Los Reyes según Leibovitz, según Laguillo
«En su extraña, paradójica mezcla de naturalidad, solemnidad y teatralidad, de gravedad y levedad, me parecen imágenes veraces, técnicamente irreprochables»

Retratos de los reyes de la fotógrafa Annie Leibovitz.
Impresionado positivamente por los retratos de los Reyes que el miércoles pasado reproducía la prensa, obras de la famosa fotógrafa norteamericana Annie Leibovitz, esa tarde fui al Banco de España, a la inauguración de la exposición La tiranía de Cronos, a la que se han incorporado, constituyendo, claro está, su mayor atractivo. Ya que las cláusulas contractuales del encargo no permitirán que esas impactantes imágenes se difundan demasiado, y desde luego no como retratos oficiales, quise aprovechar para verlas enseguida. Estaba, pues, absorto, contemplándolas, y comparando su rutilante modernidad con los retratos decorosos pero convencionales de Juan Carlos I y doña Sofía que inevitablemente veo cada vez que voy al museo Thyssen, cuando me saludó el famoso fotógrafo español, madrileño, según creo, y residente en Barcelona, Manolo Laguillo, que es uno de los artistas participantes en la exposición sobre los relojes y el tiempo –Cronos-. A ver, ¿a ti qué te parecen?, le pregunté, y me dio sus impresiones.
«Lo primero», dijo Laguillo, «es que no es una obra cara, todo lo contrario. Ha venido la artista con un equipo de 15 personas, vuelos, estancia, gastos y la obra en sí misma, todo incluido, por menos de 200.000 euros. Para un encargo de esta categoría es un precio más que razonable. De manera que han acertado los responsables del Banco de España porque a cambio han obtenido unas imágenes de gran fuerza iconográfica. Lo segundo que se me ocurre es que un fotógrafo español no se hubiera atrevido a hacer estos retratos tan libres y personales: el contexto, el simbolismo, la opinión, le hubieran inevitablemente inhibido. En tercer lugar: la señora Leibovitz es claramente republicana. Desde luego que le encanta retratar a los monarcas, y de ahí las fotos que le sacó a la difunta reina de Inglaterra Isabel II, pero ella ve a la realeza desde un punto de vista muy americano, muy de estrellas de Hollywood. No obstante, claro está que es una gran profesional y ha plasmado a los Reyes de España resaltando su nobleza y la gravedad de su función, pero no ahorrándose una sugerencia de precariedad».
«Los vemos», prosiguió Laguillo, «en un salón historiado del Palacio Real. Las verticales del espacio en el que posan no están paralelas entre sí. ¿Por qué? ¿Por casualidad o por voluntad? Por voluntad evidente, es un efecto deliberado. Fíjate en el Rey, en la estudiada convergencia de las verticales y de la inclinación del horizonte: todo cae a la derecha. Él mantiene la verticalidad, en parte gracias a la banda azul que le cruza el pecho y que compensa un poco la inclinación hacia la derecha. La Reina está más recta y más aislada, pero en el eje exacto de la línea de la esquina».
«Puede indicar por parte de la fotógrafa una mayor simpatía hacia ésta, que recibe el haz de luz de los ventanales a la derecha, y que posa en un espacio casi desnudo, mientras él, que tiene el rostro más en sombra, o quizá es el uniforme negro el que parece oscurecerle, ocupa el centro de un salón más abigarrado, con espejos, lámparas, un sillón, y puerta abierta a un corredor sombrío».
«Es un díptico: está cada uno aislado, aunque claramente se complementan. Ella, muy seria, mira a cámara, al espectador, él parece más ensimismado, aunque sonríe levemente. Ahora bien, si ‘tapas’ el panel izquierdo la reina ‘aguanta’; si tapas a la reina, él ‘se cae’. La línea horizontal del techo inclinado sugiere incertidumbre o borrascas».
Observó Laguillo que los pies del Rey llegan justo al borde del marco, como si estuviera más cerca «del borde», mientras los de la reina, detrás del vuelo del vestido, quedan más atrás, integrando más la figura en el entorno. En el que Laguillo veía algo que le chocaba: «Hay aquí algo raro, quizá una manipulación técnica. Quizá el fondo está añadido tras las figuras…»
Bien, los agudos comentarios de Laguillo me hicieron fijarme con más detenimiento en los aspectos sintácticos y morfológicos de los retratos que él iba exponiendo. Efectivamente hay algo teatralmente sombrío en el gris verdoso del escenario lujoso del Palacio Real, y en las líneas, borrosas de luz, al fondo del retrato de la Reina. Una cualidad insomne, fría, como de una secuencia que Polanski descartase a última hora de El baile de los vampiros. Aun así, en su extraña, paradójica mezcla de naturalidad, solemnidad y teatralidad, de gravedad y levedad, me parecen imágenes veraces, técnicamente irreprochables y hasta soberbias, imbuidas de dignidad sin alarde, en parte también a gracias a las estilizadas, elegantes y serias figuras, sin sombra de frivolidad, del monarca y de la Reina. Un trabajo magníficamente concebido y magníficamente resuelto.