¿Quién gobierna en España?
«Tenemos un Estado enorme y carecemos de Gobierno no solo porque no actuó, sino porque después de la catástrofe ha mostrado mezquindad y partidismo»
Quizá vivamos la situación más paradójica de la historia contemporánea: tenemos un Estado gigantesco y carecemos de Gobierno. El absurdo es digno de estudio porque está marcando la crisis que vivimos y el desamparo que sufrimos. Resulta que esa forma artificial que es el Estado jamás ha sido más grande que ahora en España. El aparato estatal se mete como nunca en la vida pública y privada, en los bolsillos y en la conciencia, de manera que adquiere las formas del totalitarismo, pero sin gobernantes dignos de tal nombre. Y la forma natural, que es el Gobierno, no existe, no tiene a nadie con mando ni autoridad que lo conduzca.
Ni siquiera hay un Estado de Partidos, porque una cosa es la colonización de la administración y de las instituciones y otra el sentido que tenga. Existe una diferencia entre asaltar lo público para beneficiarse privadamente mientras se sirve al señor feudal que lo colocó, y formar parte de un entramado equilibrado y pactado entre los partidos para gobernar el Estado.
Además, el partido que se supone forma el Gobierno, el PSOE, no existe más que como organización al servicio de una persona. Esa organización carece de todas las características de un partido en un sistema democrático al uso: no hay debate, ni tendencias, ni circulación de élites, ni elecciones libres internas, ni liderazgo de consenso. Solo existe en el Partido Socialista la tiranía de una persona y el sometimiento del resto para mantener cargos y sueldos. Los otros dos partidos importantes, el PP y el Vox, están fuera del verdadero reparto del botín público y no comparten ningún plan de manejo del Estado con el PSOE, que es lo propio de un Estado de Partidos. El CGPJ es la excepción frente al resto de instituciones como el Banco de España o RTVE.
Solo nos queda un Estado que sobrevive y engorda porque ha creado sus intereses particulares y tiene vida propia. Es tan resistente que es capaz de sobrevivir a los cambios políticos, electorales y de régimen, incluso contener opciones como Junts, Bildu o ERC que quieren romperlo, y seguir viviendo como si nada. Es más; hasta los liberales que pululan por los partidos no hacen más que reclamar, promover y proteger la intervención estatal. Creen que lo compensan con alguna reducción impositiva, pero solo enmascaran su dependencia de lo público para competir políticamente con el adversario.
La ausencia de Gobierno, y no me refiero solo al de España, también al autonómico, se ha visto con la tragedia de Valencia. Mucho músculo estatal, pero poco cerebro gubernamental. Tenemos un Estado convertido en el Leviatán, y gobernantes sin capacidad de mando ni autoridad. Escribió Hannah Arendt en ¿Qué es la autoridad? (Página Indómita, 2024) que los conservadores manejan una teoría de la fatalidad según la cual a medida que nos vemos inmersos en la dictadura del progresismo, la autoridad se pierde. Con autoridad no se refiere al poder ni al ejercicio de la violencia, sino a la capacidad de guiar a la gente hacia las soluciones.
«Este Gobierno no gobierna, tiene poder, pero no lo usa, su inacción es inaudita y al tiempo mantenemos un Estado enorme»
Un buen ejemplo fue la dejación de sus funciones del Ministerio de Transición Ecológica que por ideología no arregló los cauces de los ríos, ni se preocupó de la gente que vivía en esos parajes, ni usó el Estado y su fuerza económica para ejecutar el presupuesto y prever las adversidades con las que salvar vidas. Es así que tenemos un Estado enorme, y carecemos de Gobierno no solo porque no actuó, al igual que el valenciano, ojo, sino porque después de la catástrofe ha mostrado debilidad, mezquindad y partidismo, e incapacidad para liderar un arreglo.
Los liberales, contó Arendt en el libro citado, se preocupan (o nos preocupamos) por la pérdida de las libertades cuando los colectivistas llegan al Gobierno. Es el caso de la situación de España desde que Pedro Sánchez alcanzó la presidencia. Vimos desde 2018 una amenaza autoritaria, un deseo de acaparar poder, de silenciar las instituciones democráticas, de terminar con la libertad de prensa, y de eliminar la separación de poderes. Arendt escribió que los liberales medimos la política en función de la ganancia o pérdida de las libertades, como si eso fuera lo único importante. No caímos en que este Gobierno no gobierna, en que tiene poder pero no lo usa, que su inacción es inaudita, al tiempo que mantenemos un enorme Estado.
Nos falta Gobierno, señalaba Arendt, y así lo creo yo, porque hemos perdido la noción de autoridad. Los creyentes del progreso han laminado a los creyentes de la tradición, y el nihilismo, o su versión woke, ha acabado con la seguridad que daba la creencia en que existía una verdad, una ciencia y una razón. Se han cargado también la historia en todas sus vertientes, incluida la científica. La duda se ha convertido en creencia, dice Arendt. Sin esos asideros y referencias no hay profundidad en el pensamiento ni ideas. Por eso solo tenemos ocurrencias y oportunismo, que son la base de la izquierda que domina. Sobre esta base no puede haber autoridad, o auctoritas, ni, por tanto, verdadero Gobierno. Llegamos así a uno de los resultados del progresismo: estatismo sin fin, gobernanza sin principios. Y así estamos.