La única seria aquí es la Paqui
«Me suenan a falsos muchos discursos sobre la violencia contra la mujer. Soy mujer y he sufrido violencia. Y esta ha venido de donde menos me esperaba»
Siempre que llegan fechas como esta -el 8 de marzo, el 25 de noviembre…- experimento un profundo sentimiento de estafa. Me suenan a huecos, incluso a falsos, muchos grandes discursos sobre la violencia contra la mujer. Yo soy mujer. ¿He sufrido violencia? Pues sí. Gracias a Dios no al nivel de una Gisèle Pélicot o de una Marta del Castillo, pero a otro nivel, sí me he llevado lo mío. Y lo peor es que esa violencia siempre ha venido de donde menos me esperaba.
Denuncié una vez a la Policía a quien había sido mi pareja por insultarme y zarandearme delante de nuestra hija. La misma abogada (una mujer) que cuando la llamé para contarle los hechos me aconsejó denunciarlos, incluso exagerarlos un poco -consejo que yo no seguí-, me dejó tirada esa noche en comisaría. No se presentó y me tuvieron que asistir de oficio. Mi abogada de pago tampoco vino a asistirme al juzgado de violencia. Alegando no sé qué indisposición, mandó a una sustituta a la que yo no conocía. Esta sustituta fue la que me comunicó que «ya habían hablado con la otra parte» para que yo retirara la denuncia y aquí paz y después gloria. Que era lo mejor para que el divorcio acabara «bien». Yo no lo veía nada claro. Quizá por haber estudiado Periodismo y no Derecho, siempre he pensado que en cualquier circunstancia es mejor decir la verdad.
La abogada suplente insistió: ya estaba todo decidido y acordado, era lo mejor para todos, también para mí. Añadió que, si yo no retiraba la denuncia, el juzgado mandaría traer a mi niña de seis años del colegio para hacerle declarar lo que había visto. Que lo vio todo y se pasó un buen rato llorando. Me rajé. Confié en que ella era la abogada y además mujer. Tras retirar yo la denuncia ante el juzgado de violencia -a lo que el fiscal, un hombre, fue el único que se opuso, insistiéndome varias veces en que no lo hiciera-, el tema quedó archivado. Luego en el juzgado de familia el abogado de mi ex me acusó de haberle denunciado en falso para sacar ventaja. La juez (una mujer) no me dejó ni abrir la boca para explicar qué había ocurrido en realidad. Casi me quitan a mi hija allí mismo. Las secuelas de todo aquello todavía se dejan sentir en mi familia.
Como periodista durante 30 años, y como diputada durante tres, la violencia política, mediática y digital ha estado a la orden del día. No creo que por ser mujer, pero sí usando mi condición de mujer para intentar hacerme daño. A un hombre no suelen atacarle por la ropa que lleva o por quién ha sido su pareja. Debo decir que, por lo menos en mi caso, estos ataques no han venido de ninguna ultraderecha. Más bien lo contrario. A mí la mayoría de los palos me han venido siempre de personas que era más fácil que te las encontraras yendo de copas con Íñigo Errejón que con Donald Trump.
Sigo. Estoy en chats presuntamente feministas donde nunca me han preguntado cómo me siento cuando me llaman puta y fascista en las redes o incluso me desean que yo sea la siguiente en «caer» después del asesinato del hermano de Begoña Villacís (la exvicealcaldesa de Madrid de Ciudadanos que sufrió un escrache en la pradera de San Isidro estando embarazada de ocho meses, se acuerdan). En cambio, algunas integrantes del chat amenazaron con salir de él cuando yo colgué un artículo comparando las trayectorias de acceso al poder de Marta Ferrusola e Irene Montero.
«Me aleccionaron severamente sobre cómo tenía que pensar y qué hablar para no ser considerada una traidora a la causa»
No digamos cuando osé poner en duda el recorrido penal de la denuncia de la actriz Elisa Mouliáa contra Errejón. Quien pensara otra cosa podría haberme llevado la contraria y ya. En lugar de eso, me llamaron de todo. Me aleccionaron severamente sobre cómo tenía que pensar y qué hablar para no ser considerada una traidora a la causa. La mayoría de las integrantes del chat callaban y silbaban mientras unas cuantas, las menos, pedían calma y respeto a la diversidad de opinión. Algunas me hicieron llegar su apoyo. Por privado mejor que en público.
Ya me perdonarán entonces que en estas fechas tan señaladas me sienta menos representada por las que más chillan y/o más caja hacen con ello. Y me quede, en cambio, con reivindicaciones más desinteresadas y valientes como la que hace la abogada y activista feminista -de las de antes- Núria González en su libro Paqui La Taqui: aventuras de una reportera feminista en la era posmolerda, con ilustraciones de Pepe Farruqo y publicado en Eolas. Se presentó la misma semana que salía a la venta el libro de Cristina Fallarás.
Spoiler: Núria González y yo no estamos de acuerdo en todo. Ella defiende abolir la prostitución, yo regularla. Ella se opone a los vientres de alquiler, yo los defiendo en determinados supuestos. Pero quedamos de vez en cuando, intercambiamos puntos de vista, nos respetamos y además nos creemos. No sé si como hermanas o como qué, pero nos creemos. Yo cuando le pido a Nuria un dato o una opinión sobre algo, tengo la seguridad de que me va a decir lo que de verdad sabe o piensa, sin consignas y sin agenda oculta.
En la presentación del libro de Paqui la Taqui le hice una foto a Nuria González dedicándomelo. Le pregunté si la podía colgar en redes. Partida de risa, posó conmigo y mandó un saludo cariñoso a mis seguidores.
Cristina Fallarás, en cambio, la última vez que coincidimos en un evento público, también me saludó muy cariñosa. Pero esa misma noche me escribió para pedirme que por favor no colgara en redes ninguna imagen en la que se nos viera juntas. No me aclaró por qué. ¿Se creerá que soy una mala mujer, o que en el fondo me percibo hombre? Ay, no, que, si por ahí fuera la cosa, seguro que nos haríamos fotos. Tamaño póster.