The Objective
José Carlos Llop

Un escritor

«José Ángel González-Sainz es el escritor poseedor de la mejor lengua castellana desde la época de Sánchez-Ferlosio por un lado y Luis Martín Santos, por otro»

Opinión
Comentarios
Un escritor

El escritor José Ángel González-Sainz.

«En los días buenos acuérdate de mí», le dijo alguien a J.A. González-Sainz, y la frase es preciosa en sentido estricto: es una frase-tesoro y enlaza con otra de Simone Weil que también figura en El arte de la fuga, el primer volumen de su Diario titulado La vida pequeña: «La alegría de la vida aprovechada». O esta otra, también de Weil: «La alegría como plenitud del sentimiento de lo real».

Un escritor se impone con el lenguaje y con el sentido narrativo, un don. González Sainz es un escritor que se ha hecho al margen, en el margen y desde ese margen ha estado presente sin estarlo. Sólo para quien supiera verlo. Y aquí conviene acudir al concepto de extraterritorialidad, tan bien explicado por Steiner. González Sainz ha sido un escritor extraterritorial, un escritor que se ha ido lejos llevándose el lenguaje y enriqueciéndolo en el tiempo. Lejos, ¿de dónde? Se preguntaban los judíos en la diáspora (y no hemos de olvidar nunca que si la literatura es una forma creativa de la memoria –una más– y la memoria de Occidente, la memoria de Europa es, en gran parte, judía. De Proust a Joseph Roth; de Kafka al mismo Steiner recién nombrado).

José Ángel González-Sainz nació en 1956 y en Soria: tenemos la misma edad. González Sainz y yo estudiamos en Barcelona en los mismos años y así como era muy normal que un mallorquín se fuera a estudiar a Barcelona, un soriano no lo era tanto y en principio parecía que Madrid fuera su medio natural. No sé si coincidimos alguna vez en Barcelona –tal vez en Zeleste con Jaume Sisa o Pau Riba, tal vez en el Ateneu escuchando a Castellet disertar sobre Josep Pla, o en Vinçon haciendo lo mismo con el discurso delirante del poeta Leopoldo María Panero; tal vez en la Cova del Drach con el jazz de Tete Montoliu y Jordi Sabatés, tal vez en La Enagua, que estaba al lado, y si entrabas solo, salías acompañado…–. Es muy posible porque Barcelona fue en aquellos años, sin proponérselo, el centro más vital de la España de los 70 y los citados –y tantos otros– forman parte de la Bildung de nuestra generación.

Pero donde sí coincidimos fue hace nueve años en Formentor donde él habló de la novela del Padre Isla, Fray Gerundio de Campazas, desde un conocimiento de la literatura española poco habitual –o al que no estoy acostumbrado– y yo de Las amistades peligrosas y ambos hablábamos, a través de esas dos novelas, sobre el misterio del mal. Del mal de lenguaje, en su caso, o del mal de las formas del lenguaje. O de cómo el mal se introduce en el habla. Ahora González-Sainz, quien tras muchos años de vivir en la hermosa Venecia y la metafísica Trieste, ha regresado a su Soria natal, acaba de publicar un libro de relatos titulado Por así decirlo recomendado vivamente por Andreu Jaume. En la maleta, sus traducciones de Claudio Magris, Daniele del Giudice, el gran Guido Ceronetti y Gianni Stuparich (y cito sólo a los que he leído, porque hay más).

Pero he hablado de margen y en su rostro se adivinan desde el capitán de coraceros napoleónicos hasta el del noble de la corte austrohúngara, que es lo que tiene haber vivido en dos ciudades, como las suyas de adopción, también fronterizas, también, en cierto modo, extraterritoriales. Porque González-Sainz es –o ha sido– el escritor español más extraterritorial de mi generación y al mismo tiempo el escritor poseedor de la mejor lengua castellana o española desde la época de Sánchez-Ferlosio por un lado y Luis Martín Santos, por otro.

«El lenguaje nos devuelve a la contemplación de lo real y nos ofrece una escala a quienes corremos peligro de olvidar qué somos»

Desde esa lengua es desde donde González Sainz es González Sainz. Y en la época del Gran Ruido –ruido auditivo y ruido visual con sobredosis de pantallas y ciudades como bases del estrépito–, ese Gran Ruido que nos persigue allá donde vayamos –hasta en la noche del campo se oyen las charangas festivas y el chunda-chunda de los pueblos vecinos– es el lenguaje el que nos devuelve a la contemplación de lo real y nos ofrece una escala a quienes corremos peligro de olvidar qué somos. Porque no sólo consumimos imágenes en internet, es internet quien nos consume a nosotros y consumidos nos tiene. 

Un antídoto necesario es La vida pequeña: el arte de la fuga, donde González Sainz conversa con Peter Handke, con el Séneca de Cartas a Lucilio, con Rousseau, Antonio Machado y Simone Weil. Pero también lo hace con el Diccionario de Covarrubias, siempre presente en su devenir diario. Otra vez el lenguaje. Y al lenguaje homenajea González Sainz en tono bíblico: «Hay un lenguaje que empobrece y otro que enriquece la realidad y la vida, un uso del lenguaje que ensombrece y otro que ilumina, uno que descuida y oculta y otro que cuida y acoge, que se fija y esfuerza en lo real y concreto por pequeño que sea».

Este es el lenguaje de El arte de la fuga y me voy corriendo a continuar con los relatos de Por así decirlo, para seguir disfrutándolo. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D