THE OBJECTIVE
Eva Prats

Un mes y un día

«Aunque intenten contar otra cosa, el Estado aquí no hizo acto de presencia oficial hasta cuatro o cinco días después del desastre»

Opinión
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Un mes y un día

Coches amontonados en Benetússer. | Archivo

Vivo en Benetússer, uno de los pueblos afectados por la DANA. Este viernes me preguntaban mis vecinos si acudiría a la manifestación de este sábado y dije que no, que podía hacer más escribiendo. Así nace este artículo.

La riada me pilló fuera de casa, de viaje por trabajo. Recuerdo la tarde del martes 29 con angustia. Cuando leí el primer tuit sobre las inundaciones, lo primero que hice fue llamar a mis hijos. Los teléfonos no daban señal y cuando al decimosexto intento conseguía contactar solo se escuchaban ruidos. Por un lado, bien porque eso significaba que estaban vivos, pero eso no me tranquilizaba del todo, y menos viendo las imágenes de mi casa en el móvil desde cientos de kilómetros de distancia.

Finalmente, por SMS y llamando a mi prima que vive en Murcia, conseguí saber que mis hijos, mis tíos y toda mi familia cercana estaban vivos, como también lo estaba una íntima amiga de Catarroja. 

Cuando pasadas varias horas conseguí contactar con él, mi hijo me contó que, intentando salvar su coche sacándolo de un garaje, estuvo a punto de morir. Primero en el propio coche, del que tuvo que salir por la ventanilla cuando el agua lo inundó por completo, y luego cuando al salir lo arrastraron las aguas. Le rescataron agarrando su brazo desde un primero, un vecino al que luego he conocido y he podido dar las gracias.

Mi prima se quedó atrapada en la peluquería con su compañera de trabajo y varios clientes, entre ellos dos niños. Afortunadamente, consiguieron pasar al patio de al lado con la ayuda de un vecino y se pusieron a salvo. A las tres de la mañana pudieron salir, lo que cuentan que vieron es dantesco.

Yo pude llegar desde Madrid hasta el cementerio de Valencia tras diez horas de coche, a las que se sumaron otras dos horas más caminando por el barro hasta mi casa. Nunca olvidaré lo que vi en la A-3, era digno de película del fin del mundo

En mi entorno más íntimo hemos perdido varios coches y el comercio de mi prima, ¡pero al menos estamos vivos! (es la frase que más se oye, aún hoy, por aquí). 

No me extenderé más sobre mi familia, lo que he contado es solo un ejemplo (afortunado) de lo que hemos vivido todos nosotros, vecinos de Alfafar, Benetusser, Massanansa, Catarroja, Albal…

Las primeras horas fueron de película de zombis. Cuando tras varias horas bajó el nivel del agua, muchos salieron a ver qué había pasado, otros salieron a ver lo que podían robar de los comercios que estaban arrasados. Amaneció y la cosa no mejoró, entre pillaje y pillaje los vecinos caminaban entre el fango y el agua en busca de sus coches, sus familiares y amigos. Aquí no había nadie.

«Para mí no hay grandes diferencias: todas las administraciones, dependieran del PP o del PSOE, se han portado como criminales y espero que la justicia les ponga en su sitio: aquí ha habido una dejación de funciones desde el mismo día 29 hasta hoy»

Al día siguiente seguía sin haber nadie, y por nadie me refiero a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a los bomberos, a los militares: ¡NADIE! Tras haberse perdido cientos de vidas, decenas de miles de coches y miles de comercios y viviendas, el Estado fue incapaz durante varias noches ni siquiera de garantizar la seguridad de los vecinos cuyas vidas habían quedado arrasadas. Esos mismos vecinos tuvieron que organizar patrullas nocturnas para evitar que una segunda riada, esta de delincuentes, arrasara con los pocos bienes materiales que a muchos les habían quedado.

Al tercer o cuarto día comenzó a verse algún vehículo de la UME, algún policía, pero la zona seguía siendo un escenario de guerra. Me consta que lo habéis leído suficientemente y de primera mano de mucha gente, así que sólo recalcaré de nuevo que aquí no vino apoyo de forma mínimamente apreciable hasta pasados cinco o seis días. Esa demora en hacernos llegar medios fue criminal, nos dejaron abandonados por estrategias políticas. Para mí no hay grandes diferencias: todas las administraciones, dependieran del PP o del PSOE, se han portado como criminales y espero que la justicia les ponga en su sitio: aquí ha habido una dejación de funciones desde el mismo día 29 hasta hoy.

¿Cómo es esto la vida en la Zona Cero un mes después?

Vamos recuperando algo de «normalidad». Entendida como: ha abierto Mercadona, pero vas allí a hacer la compra entre escombros, pilas de coches y barro, y con un outfit «particular»: afortunadamente ya nos hemos quitado las botas de agua (entre otras cosas porque quien más, quien menos, tiene los pies destrozados por caminar horas y horas con ellas), pero seguimos llevando calzado de batalla (esas zapatillas de deporte que ya no gastabas y sabes que vas a tirar cuando esto acabe), chándal y camiseta (que lavas cada día)… lo más viejo y tirado que tienes en los armarios, o prendas distribuidas por los muchos voluntarios que sí se han volcado con nosotros casi desde el inicio. 

Las calles están llenas de barro, polvo, escombros… es verdad que algunas ya se han limpiado, pero siguen sin ser vías normales. Los coches se apilan en cualquier zona sin urbanizar, muchos aún están como aparcados a la espera de que venga una grúa o el perito (con su correspondiente cartelito para que no se lo lleven al «montón», Dios sabe dónde). Para los que habéis visto alguna vez las campas de «Desguaces Latorre» a las afueras de Madrid, esto es lo mismo, pero cada 500 metros.

«Estamos algo mejor, pero esto va para meses, si no para años»

Los comercios van abriendo, muy poco a poco. Pero se notan los estragos, las calles están llenas de mierda. Pese a todo te haces a ello, te alegras y todo de notar algún símbolo de «vuelta a la vida».

Yo tengo la suerte de que mi zona va algo mejor, pero en el Parque Alcosa, un barrio de Alfafar metido en Benetússer, la gente vivía en los bajos y eso es como Chernóbil. Mucha gente se ha quedado con las cuatro paredes (los que aún tienen paredes). La gente de Paiporta y Picanya que vivía al lado del barranco no tiene casa ni la tendrá, están todas para derribar. La riada se ha llevado todas las posesiones que han acumulado a lo largo de su existencia, aunque aún se les oye decir: «Al menos estamos vivos».

Y en Benetússer está mal, pero podía haber sido peor. Toda la zona de Catarroja desde el cementerio a la Florida ahora son dos cementerios: el de personas y el de coches.

Un mes después seguimos con garajes anegados, locales que aún están limpiándose o no se han limpiado, calles sin iluminación por la noche, calles sucias y llenas de coches inundados, puntos de recogida de donaciones… Estamos algo mejor, pero esto va para meses, si no para años

Os podría poner un montón de fotos y contaros un montón de historias de vecinos que salvaron a vecinos, de gente que no pudo contarlo, de gente que se ha arruinado y de gente a la que, de su casa y su vida, solo les quedan cuatro paredes llenas de moho. Pero no es la intención de este artículo hoy. 

Mi objetivo es explicaros que nos queda mucho camino. Que, aunque intenten contar otra cosa, el Estado aquí no hizo acto de presencia «oficial» hasta cuatro o cinco días después del desastre. Y dejar constancia de mi agradecimiento y el de los valencianos afectados a todos los que nos han ayudado y continúan haciéndolo hoy. En particular y en mi zona:

A los bomberos de Cádiz y de Málaga, que fueron los encargados de revisar y sacar los coches del subterráneo entre Benetússer y Alfafar, donde se encontró una mujer viva… ¡varios días después! 

A la BRIPAC, que limpió toda la plaza de la Fusta en apenas dos días. 

A policías locales de Rota, Jerez de la Frontera, O Porriño y muchas otras localidades.

Al Ericam, al 112 y a los bomberos de Madrid.

A todos los militares.

A la Policía Nacional.

Y especialmente a todos los voluntarios particulares que habéis venido de todas partes, y a todos aquellos que habéis donado un poco de vuestro corazón en forma de alimentos, productos de higiene o ropa.

Hoy hace un mes y un día. Parece una condena. Una pena dictada por la Naturaleza ante la que las Administraciones públicas no solo no nos han prestado adecuada defensa, sino que han actuado como el más negligente abogado de oficio de una película americana. Nos sentimos totalmente abandonados por el Estado.

Esperemos que, ya que no consiguieron evitar nuestra condena, al menos nuestros políticos no la alarguen más allá de lo estrictamente necesario. Que continúen trabajando, con más medios y mejor coordinación, para que no me vea obligada, tras muchos años sin hacerlo, a escribir de nuevo dentro de un tiempo.

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