Una palabra de más
«En ‘Artistas de la supervivencia’, un Enzensberger pequeñito, ruin y no muy avispado parece una caricatura del autor de ‘El corto verano de la anarquía’»
Se ha puesto de moda decir que tal o cual libro es necesario, y quizá sería pertinente señalar, por esa misma lógica, que un libro es innecesario. El que nos ocupa es muy malo. Inédito en nuestro país hasta hace unos meses, uno lamenta que no permaneciera así.
Artistas de la supervivencia, de Hans Magnus Enzensberger, desmerece al compararlo con El perdedor radical, Tumulto o El gentil monstruo de Bruselas, por citar tres títulos notables del magnífico autor alemán. ¿Qué es Artistas de la supervivencia? Un prontuario de dislates políticos cometidos por escritores célebres. Dislates, por cierto, mil veces abordados por críticos y biógrafos, seguramente con mejor fortuna.
Siempre es liberador descubrir que nuestros ídolos tienen pies de barro. Pero este libro se limita a señalar las archiconocidas faltas de escritores a los que, por otro lado, reduce al tópico (¡Pessoa en el café con su saudade y sus dichosos heterónimos!), escamoteando su valor literario. Nos enteramos de las opiniones políticas de Gertrude Stein en 1944, pero se nos vedan las razones, si las hay, de que la autora de Ser americanos esté incluida en esta selección. Es interesante saber que Cioran apoyó a Mussolini con 22 años, pero el capítulo dedicado a su persona no permite extraer información alguna acerca de su faceta como escritor. Quien lea la semblanza de Céline quedará convencido de lo mala persona que era el autor del Voyage, pero nada sabrá de su obra maestra.
«Este libro se limita a señalar las archiconocidas faltas de escritores a los que, por otro lado, reduce al tópico»
Algunos medios saludaron con entusiasmo la aparición de este libro, que en principio ajustaba cuentas con Camilo José Cela. Pero el ajusticiamiento es decepcionante. A Enzensberger le interesa la faceta polémica del autor (la censura, el plagio, hasta el matrimonio a edad provecta), del que reconoce que solo ha hojeado La colmena. Menos da una piedra…
Decía Valéry que toda persona es inferior a lo mejor que ha escrito y aquí un Enzensberger pequeñito, ruin y no muy avispado parece una caricatura del autor de El corto verano de la anarquía. La mojigatería con que analiza la obra de Henry Miller no se compadece con la profundidad moral de Panóptico. Enzensberger tuerce el morro ante la predilección de Miller por las «escenas de cama» (p. 82) y, con ademanes de vieja de pueblo, recuerda su «mala reputación» (p. 83). ¡Pudibundo Enzensberger!
Suma y sigue. En el capítulo dedicado a Jünger afirma que «cuando estaba en Frankfurt y le fue concedido el Premio Nobel, la policía tuvo que proteger la celebración en la Paulskirche de los enfurecidos alemanes» (p. 108). Pero a Jünger nunca le fue concedido el Nobel y Enzensberger probablemente lo confunde con el Premio Goethe que recibió en la ciudad de Frankfurt en 1982. El libro, a estas alturas, ya rueda cuesta abajo…
Hacer justicia es una labor que exige diligencia, pero nunca ligereza. De lo contrario, corremos el riesgo de terminar prendiendo fuego a un rimero de libros. Enzensberger salva de la pira a los autores que trató en persona. Destacan sus encuentros en París con Queneau (p. 129), en Barcelona con García Márquez, cuando este todavía era desconocido (p. 208), y con Danilo Kiš en varias ciudades (p. 218). En estas escasísimas líneas de anecdotario aflora tímidamente el viejo Enzensberger que todos añoramos.
El capítulo consagrado a Bertolt Brecht comienza con la frase: «Sobre Bertolt Brecht ya se ha dicho todo» (p. 114). Y, en efecto, así es: el autor no añade nada que no conociéramos de sobra. A veces, como decía el citado Cioran, toda palabra es una palabra de más.