Nos quieren lobotomizar
«Es patético ver y comprobar cómo los siempre exquisitos con ellos mismos, PNV, Junts, BNG o ERC, son capaces de asumir y callar ahora vergonzosamente ante la corrupción»
Tras casi medio siglo de una fructífera democracia que nos ha traído la modernidad, la estabilidad y la pertenencia a la Unión Europea, España se dirige en los últimos años a una decadencia moral difícilmente entendible en cualquier otro país democrático. Una decadencia que se ha convertido ya en una dictadura de la inmoralidad en la que no existe ningún tipo de responsabilidad política o ética de nuestros gobernantes. Una dictadura basada en el poder de la mentira y en la mentira del poder. Da igual lo que suceda, todo es aceptable para el Gobierno de Pedro Sánchez si le sirve para continuar en el poder. Los gobiernos de Sánchez nunca dejan de jugar a ese ajedrez obsceno en el que para ellos el fin justifica todos los medios y ese fin es muy simple: su permanencia en el poder.
Con la tragedia de la DANA hemos bajado a los más vergonzantes niveles de insensibilidad e incluso inhumanidad. Han preferido el hostigamiento y dejar en evidencia a un torpe, cobarde e ineficaz Gobierno valenciano que cumplir con su deber constitucional de decretar el estado de emergencia nacional para ayudar desde el minuto uno a esos valencianos que también son ciudadanos españoles. Nadie ha dimitido en el Gobierno de Sánchez y nadie ha realizado ni una sola autocrítica. Ha pasado casi un mes y la ministra responsable de la política hidrológica, que pronto sufrirán todos los europeos, sigue sin atreverse a acercarse a Valencia. Sánchez ya tuvo que retirarse en su visita, increpado por los indignados vecinos a los que tuvo luego la desfachatez y el bulo de calificar como peligrosos neonazis. Otro bulo desde el Gobierno.
Desde que Sánchez llegó al poder, dos han sido sus grandes banderas: la lucha contra la corrupción y la creación de un cordón sanitario, e incluso un muro, contra la extrema derecha. Tras esas banderas ha escondido sus continuas mentiras, sus cobardes cesiones a los chantajes independentistas y su falso progresismo. Tras esas banderas planificó y consiguió el asalto e invasión de los principales organismos e instituciones del Estado. Nada le era ajeno. Todo lo quería sumiso a sus órdenes. Era consciente de haber abandonado todo principio ideológico y moral y no deseaba que nadie cuestionara su forma de gobernar.
Todo se justificaba bajo el destino final de frenar y aislar a la ultraderecha en España. Y ahora, sin embargo, se vota y apoya a dos altos cargos ultraderechistas en Europa. ¿Alguien ha escuchado alguna crítica, por ligera, suave o inocente que sea, de algún socialista a este apoyo a la ultraderecha italiana y húngara? Esos Patxi López, Monteros o Bolaños, que continuamente azotan el miedo de un PP y de la ultraderecha, ahora callan ante el voto de los propios socialistas españoles a favor de la ultraderecha.
El PSOE de Sánchez está desde hace años lobomotizado. No piensa, no duda, no critica, solo obedece. Un organismo ya vegetal, donde sus militantes y cargos han asumido la lealtad norcoreana porque saben que, si disienten del gran líder, serán extirpados sin ninguna opción de defensa de sus sillones y puestos en las listas electorales. Así ha pretendido hacer lo mismo con el poder judicial y la prensa. No lo ha conseguido y por eso todavía hay cierta esperanza para nuestra democracia. Hay esperanza de que al menos las investigaciones periodísticas y judiciales destapen la parte más corrompida de un sistema autocrático que ha permitido el cesarismo y la corrupción más extensa e interna que se recuerde en un gobierno en España en el último medio siglo.
«Los militantes y cargos del PSOE han asumido la lealtad norcoreana porque saben que, si disienten del gran líder, serán extirpados sin ninguna opción de defensa de sus sillones y puestos en las listas electorales»
Sánchez sabía perfectamente desde hace años el estado de descomposición de algunos de sus más cercanos. En esa mitificada vuelta suya en Peugeot por España que le llevó a retomar el poder en Ferraz, tres eran los que formaban su guardia personal: Ábalos, Cerdán y Koldo. Los tres son ahora tristes protagonistas. Al primero le cesó fulminantemente cuando le dio ya miedo el hedor de las actividades que empezaban a conocerse, tanto públicas como privadas, del exministro de Transportes y mano derecha en el PSOE. Le cesó, pero le compró el silencio, haciéndole diputado y presidente de una comisión del Congreso. No bastó. Las evidencias periodísticas respaldadas en informes de la UCO dejaban claro que tanto él como Koldo tenían un rastro muy oloroso. Ni siquiera esperó el disciplinado Grupo Socialista a que Ábalos fuera investigado para pedirle el acta de diputado. El objetivo era delimitar y acordonar la zona de peligro.
Desde entonces, no hay día en que una nueva información aporte nuevos datos de los casos de corrupción y que cada vez salpiquen a más personas. Y no solo del Gobierno. También de la familia. Y en todos esos casos un hombre aparecía siempre como nexo de todo: el del comisionista Víctor de Aldama. En todos acababa saliendo su nombre, ya fuera como protagonista, enlace, conocido, representante o pagador. Mes y medio llevaba en prisión preventiva por el caso de los hidrocarburos y ya no ha aguantado más. Su declaración voluntaria en la Audiencia Nacional ha sido explosiva y deja en pésima situación tanto a Sánchez como a varios ministros y cargos del PSOE. Tan impactante que lleva implícita la autoinculpación del propio Aldama, lo que permite sospechar que tiene, como él mismo advierte, todo bien documentado y que incluso se ha guardado alguna bomba más para negociar. Es el mismo hombre al que Grande-Marlaska concedió la medalla al mérito de la Guardia Civil, el hombre al que Ábalos firmó un documento como representante del Gobierno español en Venezuela, el hombre que se reunió varias veces con Begoña Gómez y Javier Hidalgo, el hombre que se hizo fotos en un reservado con el propio Sánchez. El hombre que ahora ha puesto a los pies de los caballos a Sánchez y a medio Gobierno suyo.
La justicia es la que tendrá que confirmar si estas acusaciones de Aldama son verdad o no. Mientras tanto, como si fuera un ejercicio sincronizado norcoreano, todo el Gobierno y todo el aparato político y mediático han negado los hechos y han restado toda veracidad a lo que dice lo que llaman un «convicto confeso». No recuerdan que ellos mismos, el Gobierno y el PSOE, llevan años arrastrándose por los lodazales de la política para cumplir los deseos de otro «convicto confeso» llamado Puigdemont. Tampoco recuerdan cuando estos mismos políticos socialistas pedían la dimisión fulminante de Rajoy por aquellas declaraciones hechas por lo que era otro «convicto confeso» como Bárcenas. La justicia tendrá que confirmar o desmentir estos hechos. Pero sean penalmente castigados o no, hay una cuestión que trasciende a la repercusión legal: la responsabilidad política y sobre todo la moralidad con la que se afronta este ambiente de barro y corrupción.
El aplauso de los diputados al presidente de Gobierno en el Congreso evidencia el gusto del amo por el aplauso norcoreano. Pocas voces socialistas, por no decir la solitaria de Eduardo Madina y poco más, se plantean al menos la duda y la tristeza de una situación que evidencia y marca unos años de gobierno en los que las comisiones y trapicheos entre Aldama, Koldo y Ábalos pintan un cuadro desolador para la moralidad de la vida política española.
El único sentimiento que genera esta corrupción en los cargos socialistas es el de perder su escaño. Nadie se cuestiona la moralidad y ética de lo que se va conociendo. Nadie cuestiona una regeneración de las formas de gobernar. Ni en el PSOE, ni entre sus socios y aliados de gobierno. Es patético ver y comprobar cómo los siempre exquisitos con ellos mismos, PNV, Junts, BNG o ERC, son capaces de asumir y callar ahora vergonzosamente ante la corrupción. Entienden que es un mal menor frente a la posibilidad de perder a la gallina de los huevos de oro que ha sido durante estos años el Gobierno de Sánchez. Son igual de inmorales. No critican la corrupción. Y lo justifican ante el temor de que llegue la derecha y la ultraderecha. Esa a la que los socialistas apoyan en Europa.
Es todo tan inmoral que lo han convertido ya en una dictadura en la que no se critica la corrupción porque prefieren mantener la debilidad del Gobierno para seguir sangrando las arcas de España, a la vez que se desmonta el Estado constitucional del 78. Y, mientras tanto, TVE muy oportunamente hablando de ciervos y berreas. Eso sí con medias verdades, algunas mentiras y el dinero de todos los españoles. Lo que haga falta para hablar menos de Aldama. Acabaremos todos lobotomizados.