Ribera, las confederaciones hidrográficas y los ecologistas
«La vicepresidenta no se ha dignado presentarse en Valencia para estudiar sobre el terreno dónde y cuáles han sido los fallos de un organismo que depende de ella»
La tragedia de Valencia ha puesto de manifiesto de manera indiscutible un montón de fallos y de errores de muchas instituciones públicas y de muchos dirigentes políticos. Esos fallos y errores habrá que analizarlos con calma, cuando los horrores más inmediatos de la catástrofe empiecen a estar controlados y en vías de solución. Y, por supuesto, los ciudadanos tenemos el derecho y yo diría que también el deber de reclamar entonces a los dirigentes políticos que han cometido esos errores que respondan de ellos y exigir que se tomen las medidas necesarias para que esos fallos no se vuelvan a repetir.
Cuando se produce una tragedia provocada por fenómenos de la naturaleza como ésta, los fallos y los errores de las instituciones y de los políticos podemos encontrarlos en dos campos, en el de la previsión de la catástrofe y en el de la reacción cuando ya se ha desencadenado.
Que en el Levante español siempre ha habido grandes riadas e inundaciones lo sabe todo el mundo, por lo menos desde que los cartagineses llegaron allí hace más de dos mil años. Por eso se han ido tomando medidas preventivas también desde hace siglos. En ese sentido hay que contemplar la creación en 1926 de las Confederaciones Hidrográficas, que fue una iniciativa del ministro de Fomento de entonces, el Conde de Guadalhorce, que era un prestigioso ingeniero de Caminos. Guadalhorce sabía que el hombre depende totalmente del agua y que los problemas más importantes que el agua nos plantea son siempre dos: o su falta o su exceso. Para responder a esos problemas creó las Confederaciones, en las que técnicos bien formados, dirigidos por Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, tenían que estudiar de qué forma podían resolver esos dos problemas: la sequía y las inundaciones y riadas.
Con la ayuda de esos técnicos de las Confederaciones el Gobierno del PP de Aznar elaboró en 2001 el Plan Hidrológico Nacional (PHN), que incluía obras públicas para lograr exactamente eso: que nunca falte agua para el consumo humano ni para la agricultura y ganadería de todos los lugares de España, y que, en la medida de lo posible, nunca el agua se lleve por delante vidas, casas y enseres de los ciudadanos españoles.
Nada más llegar al poder, tras los atentados del 11-M, Zapatero se cargó ese PHN, que incluía, entre otras muchas propuestas, la construcción de la presa de Cheste, que hoy todos los técnicos están de acuerdo en que hubiera servido para aminorar drásticamente los efectos de la DANA (antes gota fría).
«Teresa Ribera ha estado absolutamente desaparecida en toda esta terrible crisis»
La Confederación Hidrográfica del Júcar es, desde hace casi un siglo, la encargada de estudiar y controlar todo lo que se refiere al agua en la zona de la catástrofe y, en su momento, habrá que conocer qué fallos o errores han cometido sus técnicos por no haber planificado las obras pertinentes o por no haber reaccionado adecuadamente cuando se desató la riada. Pero, de momento, lo que sí sabemos es que esa Confederación, como las demás, dependen del Ministerio de Transición Ecológica, cuya ministra, Teresa Ribera, ha estado absolutamente desaparecida en toda esta terrible crisis, hasta el punto de que ni siquiera se ha dignado presentarse en Valencia para estudiar sobre el terreno dónde, cuándo y cuáles han sido los fallos de un organismo que depende directamente de ella. Es muy llamativo que, después de encabezar la lista del PSOE a las elecciones europeas de junio pasado y salir elegida, renunciara al acta de eurodiputada para seguir de ministra y vicepresidenta tercera del Gobierno de Sánchez y ahora pretenda irse a Europa como alto cargo de la UE.
Se nos ha dicho que estaba desaparecida porque estaba preparándose para una especie de examen al que la iban a someter en el Parlamento Europeo para ver si la nombran vicepresidenta de la Comisión y comisaria de la Competencia y la Transición Ecológica. Otro día habrá que analizar cómo funcionan las Instituciones Europeas para elegir a una persona que se presenta ante ese Parlamento Europeo con el mérito principal de haber sido ministra en España, porque así lo han querido comunistas, golpistas, separatistas y filoterroristas, es decir, los socios de Sánchez en su proyecto para acabar con la España constitucional.
Pero sí que hoy puede ser muy útil reflexionar sobre la palabra «ecológica», que preside la cartera de Ribera en España y probablemente presidirá la de Bruselas.
«Durante el mandato de Ribera se han destruido ya más de 250 presas»
Ecologista es la etiqueta que los inquisidores de la corrección política obligan hoy a ponerse a todo el mundo, desde los niños de primaria a los empresarios de multinacionales, pasando, claro está, por los políticos. ¿Qué es un ecologista para esos inquisidores que dominan hoy el pensamiento de los países occidentales de forma más tiránica que Torquemada en el siglo XV? Un ecologista es aquella persona que cree que la naturaleza (suelen escribirla con mayúscula) es Dios y que el hombre le debe sumisión absoluta y, por supuesto, ¡ay de él si se le ocurre tocarla! Por tanto, para un ecologista es pecado mortal limpiar el cauce de un río y no digamos hacer una presa. Al contrario, las presas hay que destruirlas para que los ríos fluyan libremente. Durante el mandato de Ribera se han destruido ya más de 250.
Ya está bien de la tiranía de los ecologistas, también llamados ecolojetas, que suelen ser niños pijos que nunca han tenido que vérselas con la naturaleza, como los agricultores y ganaderos desde hace milenios.
Claro que hay que cuidar y respetar la naturaleza, pero no porque sea el dios de una religión tiránica, sino porque de ella y con ella tenemos que vivir los hombres.
Y, además, que no nos den lecciones de respeto a la naturaleza los que gobiernan en coalición con los comunistas, porque han sido los regímenes comunistas los que más daño han hecho a la naturaleza y, de paso, a los hombres que viven bajo su bota.