THE OBJECTIVE
Jose María Calvo-Sotelo

Trump enseña sus cartas

«No hay duda de que EEUU abandonará los escenarios del Acuerdo de París y reforzará su predominio en un mundo dependiente de los combustibles fósiles»

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Trump enseña sus cartas

Alejandra Svriz

En apenas tres semanas desde su holgada victoria electoral, Donald Trump ha dado a conocer los nombres de sus candidatos para las principales carteras del Gobierno federal. Los dos departamentos que serán clave en la gestión de la visión trumpiana de la energía son el del Interior (DOI por sus siglas en inglés) y el de Energía (DOE). Para Interior ha elegido al (multimillonario) gobernador de Dakota del Norte Doug Durgum, conocido por su apoyo a la industria del fracking (fracturación hidráulica), que es la tecnología que ha revolucionado la extracción de petróleo y gas (de esquisto) en el país en los últimos 15 años.

Para el Departamento de Energía, el candidato es Chris Wright, fundador y primer ejecutivo de Liberty Energy, una de las empresas más importantes de ingeniería y equipamientos para (¡también!) la industria del fracking. Durgum además ha sido ungido con el título oficioso de zar de la energía, con lo que supervisará al resto de departamentos y sobre todo a las poderosas agencias federales, como la Environmental Protection Agency (EPA), blanco preferido de muchos dardos republicanos.

American Energy Dominance. Este es el lema que luce y da esplendor al escudo de armas de Donald Trump y que guiará su política energética en los próximos cuatro años. Muchos nos conformaríamos con ser energy independent, y Estados Unidos ya lo es, pero Trump va más allá y quiere ser dominante, seguramente tanto en la acepción sociológica de la palabra como en la genética. Sus armas son el petróleo y el gas natural, y podríamos decir que el lema tira a pichón parado, porque todas las previsiones anteriores a su victoria ya indicaban que la industria americana de oil &gas es la que más va a crecer del mundo, al menos en esta década.

El plan más importante del presidente Trump, su famoso «drill, baby, drill«, consiste en liberar millones de hectáreas de tierras federales para la exploración y explotación de nuevos yacimientos de combustibles fósiles, multiplicando así la producción doméstica de petróleo y gas. De este modo conseguiría cumplir su promesa electoral de reducir a la mitad el precio de la gasolina para sus compatriotas.

Para conseguirlo se apoya en el hecho muy notable de que el Gobierno federal es el dueño del 30% del suelo del país (casi tres millones de km2 , seis veces la superficie de España). Los partidarios de Trump acusan a la administración saliente del presidente Biden de haber congelado el alquiler de estas tierras para esos fines, siguiendo su promesa electoral de «no more federal oil«, y se proponen poner fin a estas limitaciones. El Departamento del Interior es el que gestiona todas las tierras federales y decide el uso que se puede hacer de sus recursos minerales entre otras cosas.

«Ya a día de hoy EE UU disfruta de los precios de la energía más bajos del mundo desarrollado»

Sin embargo, la industria de oil & gas no está tan interesada en eso de bajar los precios al consumidor final. Ya a día de hoy EEUU disfruta de los precios de la energía más bajos del mundo desarrollado. El frente más importante para ellos es el de asegurar sus exportaciones, sobre todo de gas natural licuado (GNL). Como dijimos hace tres semanas, EEUU se ha convertido en el primer exportador mundial de GNL, y las previsiones indican que antes del final de la década habrán multiplicado por dos su capacidad de producción.

Como el gas allende las fronteras americanas cotiza a precios que multiplican por varias veces el precio dentro de ellas, los productores quieren tener las manos libres para exportar su molécula al mundo entero, consiguiendo beneficios muy superiores a los de sus ventas en suelo patrio.

A este respecto, resulta que el presidente Biden, en enero pasado, impuso una moratoria sobre nuevas licencias a la exportación de GNL, que se atribuyó entonces como una victoria para los activistas climáticos que pretenden frenar la producción de combustibles fósiles del país. Trump, cómo no, ha prometido levantar esa moratoria en el primer día de su mandato, otorgando una primera victoria a la industria que tanto apoyo le ha prestado en estas elecciones. Este frente, el de las licencias de exportación de GNL, ya no depende del Departamento del Interior, sino del Departamento de Energía.

¿Qué podemos esperar entonces de los dos hombres que Trump ha colocado al frente de estos departamentos? Es difícil de saber, sobre todo a la vista de lo impredecible de su jefe. El futuro secretario del Interior, Doug Durgum, no es un personaje estrafalario como algunos que rodean la candidatura de Trump. Empezó su carrera como consultor en McKinsey, hizo su fortuna en el mundo del soft-tech, y fue un alto ejecutivo de Microsoft. Ya como gobernador, sacó adelante el compromiso de no aumentar la huella de carbono del Estado a partir de 2030, y ha promovido uno de los proyectos más importantes de captura de carbono del país, al calor de las subvenciones de la Inflation Reduction Act (IRA) del presidente Biden, tan denostada por muchos republicanos. Lo que está claro es que serán los actores de la industria los que decidan según sus intereses y previsiones de mercado; también lo está que darán por muy bienvenidas todas las medidas que desregulen su industria y les permitan crecer con mayor libertad de actuación.

«El presupuesto para 2025 del Departamento de Energía suma más de 20.000 millones de dólares»

El candidato a ocupar la cartera de Energía, Chris Wright, exalumno de la muy prestigiosa universidad MIT, donde se graduó en ingeniería industrial, es un empresario con un destacado y controvertido perfil público: al mismo tiempo que reconoce la existencia del cambio climático y la relación causa-efecto entre las emisiones de CO2 y el aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra, al mismo tiempo, digo, afirma que eliminar el consumo de combustibles fósiles de aquí al 2050 acarrearía unos costes económicos y sociales mucho más elevados que los beneficios que resultarían de limitar el calentamiento de la Tierra a menos de 2ºC, como reclama el Acuerdo de París.

Wright confía en que sólo a través de una apuesta masiva por la innovación en nuevas tecnologías bajas en carbono seremos capaces de resolver el reto del clima. Esto es importante porque el Departamento de Energía que Wright va a dirigir es el principal motor del país en la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías de producción de energía: su presupuesto para 2025 suma más de 20.000 millones de dólares. Seguramente, el departamento reforzará sus esfuerzos en tecnologías de captura de carbono y de producción de hidrógeno azul, que a día de hoy son inviables económicamente, pero cuyo desarrollo exitoso daría a la industria de oil & gas una segunda vida.

También es posible que redoble esfuerzos en energía nuclear, especialmente en el desarrollo de los pequeños reactores nucleares modulares (los SMR) por los que está apostando fuertemente la todopoderosa industria de soft-tech, a la vista de la gran demanda de energía que se espera del despliegue de los productos de inteligencia artificial. No olvidemos que el zar de la energía Durgum proviene de ese mundo del soft-tech.

Nos dejamos en el tintero para otro día qué pasará con la icónica ley climática (IRA) del presidente Biden, de la que se habían empezado a beneficiar muchos Estados y gobernadores republicanos. La IRA iba a regar la economía nacional con créditos fiscales y subvenciones a tecnologías bajas en carbono que sumarían más de un trillón americano de dólares en los próximos diez años -las más importantes dirigidas a la compra de coches eléctricos, que Trump ha prometido eliminar-. Al igual que Trump no pudo derogar la famosa ley Obamacare, muchos predicen que la IRA le sobrevivirá, pero eso sí, con muchos menos fondos de los esperados. De lo que no hay duda es de que EEUU abandonará al menos por cuatro años los escenarios del Acuerdo de París y reforzarán su predominio en un mundo que sigue dependiendo de los combustibles fósiles.

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