Pasión y muerte (política) de Pedro Sánchez
«Es hora de que los socialistas miren más allá de los líderes de turno. El PSOE no puede estar en manos de quienes lo usan como una máquina de poder personal»
«Los partidos tienen vida, pero también tienen alma. Y si vendemos nuestra alma por un rato de poder, acabaremos sin ninguna de las dos cosas». Alfonso Guerra, 2018.
Iniciar un escrito con una cita de Alfonso Guerra puede ser interpretado como una declaración de principios. La política madrileña, que vio nacer a Pedro Sánchez desde el guerrismo, ha sido testigo de cómo este ha trascendido los límites de lo que aquel guerrismo madrileño podría haber imaginado. Sin embargo, esa expansión no ha estado marcada precisamente por los valores más nobles de la política.
Juan Lobato se ha convertido, queriéndolo o no, en el centro del culebrón político «Pasión y muerte de Pedro Sánchez», una historia digna de los mejores guiones de la política española. ¿Qué ha hecho Lobato? ¿Por qué dimite? Simplemente, no ha querido traicionarse. En tiempos donde la lealtad a uno mismo parece un capricho más que una virtud, él se ha mantenido firme. Frente a la fidelidad servil, Lobato ha dicho no.
Volvamos al culebrón. Imaginemos esta obra dramática con Pedro Sánchez como director teatral, quien reparte guiones (hoy llamados «argumentarios») para construir una narrativa («relatos») que encaje con los intereses del momento. Sánchez, maestro del «haz lo que digo, no lo que hago» y catedrático del «ejercicio del puto amo» (Puente dixit), quiso que Lobato asumiera un papel específico para demostrar su fidelidad: el de ejecutor de «una información de dudosa procedencia». Sin embargo, Lobato, como un actor que rechaza un papel que contradice sus principios, dijo no. No nació para ser el asesino mayordomo a sueldo del Señor de la casa.
Ahí estalló el drama. Lobato no solo se negó, sino que decidió mantenerse firme ante el aluvión de críticas, todas orquestadas desde dentro del PSOE. Este enfrentamiento llevaba meses escrito en el relato de Sánchez.
No es casual que Reyes Maroto y Francisco Martín hayan sido los primeros en subirse al escenario para aplaudir al director. ¿Quiénes eran antes de Sánchez? Prácticamente nadie los conocía. Maroto, con su historial de fiel ejecutora de órdenes, ha hecho de su obediencia su única especialidad. Un día argumenta lo que le mandan, al siguiente aplaude lo que ayer criticó. Es la mediocridad de los obedientes. Desde las falsas navajas ensangrentadas que recibía hasta su gestión en el Ministerio de Industria, su carrera está marcada por el seguidismo.
«Sus papeles son claros: ladrar cuando se lo piden y morder cuando se lo ordenan»
Francisco Martín, delegado del Gobierno en Madrid, tampoco destaca por su liderazgo. Es otro instrumento en esta maquinaria diseñada para aplastar cualquier disidencia. Sus papeles son claros: ladrar cuando se lo piden y morder cuando se lo ordenan. Los principales testaferros del director de la opereta, como la presidenta de la PSM (ahora designada para gestionar el PSOE de Madrid) y Sánchez Acera, se encargaron de que Lobato no olvidara mirar al teleprompter y repetir lo que debía decir. Ese era el precio de ser secretario general.
Pedro Sánchez es, sin duda, el protagonista absoluto de esta tragicomedia. Cada día estoy más seguro de que las «piezas» judiciales y políticas que conforman este puzle están alineadas con una ambición que no conoce límites. Prometió ética política y regeneración, pero ha enterrado esas promesas bajo toneladas de sospechas, maniobras opacas y la eliminación de cualquier discrepancia. Tal vez esta sea la última batalla que gane, pero en su torpeza ha abierto la puerta a una necesaria renovación en el PSOE. Y en este panorama, Juan Lobato ha sido el único que, por ahora, ha demostrado ética y valentía.
Hay algo casi poético en cómo Sánchez ha logrado convencer a buena parte de la base socialista mientras se rodea de un círculo de aduladores que ejecutan sus designios sin cuestionarlos. Los que hoy se enfurecen por estas palabras serán los que mañana justificarán lo sucedido con el mantra de que «la política siempre fue así». Los más cínicos dirán que era inevitable.
La ironía más cruel es que quien prometió rescatar al PSOE del abismo, hacerlo más democrático y participativo, lo está llevando a una crisis de identidad tan profunda que pronto nadie recordará qué significa ser socialista bajo su mando. Es una burda reinvención del peronismo argentino, con Evita incluida.
«Juan Lobato representa algo inusual: un político que no está dispuesto a traicionarse»
La derecha es el espejo oscuro de Sánchez. Si él ha construido un populismo de izquierda, la derecha española ha optado por un populismo ruidoso y vacío. Alberto Núñez Feijóo y compañía parecen haber adoptado el manual de Moncloa: ruido, gritos e insultos. No han sabido ser una oposición constructiva y, con su estrategia de polarización, han terminado beneficiando a Sánchez. Feijóo es un personaje amortizado que ha logrado que el electorado templado prefiera a Sánchez, aunque no confíe en él.
En medio de este caos, Juan Lobato representa algo inusual: un político que no está dispuesto a traicionarse. Su dimisión y su postura firme lo convierten en un raro ejemplo de coherencia en una política cada vez más cínica.
Lobato no es perfecto, pero en un panorama político lleno de mediocridad, su figura ha emergido como una esperanza. Su visión de la socialdemocracia no se basa en consignas vacías, sino en principios. En un país donde el pragmatismo ha llevado a los partidos a vender su alma por migajas de poder, Lobato nos recuerda que la política puede ser más que un simple juego de intereses.
Es hora de que los militantes socialistas miren más allá de los líderes de turno. El futuro del PSOE, como el de cualquier partido, no puede estar en manos de quienes lo utilizan como una máquina de poder personal. Los militantes y votantes deben reivindicar los valores que hicieron grande al partido: justicia social, ética política y un compromiso real con los ciudadanos. La diferencia con la derecha no debe ser solo lo que hacen, sino cómo lo hacen.
«Ha demostrado que aún hay espacio para pequeños actos de honestidad y, por tanto, hay esperanza para el socialismo español»
Julián Besteiro, histórico líder socialista que frecuentemente iba contracorriente, como al oponerse a la Revolución de Octubre de 1934 o al empeño de provocar la guerra civil, afirmó: «El verdadero progreso no se hace con grandes gestos, sino con pequeños actos de honestidad diaria». Juan Lobato, al negarse a participar en esta farsa y al intentar evitar un enfrentamiento estéril entre los socialistas madrileños, ha demostrado que aún hay espacio para esos pequeños actos de honestidad y, por tanto, hay esperanza para el socialismo español.
Otros dirigentes socialistas, como Illa, Tudanca o Page, deberían reflexionar sobre ello. Las crisis políticas solo son irresolubles cuando no existe voluntad de resolverlas.