Aroma peronista en Sevilla
«El PSOE convierte su Congreso en el mayor acto de adhesión personal que se ha conocido en el socialismo democrático»
El 41º Congreso del PSOE ha consolidado el giro del partido hacia una suerte de peronismo autóctono en el que la orientación ideológica es secundaria y relativa, en el que el objetivo es el mantenimiento del poder a toda costa, sometiendo, si es preciso, las necesidades mayoritarias de la sociedad a ese fin, y en el que la política para conseguirlo se deja exclusivamente a criterio del líder, que decidirá en cada momento cuál es el camino correcto sin necesidad, más que formal, de otros órganos de control. Un partido, en resumen, en el que sólo cuenta él y, si acaso, como buen peronismo, ella.
Cumplido el trámite de las ponencias, la realidad es que el PSOE ha renunciado en Sevilla al combate de ideas, al debate de propuestas sobre los muchos problemas de la España actual, a la discusión de las razones que expliquen su recientes y múltiples fracasos electores, al análisis de las causas por las que los dos principales símbolos de la reconstrucción de este partido después de la dictadura, Felipe González y Alfonso Guerra, se sienten tan alejados de esta nueva organización que han decidido quedarse en casa.
Y el PSOE ha hecho todo esto por aclamación de la militancia, en el mayor acto de adhesión personal que se conoce en el socialismo moderno y en la historia democrática de España. Y lo ha hecho voluntariamente, sin más presiones que las que cada cual pueda sentir por verse fuera del redil o cada militante por saberse en minoría. Y lo ha hecho conscientemente, perfectamente sabedor de cuál es el partido al que hoy está ofreciendo su apoyo y cómo es el líder al que aclama.
«Los militantes socialistas saben quién es Sánchez, lo han visto mentir y están completamente al día de su falta de escrúpulos»
En 2017 aún podía decirse que Pedro Sánchez había engañado a una militancia irritada por las maniobras de las que el joven diputado era víctima de parte del aparato. Hoy no caben excusas; los militantes socialistas saben muy bien quién es Sánchez, lo han visto mentir y contradecirse como lo hemos visto todos los demás, están completamente al día de su falta de escrúpulos, de sus pactos con los independentistas y sus problemas judiciales, pero lo comprenden, lo excusan o lo justifican todo porque es el líder, el que tan alto los representa con su guapura, el que los libra de la derecha, el que resiste a jueces y periodistas malvados, el que los tiene y promete seguir teniéndolos en el poder.
Nunca había tenido el PSOE un líder así y ninguno de los anteriores se había ganado un respaldo tan ciego y rotundo. Ni González en sus días de mayor gloria provocó un fenómeno similar. González, en el fondo, fue más un líder de la sociedad española que del PSOE, que siempre estuvo renuente a sus políticas de vocación mayoritaria y sus pretensiones de consensos sociales.
Sánchez abre una nueva era en la historia socialista. Muy pronto ninguno de sus antecesores será digno de mención salvo José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha ganado el indulto del nuevo líder por su traición original a base de ponerse fielmente a su servicio para las misiones más delicadas y sucias. A cambio, la maquinaria de propaganda socialista se esfuerza cada día en convertir al más fútil y nocivo de la serie histórica de secretarios generales en el más providencial.
Pero este es el líder que quería y quiere el PSOE desde hace ya mucho tiempo. La militancia soñaba en su momento por alguien como Pablo Iglesias (el de Podemos), el profesor de peronismo, el que que fuera el azote de empresarios y tribunales, sin concesiones a todo ese cuento de los intereses nacionales, pactos de Estado, respeto a las instituciones y otros argumentos que la derecha se inventa para que la izquierda no pueda nunca terminar su trabajo. Eso es lo que necesitaba el PSOE, decían los militantes.
La militancia socialista quería un líder absoluto, que mandase sin cortapisas ni timidez y ya lo tiene. A veces da la impresión de que la derecha también lo quiere, pero esa es otra historia. Se prometía en su día “dar la voz a la militancia”, pero era mentira: la militancia no quería tener voz; al contrario, quería que alguien hablara por todos, siempre que lo hiciera a gritos, de forma que el partido pudiera corear sus consignas y abrochar sus discursos con estruendosos aplausos. Veremos ahora a dónde nos lleva esta ruptura con la moderna socialdemocracia para regresar al viejo peronismo, a dónde lleva al partido y a dónde lleva al país, aunque no es difícil augurar que a nada bueno. Sólo cabe confiar que, a diferencia del peronismo primario, cuando desaparezca nuestro Perón, desaparezca nuestro peronismo con él.