Todo empezó con Mazón
«La imagen de un PP débil ante Vox empezó gracias a las torpezas de un Mazón que ha vuelto a demostrar sus debilidades políticas y de gestión»
Haría bien Alberto Núñez Feijóo en guardarse mucho con lo que haga, diga o incluso piense o no piense, el presidente de la generalitat valenciana, Carlos Mazón. Y haría bien porque no se puede olvidar su estelar participación en el hecho de que Feijóo ganara unas elecciones generales, pero no pudiera gobernar. La victoria se quedó corta pese a que apenas tres semanas antes de las elecciones todo apuntaba a un holgado triunfo que, si bien no alcanzaba la absoluta, le permitía pactar desde la fortaleza de los resultados y poder gobernar cómodamente.
En los meses previos Feijóo lo tenía todo a su favor. El Partido Popular había arrasado en las elecciones autonómicas como respuesta a la altanera forma de ese gobierno de coalición de Sánchez y el malestar en toda España por los continuos chantajes que ya por entonces pagaba a sus socios independentistas. El PSOE se revolvía internamente tras perder centenares de cargos y miraban a su líder Pedro Sánchez, el de los indultos, los pactos con ERC y Bildu, el que se había cargado el delito de sedición y rebajado las penas por el de malversación. Pero Sánchez demostró una vez más su capacidad para echar órdagos cuando lo ve todo perdido. Esta vez el órdago fue la convocatoria de elecciones generales. De esa forma agrupaba fuerzas e imponía otra vez el silencio norcoreano entre sus filas que, disciplinadamente para no perder puestos en las listas, de nuevo callaron y acataron.
Una campaña que para todo el mundo iba a ser un camino de rosas para Feijóo, cómodamente centrado, manejando con equilibrio las relaciones con Vox y olvidando la ingenuidad de los años de Casado. Incluso desde las filas socialistas se temían lo peor y la prueba es como en esas semanas previas a las elecciones aceleraron decisiones en ministerios y organismos públicos para intentar atornillar a sus militantes a cargos ante el previsible cambio de gobierno.
Y en esto llegó Mazón. El político valenciano, sin encomendarse a nadie, negoció en tiempo récord un acuerdo de gobierno con Vox que se hacía de golpe con la presidencia de las Cortes Valencianas, una vicepresidencia y dos consejerías más. Un auténtico botín para los de Abascal que no tardaron tampoco en alardear de haber conseguido imponer sus tesis en la futura política del Gobierno en áreas tan delicadas como la violencia de género, la inmigración o la memoria histórica dentro de un acuerdo de gobierno de 50 puntos.
Este acuerdo rompía por completo toda la planificación de la campaña electoral que tenían en Génova y que buscaba alejar y retrasar todo tipo de pacto con Vox hasta después de las elecciones. El objetivo es que esos acuerdos en plena campaña con una formación extremista no perjudicasen al partido en las elecciones y ahuyentasen el voto más moderado. Algo tan evidente y lógico como esa premisa solo se consiguió en una comunidad: en Navarra. Y no fue el PP. Fue el PSOE el que logró retrasar y silenciar sus pactos vergonzosos con Bildu, los herederos políticos de ETA, para que no le afectara al voto.
En las filas populares ocurrió todo lo contrario. Intentaron vender como pudieron que las acciones y los tiempos de Mazón eran conocidos y aprobados por la dirección de Génova. Pero lo cierto es que como gesto de autoridad a lo único que pudieron llegar fue a vetar la entrada en el Gobierno autonómico del líder valenciano de Vox, condenado por maltrato a su exmujer. Y punto. Nada más. Lo que sí tuvieron que sufrir desde el momento en que Mazón cerró ese acuerdo fue que Vox extendiera las prisas y las demandas al resto de negociaciones en otras comunidades autónomas.
Y allí empezó el derrumbe de la campaña de Feijóo. Las exigencias de un socio venido arriba que con sus acciones y declaraciones pareciera que le estaba haciendo la campaña soñada a Pedro Sánchez. Este no tardó en alimentar hasta el infinito la imagen más exacerbada de la ultraderecha para vender en campaña el miedo de que eso era lo que iba a ocurrir también en el gobierno de España si ganaba Feijóo. La caótica sucesión de negociaciones y pactos del PP con Vox en plena campaña electoral no ayudaron a eliminar la imagen de debilidad del PP frente a Vox. El aparato socialista hizo de altavoz a Vox para despertar a un voto de izquierdas que estaba desmovilizado hasta ese momento. Lo que efectivamente ocurrió y ese fue el último escalón que permitió a Sánchez, pese a no haber ganado, agarrarse a clavos ardiendo como la amnistía, los conciertos fiscales a Cataluña o los pactos con Bildu para no soltar el poder que tanto ansiaba y necesitaba.
Todo aquello empezó gracias a las ambiciones, prisas y torpezas de un Carlos Mazón que, ya en el poder, ha vuelto a demostrar todas sus debilidades políticas y de gestión.
En las últimas semanas, estábamos ante un Sánchez que preside un gobierno que apenas gobierna, incapaz de poder cerrar la negociación de los presupuestos generales de una manera sensata, que no puede sacar leyes adelante porque las dosis de exigencias de sus socios son ya de tal alcance y locura que son incluso incompatibles entre sí. Un Sánchez que sabe que el caso de su esposa Begoña Gómez no es un bulo como insiste él, ella y sus coros y palmeros. La investigación está aportando cada vez más consistencia al caso. Tiene además a Ábalos, su antiguo hombre de confianza en el partido y en el gobierno, a punto de ser imputado por el Supremo y cada vez más dispuesto a dejar las amenazas veladas y empezar a tirar de la manta.
«La frase de Sánchez de que «si necesitan más recursos que los pidán» quedará en los anales de la incompetencia y del despiadado juego político»
Y de repente, el diluvio sobre Valencia. Una DANA provocaba la peor riada en mil años y la muerte de cerca de doscientas veinte personas. La sucesión de errores y tardanzas en las primeras horas del gobierno de Mazón son imposibles de justificar. Y solo son comparable a la desidia del aviso de la Confederación Hidrográfica del Júcar sobre los riesgos de riada en el barranco del Poyo. Una Confederación que durante años no ha ejercido su misión de invertir, prevenir y encauzar esos riesgos.
Y qué decir del retraso en la ayuda del gobierno central y sobre todo de la dejación de su deber constitucional de haber declarado el estado de emergencia nacional, tanto por la gravedad de la catástrofe como porque afectaba a varias comunidades, especialmente a Castilla-La Mancha. Una tardanza de casi tres días en el despliegue que junto a la frase del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, de que «si necesitan más recursos que los pidan», quedará en los anales de la incompetencia y del despiadado juego político.
Sánchez sigue sin dar explicaciones en el Congreso de los Diputados de su dejación y pasividad ante la catástrofe. Lo único que a lo que se ha consagrado tras difundir el bulo de que le había agredido la extrema derecha en su visita a la zona con los reyes, es la de movilizar a todo su aparato de opinión y propaganda en un solo mensaje: solo ha habido un error y un culpable y ese es Mazón. Bueno, también hizo un amago de supeditar la ayuda a que le aprobaran los presupuestos.
Mazón no ha gestionado nada bien. Ni en el momento de la riada, que estaba de comilona varias horas con una periodista, ni en el momento de pedir ayuda, ni en el momento de asumir responsabilidades. Está claro que Feijóo no está contento, aunque le defienda. No le hizo caso cuando él mismo le recomendó que solicitará al gobierno el estado de emergencia nacional. Tampoco le ha satisfecho las explicaciones ausentes de toda autocrítica y asunción de responsabilidades. Ni siquiera la horrible actuación de sus conselleras ha sido reprendida por Mazón.
El problema es que en este país nadie asume responsabilidades. Mazón las evita, aunque dé la cara. Teresa Ribera se escondió dos semanas tras el desastre para no comprometer su futuro europeo, tampoco ha asumido ninguna. Su comparecencia en Bruselas al final ha sido igual de vergonzante.
En todo caso Mazón, de nuevo, ha socavado por incompetencia y ambición, la autoridad e imagen del PP. Feijóo no puede ligar su destino al del valenciano. La primera vez le costó el poder gobernar, ahora le puede costar su supervivencia política.