Emergencia nacional
«La catástrofe de Valencia puede ser un antes y un después si Sánchez asume por una vez su condición de presidente de todos los españoles, tragándose el muro»
A las tres semanas del 29 de octubre, la situación de emergencia nacional no ha desaparecido. Solo ha cambiado el contenido, pasando de rescatar víctimas y buscar cadáveres, a la tarea también angustiosa de rehacer vidas. Entre los múltiples comentarios sobre los sucesos, hay uno de cuyo autor debiera acordarme, que resulta a mi juicio muy pertinente. Su argumentación es bien sencilla. Así como la tragedia puso de manifiesto el enorme precio pagado por los desajustes en la gestión, entre autoridades nacionales y de comunidad, y entre los dos principales partidos, lo razonable sería superar desde ya ese obstáculo, inaugurando una política de acuerdo nacional, asentada sobre una colaboración entre niveles administrativos, que registrase el cúmulo de deficiencias observable y que de este modo sentara las bases de un relato común sobre lo ocurrido, los grados de responsabilidad y, culminando el edificio, una política de reconstrucción, partiendo de la escala local, asimismo coordinada.
Sabemos que tal pretensión es un sueño imposible, a la vista de que ya en pleno desastre, antes de esbozar medidas de salvamento imprescindibles, lo más visible fueron los intentos de escapar, no ya a las posibles culpas, sino a las responsabilidades que pudieran acarrear costes políticos en el futuro. Por una parte, Pedro Sánchez, con su clásica espantada, digna del Rafael el Gallo de la vieja memoria taurina, eludiendo asumir la gestión de una catástrofe que desde el primer momento desbordaba la capacidad de respuesta de la comunidad.
De otra, a modo de inesperado colaborador, el presidente valenciano Carlos Mazón, culminando su jornada imposible de ausencias y tardanzas, sin reclamar lo obvio. Fue un óptimo punto de partida para que todo se embrollara, llegándose hasta hoy con un absurdo combate de boxeo político en clinch, donde las inculpaciones han prevalecido abiertamente sobre la coordinación y la asunción de las enormes tareas a abordar para que Valencia vuelva a la vida.
Eso no significa que el establecimiento del relato no sea acuciante, por lo menos en puntos esenciales. Un lúcido comentarista ha afirmado que los españoles tienen memoria de pez. Más bien deberíamos decir que hay estrategas políticos empeñados en que les dé a los ciudadanos un ataque de repentina amnesia. Cosa difícil, en cualquier caso, dada la magnitud de lo sucedido. Tal vez jugando con la propensión de todo individuo a borrar los malos recuerdos, como si en vez de hechos reales se tratara de un mal sueño.
Con un Pedro Sánchez en estado de pureza, tanto por sus cortas palabras, como por su hábil administración de silencios y ausencias, ese recurso estuvo a punto de triunfar. En esta corrida en negro, el maestro dejó a la cuadrilla la labor de desgaste, como a Marlaska para la agresión de los ultras en Paiporta, a Margarita Robles para la tardanza en la acción del Ejército (más allá de la ejemplar de la UME), a la prensa adicta para leerle todas las lecciones necesarias a Mazón, mientras él se reservó el anuncio de las grandes medidas de ayuda, que es lo que a su juicio importaba.
«El discurso oficial se centra en que ahora tocan soluciones, el balance de lo ocurrido ya vendrá después. Es decir, no vendrá»
Hubo dos declaraciones suyas autodefinitorias. Una de que solo unos ultras coaligados podían pensar en atacarle en Paiporta. Odio y mentira, destinados al fracaso. Otra de que no era la hora del pueblo, sino del Estado. Más eficaz. Así que gracias a la reunión sobre el clima en Bakú, Pedro Sánchez escapaba a ese riesgo del debate parlamentario, del cual huye siempre que puede, con la expectativa de que administrando los tiempos, las soluciones -o su anuncio- borrarían las imágenes de la tragedia.
Manuel Vicent acaba de recordar que esa fue la táctica de Franco tras la gran riada que asoló Valencia en otro octubre, de 1957: presentarse allí diez días después del suceso, una vez toda protesta acallada. En la misma línea, el discurso oficial se centra en que ahora tocan soluciones, el balance de lo ocurrido ya vendrá después. Es decir, no vendrá. Reencontramos ese argumentario oficial incluso en las declaraciones de la alcaldesa socialista de Paiporta.
El protagonismo asumido por el presidente Mazón, ensimismado en su autodefensa, ha venido en ayuda del diseño de Pedro Sánchez. Por mucho que se empeñe en calificar al modo sanchista de «bulos» las críticas recibidas, su 29 de octubre quedó marcado a partir de la larga comida a la sombra de la alerta roja, con sus afirmaciones sucesivamente replicadas, desde el alcalde de Cullera a la UME. Había mucho tráfico, llegó por eso tarde, no era preciso que asistiera a la comisión, etc. Luego está el modo en que se escurrió del ambiente desfavorable en Paiporta. Y tampoco cabe olvidar que su comportamiento no es nuevo. El apresuramiento de Mazón para pactar rápidamente con Vox, tras el triunfo en las elecciones de la primavera de 2023, puso en marcha el proceso de descrédito que tanto papel jugó en la resurrección del PSOE el 23-J.
Todo indica que es un personaje centrado en la defensa de su propia carrera política, dispuesto a defenderse como un gato panza arriba contra todo intento de defenestración. Un obstáculo para cualquier intento de Feijóo de ir al fondo en la clarificación de la crisis, supuesto que tal propósito exista.
«En una Europa sometida a una sucesión de riadas graves, con el antecedente de Valencia, Ribera no parece apropiada para el cargo»
El éxito transitorio del PP ha consistido en su apelación a la UE para poner de manifiesto la inhibición de la vicepresidenta europea in pectore, Teresa Ribera. El coro de acusaciones «progresistas» contra el líder democristiano Manfred Weber, impugnador de Ribera, es tan absurdo como lógico. La ministra era una pieza clave para Sánchez en el centro de poder de Bruselas, un auténtico peón pesado en la partida, al lado de la Reina (Von der Leyen), y por ello su eventual pérdida es denunciada nada menos que como una rendición a los intereses de la ultraderecha.
En sentido contrario, aun cuando no existiera culpabilidad sobre lo ocurrido, con el maldito barranco del Poyo, faltó la previsión, faltaron las obras que hubieran impedido su conversión en verdugo de vidas y pueblos. En una Europa que viene estando sometida, recientemente, a la sucesión de desbordamientos y riadas graves, con el antecedente de Valencia, Teresa Ribera no parece la persona apropiada para el cargo. Sobre todo, al haber permanecido en silencio después del día 29, tal vez por indicación de Sánchez, para no desgastarse ante Bruselas. Ahora tendrá que dar la cara en el Congreso, y Sánchez también, lo que ni el uno ni la otra hubiesen deseado.
La fortuna juega por su cuenta en la historia, y gracias a ello la catástrofe de Valencia puede ser un parteaguas, en sentido estricto, para nuestra vida democrática. Un antes y un después si Sánchez asume por una vez su condición de presidente de todos los españoles, tragándose el muro. Pero no lo hará. Cabe pronosticar que Teresa Ribera ofrecerá una visión técnica, a modo de examen ante dos tribunales, sin rendijas abiertas para recibir críticas, eludiendo toda responsabilidad, y con las acusaciones puntuales, ya utilizadas, pero acentuadas, contra la presidencia de la comunidad.
Si todo sale bien en Bruselas, luego Sánchez presentará un futuro venturoso, después de rehuir, cómo no, dar la cara cuando debía. Frente a ello, mientras Vox lo tiene todo fácil, al PP le toca explicar, más que denunciar, cuál es el modo de gobierno (y de huida del gobierno) de Pedro Sánchez que contribuyó a agravar la tragedia. Y diseñar la alternativa. Fortiter in re, suaviter in modo, según la máxima jesuítica. Siempre con la Generalitat como piedra en el zapato.
Cualquiera que sea el resultado del debate, ni Sánchez ni Mazón caerán, lo cual no impide que la memoria resultante de lo acaecido en Valencia pueda desempeñar un papel decisivo en los comportamientos políticos de muchos ciudadanos.