El Adenauer del Pisuerga
«Me niego a celebrar hasta el ridículo el hecho de que el ministro de Transportes haya cumplido su cometido en esta crisis sin eructar»
La fachosfera, las ratas de la prensa, los asquerosos periodistas de derechas, o al menos contrarios a Sánchez, buena parte de esos ineptos patanes que teclean opiniones le vienen dedicando algunas palabras a Óscar Puente. Favorables opiniones, por raro que parezca. En los días posteriores a la DANA, aun buscando desaparecidos, con el tristemente habitual enfrentamiento entre administraciones, y vecinos que logran ver algo de luz en sus hogares arrasados, ha aparecido la versión más conciliadora de Óscar Puente, el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, también conocido por sus labores como guardián de las esencias del sanchismo. Además de por sus elegantes expresiones para referirse a periodistas críticos -es decir, señalarlos desde el poder que ostenta- y medios de comunicación como THE OBJECTIVE.
Confieso que, entre la ostentación de la torpeza e inutilidad que practican nuestros gobernantes, sí me he alegrado en ver a un ministro comunicar su labor sin entrar a la guerrilla diaria de reproches. El ministro sin filtros, esto es palpable cada día, y sin community manager que tantas veces ha sacado a pasear su tono bronco, chulesco, barriobajero, ha modificado su estilo para estos días de barro, incertidumbre y miedos. Ahora bien, me niego a celebrar hasta el ridículo el hecho de que el ministro haya cumplido su cometido en esta crisis sin eructar. Una cosa es reconocer lo obvio, como así hago, que el señor Puente está comunicando correctamente, pero no hay que erigir estatuas y corear alabanzas porque alguien cumpla su bien pagada labor.
«Este Óscar Puente de hoy nunca hubiera sido ministro, jamás hubiera sido llamado para ser el pararrayos del Ejecutivo»
Hay quien ya desliza a Puente como el sucesor de Sánchez al frente del PSOE. Fíjense lo fácil que se construyen estadistas en este país, estas dos semanas sin señalar a un periodista, insinuar que el presidente argentino se ha drogado o mentir diciendo que «el tren vive el mejor momento de su historia», y ya eres poco menos que el Adenauer del Pisuerga, el Churchill vallisoletano, el Kennedy pucelano. Estadistas de todo a cien porque, repito, hacen el trabajo que debe hacer un ministro. Tan mal estamos que con ser educado un rato, guardarse las ocurrencias de tuitero barbilampiño y colgar información necesaria para el ciudadano, ya te ganas el cariño del público. Definitivamente, estamos necesitados de políticos que no hablen tanto y trabajen más. Lo que antes era un político normal.
Quisiera verlo tan claro como todos aquellos a los que se les gastan los adjetivos gentiles para el poco gentil Puente, pero no puedo. Porque tengo memoria y pesa más en la balanza el tono que siempre ha tenido Puente, hasta que llegó la DANA y le pareció bien ser mínimamente cortés. Recuerdo que en su estreno en el Congreso, haciendo de portavoz oficioso del grupo socialista para responder a Feijóo, acusó a Aznar de instigar el 11-M. Instigar. Sus palabras para Ayuso con aquello de «el testaferro con derecho a roce», una delicadeza ministerial. Las faltas de respeto a compañeros de profesión, ese abuso de poder, esa intentona de su capacidad intimidatoria, el «circula, que te estás poniendo muy pesadito», que le dedicó el ministro a Francisco Pascual, periodista de El Mundo.
La pregunta no es tanto, ¿por qué el ministro de Transportes usa ahora este tono amable, informativo y cordial? La pregunta, una losa sobre toda su trayectoria, es ¿por qué siendo capaz de usar ese tono, nunca lo había utilizado en su labor ministerial? La respuesta, clarificadora, es dolorosa. Este Óscar Puente de hoy nunca hubiera sido ministro, jamás hubiera sido llamado para ser el pararrayos del Ejecutivo. La educación y el saber estar no era lo que se buscaba con su fichaje. Lo sabe Sánchez, lo sabe Puente, lo saben hasta los periodistas de la sanchosfera.