Los esclavos felices
«En el actual periodo de autocracia creciente y pasividad irreductible, que afecta incluso a la oposición, ya no hay nada que justifique los abusos del Gobierno»
Una de las rarezas más desconcertantes de nuestros últimos seis años es la mansedumbre con la que se aceptan los abusos, los engaños, las mentiras, las traiciones y las corrupciones del Gobierno socialista. Es un efecto de la tiranía que ya nos tuvo sumamente confusos durante los inacabables tiempos de Franco. ¿Cómo podía ser que tanta gente aceptara el yugo?
El problema de la servidumbre voluntaria está presente en la política mundial desde, por lo menos, las reflexiones de Maquiavelo. Fue el primero en afirmar que los engaños y la violencia solían tener mejores resultados políticos que el buen juicio y la honradez. No porque así lo deseara, sino por una particular concepción de los humanos como incorregibles y eternamente corruptos. Hijos del pecado original.
Hay una masa considerable de partidarios de la dictadura (o en nuestro caso de la autocracia) que son simplemente indiferentes al aparato político. En sus zonas ilustradas son nihilistas, no creen que los humanos puedan perfeccionarse o progresar. Están sumamente ocupados por su trabajo, la vida doméstica, sobrevivir, o simplemente no atender más que a lo inmediato. Son indiferentes esenciales y sólo se moverán cuando las decisiones de los políticos provoquen su ruina.
Hay una segunda masa, mucho menor, que es la de los que se enriquecen con la dictadura o la cleptocracia. Algunos de modo ilícito, como quienes rodean al actual Gobierno, y otros de un modo que podríamos denominar «natural». Son empresarios que se arriman al poder y hacen lo que éste les ordena, como los medios de comunicación sumisos al Gobierno o los empleados que ven posibilidades de ascenso. Aquellos que usan el poder para enriquecerse siempre se justifican diciendo que, si no se enriquecen ellos, otros lo aprovecharán.
«Este es sin duda el periodo más cínico de la política española desde Franco»
Y hay una tercera masa, la más pequeña, que protesta y maldice de los gobiernos y sus abusos, pero que son incapaces de llevar a cabo la menor acción contra los dueños del poder. Esta pequeña masa puede crecer y ser muy grande, como en tiempos de Franco, si se une a la de los que prosperan de cualquier modo. El desarrollo económico del franquismo lo mantuvo en el poder hasta la muerte del dictador, a pesar de la impopularidad masiva del caudillo. Maldecían de Franco, pero le obedecían.
En nuestro actual periodo de autocracia creciente y pasividad irreductible, que afecta incluso a los partidos de la oposición, ya no hay nada que justifique los abusos del Gobierno. Los socialistas han liberado y honrado a los herederos del terrorismo vasco, a los golpistas catalanes, han absorbido los restos del comunismo y del fanatismo cancelador, y acaban de blanquear y sumarse a los partidos de extrema derecha europeos a cambio de un sillón. No queda guarida alguna de esta política nefasta que no haya aprovechado, mediante mentiras y sobornos, el actual partido socialista. Es sin duda el periodo más cínico de la política española desde Franco.
En este peculiar caso de esclavitud voluntaria se suman los beneficiados del tercer grupo, que protestan, pero son impotentes; los del segundo que aceptan las cadenas a cambio de dinero o privilegios; y los del primero, habituados a obedecer durante siglos a la iglesia, luego a Franco y ahora a quien mande; sólo se despiertan cuando sus vidas se vienen abajo. Es lo que le sucedió al descompuesto marido de Begoña cuando tuvo que salir huyendo de Valencia porque le arrojaban cañas y barro. Sin embargo, sólo con eso no se derriba a un autócrata rodeado de ladrones a su servicio.