THE OBJECTIVE
Daniel Capó

¿Un conservadurismo para el futuro?

«La nueva derecha de grandes inversores como Peter Thiel o Elon Musk busca reconciliar el salto tecnológico con los valores comunitarios tradicionales»

Opinión
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¿Un conservadurismo para el futuro?

Ilustración de Alejandra Svriz.

La semana pasada el inversor Peter Thiel concedió una entrevista de más de dos horas al podcast Honesty with Bari Weiss. Se trata de una conversación imprescindible si queremos entender el marco mental en el que se mueven los apoyos más sofisticados del trumpismo. Polémico y contrario a la ideología progresista imperante en las últimas dos décadas, Thiel sugirió que la victoria del candidato republicano debemos interpretarla como un rechazo a las tesis identitarias aparecidas en Occidente tras la caída del Muro de Berlín.

Las identidades –entre la estrechez de los nacionalismos y la peligrosa fábula del género– no pueden convertirse en un destino ni en una cárcel que someta la razón a un maniqueísmo tribal. Esa fue su opinión. Si la política identitaria contemporánea se ha transformado en el nuevo opio de las élites occidentales, el fenómeno Trump ha surgido –insistió– como una respuesta visceral a las consecuencias de estas mismas políticas. Su éxito, por tanto, radica no tanto en lo que propone, sino en lo que rechaza, es decir, la fragmentación sistemática de la sociedad en grupos de agravio mutuamente excluyentes.

Discípulo en Stanford del heterodoxo antropólogo francés René Girard, cuya tesis sobre el deseo mimético ilumina la violencia que late en el fondo del debate contemporáneo, Peter Thiel sostiene que la política identitaria moderna no nace de una búsqueda honesta de la justicia, sino de un complejo juego de espejos en el que cada grupo imita y amplifica los agravios del otro, creando así una espiral de resentimiento mutuo. Se trataría de un análisis girardiano en estado puro. Si aplicamos sus ideas con rigor, descubrimos que el deseo no surge de una necesidad personal, sino de la imitación de los deseos del otro.

La paradoja fundamental es que, en el actual contexto ideológico, mientras se proclama la liberación de minorías oprimidas, se crean incesantemente nuevas formas de sometimiento. La victimización se convierte así en un importante capital, cuyo estatus procede de la facultad de articular agravios históricos. El resultado es una carrera en la que cada grupo compite por demostrar un mayor grado de opresión. A esta realidad es a lo que el votante de Trump habría dicho «basta», aunque haya sido de un modo intuitivo. Para Thiel, se trata de un motivo de esperanza frente a lo que denomina «maquinaria de la izquierda postmoderna», o sea, un régimen ideológico que no admite ningún grado de discrepancia o de libertad intelectual.

«Las instituciones, los símbolos y los relatos deberían forjar el carácter, no disolverlo en una miríada de identidades atomizadas»

¿Cuál sería entonces la alternativa a esa fractura social en la que cada grupo se encierra en una narrativa de victimización? Un conservador sostendría que cualquier respuesta válida pasa por el regreso a la comunidad: más patria y menos nación, por decirlo en palabras del novelista Joseph Roth. Por su parte, el conservadurismo futurista que Thiel propone no implica una mera nostalgia, sino una visión de futuro que abraza la aceleración científica a la vez que pretende superar la lógica victimaria. Las instituciones, los símbolos y los relatos deberían forjar el carácter, no disolverlo en una miríada de identidades atomizadas.

Y, sin embargo, hay que preguntarse si es esta la intención de Trump o si tal vez asistimos a un ejemplo más de wishful thinking. ¿La dinámica que impulsa la nueva derecha la conduce en dirección a una mayor libertad y responsabilidad colectiva o se trata de abrir una caja de Pandora con consecuencias imprevisibles? Por supuesto, nadie lo sabe. Entender, sin embargo, el marco mental en el que se mueven figuras como Thiel o Musk me parece importante. La alianza intelectual de estos dos grandes inversores subraya la llegada de una nueva derecha tecnológica que -si nos los creemos- busca reconciliar el salto tecnológico con los valores comunitarios tradicionales. Su éxito –o su fracaso– definirá el futuro.

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