En la carretera
«¿Qué intuía Sánchez y qué ha aprendido en sus años en Moncloa? Que hagas lo que hagas desde el poder siempre podrás encontrar cómplices y justificadores»
Sabemos que el plan era simple. Tras ser defenestrado de la Secretaría General del PSOE por el comité ejecutivo, cuyos miembros estaban asustados porque cada nueva cita electoral como cabeza de lista marcaba un mínimo histórico, llegando a la irrisoria cifra de 84 diputados en las elecciones del 26 de junio del 2016, Pedro Sánchez se jura volver y vengarse de esos gerifaltes del partido que no saben lo que de verdad piensa la militancia. Dos días después de entregar su acta de diputado, el 31 de octubre de 2016, se lanza a la carretera. Y de manera taimada encabeza una revuelta populista de las bases contra los dirigentes, que no tienen la prudencia de prohibir ser candidato en unas primarias abiertas a un secretario general defenestrado por desacato. Pagarán gravemente las consecuencias.
Esta revuelta populista contra el PSOE encabezada por su antiguo líder tenía de cómplices a unos dirigentes más o menos desacreditados, más o menos desconocidos, más o menos analfabetos, que vieron en esta aventura de cargado fervor ideológico un trampolín político al interior del partido. Sus nombres se harán celebres más tarde: José Luis Ábalos, maestro en excedencia y diputado por Valencia, nacido en Torrente; Santos Cerdán, técnico en electrónica industrial y diputado foral de Navarra, y Koldo García Izaguirre, concejal del ayuntamiento navarro de Huarte y vigilante de discoteca. En un Peugeot 407 acompañan al líder. Ábalos, casi como un fijo. Cerdán y García por los caminos del norte.
Cualquiera que haya hecho un largo viaje en coche lo sabe. La carretera genera vínculos estrechos. Todo es propicio para la intimidad y la confidencia: el espacio reducido y aislado, las horas infinitas, la mala cobertura. También, las pequeñas incidencias del trayecto, que se vuelven tópicos de conversación y refuerzan la sensación de «cómplices de aventura». ¿Qué habrán detectado en esas carreteras secundarias estos personajes de novela picaresca, qué piezas de convicción moral, qué anhelo de cambio y regeneración democrática de su líder, que nada más llegar al poder se dedicaron a robar a manos llenas, con una vulgaridad y una ansiedad digna de estudio? Eso es, justamente, lo que más destaca del informe de la UCO y las posteriores confesiones de Aldama. La tosca vulgaridad del sobre con efectivo en un bar, los enlaces a páginas inmobiliarias con chalets de playa, el pago del piso de la amante a sueldo fijo.
Desafortunadamente para España, la revuelta de Sánchez contra su partido coincide en el tiempo con otras dos revueltas populistas contra el Gobierno de Mariano Rajoy y que acabarán coincidiendo en la moción de censura. La de Podemos contra la casta, subestimada por el entonces presidente, que pensaba que bastaba con la pedagogía parlamentaria para encausarla (de ahí el tono de maestro severo que afea las actitudes del alumno rebelde), y la de Convergencia contra el Estado, producto de una doble confluencia: el miedo a que la denuncia del cobro de comisiones, el famoso 3%, pasara a los tribunales y la llegada al poder de un carlista de provincias reconvertido en independentista, que llevó al partido del burguesía bien pensante y mejor pagada al abismo del procés, como narran magistralmente Iñaki Ellakuría y Pablo Planas en Puigdemont. El integrista que pudo romper España. Esta revuelta también fue subestimada por Rajoy. Tras la activación del artículo 155 de la Constitución no sólo no limpió de telarañas el Patio de los Naranjos del Palacio de la Generalitat, sino que convocó a unas suicidas elecciones autonómicas en las que su propio partido no tenía ningún relato que proponer al electorado constitucionalista.
La moción de censura de Pedro Sánchez, urdida en la sombra, tenía un antecedente claro: el pacto del Tinell de Zapatero. Y un promotor activo, el leninista Iglesias, que había aprendido en Latinoamérica, junto a Errejón y Monedero, que la revolución ya no es un mecanismo para acceder al poder, que solo es posible hacerla una vez que se alcanza el poder de manera legal y pacífica, a la manera de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Esta triple revuelta populista (de las bases socialistas contra sus dirigentes, de podemos contra la clase política y de Convergencia contra la unidad de España) sumó con facilidad al nacionalismo vasco con una treta inmoral, pero eficaz: legitimar a Bildu para comprar el respaldo del PNV, ya que solo un pacto con el PSE-EE les garantiza el control de Ajuria Enea, palacio que sus dirigentes asumen como escriturado al partido a perpetuidad.
«A Feijóo le corresponde proponer un alegato convincente e ilusionante a los ciudadanos españoles, que encauce la indignación cívica en un movimiento de rescate activo de la democracia española de su deriva iliberal»
En este escenario, era cuestión de tiempo que naciera una respuesta radical desde la derecha, fuera del marco conservador/liberal del PP. Rajoy tampoco calculó que el nacionalismo español enmascarado en sus siglas, incapaz de salir al espacio público sin la mácula del franquismo (régimen que hizo del nacionalismo español su única constante a lo largo de toda la dictadura) estaba ansioso de izar banderas sin vergüenza y de dejar de pedir disculpas por sentirse español. Y así floreció Vox, un partido que pretende combatir el incendio populista de nacionalistas catalanes y podemitas con gasolina.
¿Qué intuía Pedro Sánchez y qué ha aprendido en sus años en Moncloa? Que el poder te da los reflectores y la solidez que un currículum fake y una moral acomodaticia nunca podrán otorgarte. Y que hagas lo que hagas desde el poder, por su propia naturaleza, siempre podrás encontrar cómplices de aventura y justificadores a modo, como estudió en su momento Étienne de La Boétie en Discurso sobre la servidumbre voluntaria.
La fácil y falsa dicotomía izquierda-derecha, cuando el mundo de hoy se debate, como dice el polaco Adam Michnik, entre demócratas y autoritarios, le da la coartada que necesita una ciudadanía adormilada por el Estado del bienestar y la propaganda disfrazada de información. Y, ciertamente, los jueces y los medios independientes no pueden hacer la labor que le corresponder a la oposición.
A Feijóo le corresponde, además de llevar puntual registro de las tropelías de Sánchez y exigir responsabilidades políticas y penales por ellas, proponer un alegato convincente e ilusionante a los ciudadanos españoles, que encauce la indignación cívica en un movimiento de rescate activo de la democracia española de su deriva iliberal. Y esto solo se puede hacer hoy desde la «ética de la convicción» no desde la «ética de la responsabilidad».