González y Aznar: la extraña pareja
«Antiguos enemigos, ambos expresidentes pueden prestarle a España un inestimable servicio promoviendo un contundente paquete de medidas de regeneración política»
Mientras el drama meteorológico tomaba forma en diversos puntos de España, los dirigentes elegidos en las urnas para afrontar estos cataclismos se dedicaban a sus cosas. Sabemos que había un presidente autonómico almorzando con una periodista y con el móvil a medio gas. Sabemos que había una ministra estudiando sus oposiciones a comisaria y sin tiempo para distracciones. Sabemos que la responsable autonómica de Emergencias ignoraba la existencia de un sistema de alertas a móviles para prevenir a la población. Sabemos lo colosal del lío en torno a lo que anticiparon o no anticiparon organismos como la Aemet y la Confederación Hidrográfica del Júcar.
Después de la DANA, la foto se complica aún más. Cientos de muertos y desaparecidos. Pueblos arrasados, Un ejército que quiere pero no puede. Voluntarios venidos de todos los rincones. Vecinos desesperados. Y el paseíllo de Sánchez, Mazón y los Reyes, similar (en cuanto paseaban) y a la vez antagónico (en cuanto los Reyes se quedaron y apechugaron y Sánchez se escurrió en su coche blindado). Desde entonces y hasta hoy, aunque unos se arremanguen más que otros, sobrevuela en la política española el buitre del tacticismo. Dimitir ahora, mañana o nunca. Escatimar medios y ayuda. Rechazar el liderazgo, pasar la patata caliente, sugerir esta omisión o aquel fallo.
Sugería el director de THE OBJECTIVE semanas atrás una pirueta deseable pero imposible: que Alberto Núñez Feijóo promoviese una moción de censura en el Congreso y a la vez propusiese para la presidencia del Gobierno a una figura neutral llamada a pilotar la transición hacia otra convocatoria electoral. Ningún dirigente español en activo disfruta de la grandeza moral necesaria para dar semejante paso, aunque constituya un inestimable servicio al país. La política, hoy, no conoce el bien común. La política se basa en la verdad propia y el odio a lo ajeno y se complica con la fanfarria de los asesores, los subalternos y todas esas personas que viven desde siempre del cargo público y no saben hacer nada más. Son estos ponzoñosos cantos de sirena los que anulan el entendimiento de nuestros Ulises. Ninguno de ellos, ni Sánchez ni Feijóo ni por supuesto Díaz, Abascal o los independentistas se ataron al mástil del barco en el que navegan.
«La política se basa en la verdad propia y el odio a lo ajeno y se complica con la fanfarria de los asesores, los subalternos y todas esas personas que viven desde siempre del cargo público y no saben hacer nada más»
Pero cabe otra salida. Hace unos días, Felipe González y José María Aznar compartían escenario en Ávila para hablar del legado de Adolfo Suárez. Todavía resulta extraño observar la paz que reina entre dos antiguos y encarnizados enemigos, aunque la edad implique a veces ciertas dosis de sabiduría. Ambos se mostraron críticos con la gestión de la hecatombe valenciana y ambos hablaron como hablaría un prisionero recién liberado de sus siglas. Bien podría este improbable tándem alentar una iniciativa legislativa popular que contemple un paquete de medidas de regeneración política, desde la limitación de mandatos (ocho años como tope para todos los perfiles, del concejal al jefe de un Ejecutivo) hasta la necesidad de acreditar una trayectoria profesional previa para optar al desempeño de un cargo público. Si la ciudadanía está tan harta como parece de los líderes del momento y de las dinámicas destructivas que se han instalado como chinches en cada centímetro cuadrado del catre español, es probable que el número de firmas cosechado fuese espectacular y forzase a la Mediocrecracia a doblar la rodilla.
Notará el lector que fuera de la fórmula quedan tanto Mariano Rajoy como José Luis Rodríguez Zapatero. El primero nunca fue hombre de acción y aún arrastra el tufo de la caja B. El segundo anda metido en asuntos tan dudosos que su sola presencia reventaría la jugada. Cierto, González y Aznar también la pifiaron, pero son cosa del pasado más lejano, ese lugar donde la memoria lo embellece todo hasta dejarlo irreconocible.