.

Aun cuando pudiese haber alguien de ultraderecha, como de ultraizquierda o del PSOE o del PP o de cualquier ideología en los altercados, todos vimos en televisión que la indignación salía del pueblo. Es curiosa la prisa que se ha dado el Gobierno en movilizar a la Guardia Civil para identificar y detener a los que aporrearon el coche del presidente (solo el coche del presidente). Supongo que con la intención de amedrantar y demostrar que se trataba de individuos incontrolados. El resultado parece ser que ha sido negativo, y que el fantasma no existía. Solo tristeza y rabia.

Afirmar que la visita no se tenía que haber realizado, y que todo se debió al capricho del monarca, no se sostiene. Todo el mundo sabe que el Rey no puede dar un paso sin permiso del Gobierno. La prueba es que la ida a Chiva de los monarcas se suspendió por la oposición de la Moncloa. Lo que ocurre es que Sánchez pensó que la presencia del Rey le cubriría de la bronca, pero el dolor y la cólera eran tan grandes que no había parapetos posibles. La visita, en contra de lo que algunos afirman, ha tenido una gran relevancia y ha sido de una gran oportunidad. Ha provocado efectos muy positivos. El monarca, sin tener competencias, desbloqueó, paradójicamente, la inacción. Al hacer visible la presencia del Estado y aguantar estoicamente durante hora y media las protestas, prestaba a estas un altavoz, imposible de desoír. Por otra parte, Sánchez quedaba en pésimo lugar. El Gobierno no ha tenido más remedio que ponerse a la tarea.

No obstante, el sanchismo es el sanchismo y al igual que el alacrán de la fábula está en su naturaleza. El presidente del Gobierno, aun en ese momento, tan suyo, de comparecer anunciando a bombo y platillo las medidas económicas que se van a tomar y que no ha dudado en presentar como si fuesen donaciones propias, no desaprovechó la ocasión de usar para sus fines políticos la tragedia y unió torticeramente las ayudas a Valencia con la aprobación de los presupuestos, pretendiendo chantajear así a la oposición.

«Habrá que preguntarse si dividir un Estado en 17 porciones con el fin de asimilar al nacionalismo fue una buena idea»

Si en algún caso están justificados los decretos leyes es en situaciones como las actuales, a efectos de aprobar créditos extraordinarios. Parece mentira que el rey del decreto ley, que los ha utilizado anticonstitucionalmente para cualquier menudencia, ahora diga que necesita los presupuestos para instrumentar las ayudas. La memoria nos traiciona, ya no nos acordamos que durante toda la pandemia Sánchez actuó con los presupuestos elaborados por Montoro para 2018. Es más, fue la pandemia la excusa que entonces utilizó para no presentar los de 2020.

Con el tiempo habremos de plantearnos al menos dos cuestiones que la tragedia de Valencia ha puesto sobre la mesa. Mal que nos pese, habrá que deliberar una vez más acerca de la operatividad de nuestro Estado de las Autonomías. Interrogante que ya apareció durante la covid. Habrá que preguntarse si dividir artificialmente un Estado relativamente pequeño en 17 porciones con la sola finalidad de asimilar al nacionalismo fue una buena idea. Después de casi 50 años, lejos de solucionar ese problema lo ha agravado y se han creado otros que no existían.

El segundo es el del abandono a conciencia, empujado por un falso ecologismo, de las infraestructuras hidráulicas. Los que estuvimos en la intervención delegada en el Ministerio de Medio Ambiente sabemos que el núcleo principal de ese ministerio lo constituían la Dirección General de Costas y la Dirección General de Aguas de la que dependen todas las confederaciones hidrográficas. El Gobierno de Sánchez desde el primer momento no solo cambió el nombre por el de «transición ecológica», sino también las preocupaciones. Da la impresión de que esas dos direcciones generales, con Ribera, han quedado relegadas a un último lugar.

En todos estos años ha primado un cierto ecologismo fundamentalista que condena cualquier cambio en el hábitat natural. Ya en 2006, en el Gobierno de Zapatero se desechó el proyecto de la presa de Cheste, que hubiese sido fundamental en los momentos actuales, y el anterior Gobierno de coalición de la Generalitat valenciana bloqueó con la Ley de Huertas las obras proyectadas por la Confederación Hidrográfica en el barranco del Poyo, que hubiesen minimizado los desastres de estos días.

Ante ciertas posturas, me viene a la cabeza lo que Claudio Sánchez-Albornoz narra en su obra España, un enigma histórico, acerca de cómo presentándose a Felipe IV un proyecto para canalizar una parte del Tajo, el monarca constituyó una junta de teólogos para que lo estudiasen. La conclusión fue negativa: «Si Dios hubiese querido que el Tajo estuviese canalizado, lo habría creado así». Parece mentira que muchos siglos después se empleen argumentos similares. Todos los fundamentalismos terminan siendo iguales.

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