THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Mal asunto lo de Francia

«La destrucción de la antigua clase media, el colchón social que dotaba de estabilidad a la V República frente a los extremismos, es la causa del caos francés»

Opinión
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Mal asunto lo de Francia

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hubo un tiempo, uno no tan lejano, en el que todo el mundo, o al menos todo el mundo ilustrado, ansiaba vivir en un país que fuese como Francia. Hoy, en cambio, todo el mundo en Occidente teme acabar viviendo en un país que se parezca a Francia. Entre ambos estados de ánimo ocurrieron los tres acontecimientos que lograrían cambiar de raíz la percepción generalizada sobre el hexágono. El primero fue la descolonización de sus posesiones en África y las ulteriores migraciones masivas desde ellas con rumbo hacia la antigua metrópoli. Los otros dos, que se desencadenaron de forma simultánea, remiten a la consabida mundialización del orden capitalista y a la irrupción en escena del euro, la divisa común que ayudó a terminar de desmantelar lo poco que ya iba quedando de la industria autóctona, siempre en beneficio de Alemania.

Mientras escribo estas líneas, las dos grandes fuerzas políticas que juntas representan a una amplia mayoría del electorado francés del momento, o sea la extrema derecha de Le Pen y la extrema izquierda de Mélenchon, se aprestan a deponer por las bravas a Michel Barnier, efímero primer ministro del crepuscular Macron, vía una moción de censura en la Asamblea.

Es la crónica de una defenestración anunciada que ha venido marcada por cierta circunstancia en los mercados de deuda soberana casi humillante, o sin el «casi», para la siempre altiva y orgullosa Francia, a saber: su prima de riesgo resulta ser ahora mismo superior a la española, algo nunca antes visto. Macron, ese último mohicano del establishment parisino que ha gobernado el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial, muy elitista aristocracia republicana que siempre tuvo su nido en las aulas ahora clausuradas de la ENA, encarna, por encima de todo, la expresión política de los franceses de arriba, los que han salido ganando con el proceso globalizador.

Pero únicamente con el aplauso de los de arriba no se llega al Elíseo. Hace falta más, mucho más. Un plus de apoyo popular que, hasta ahora, le habían venido propiciando en las urnas las dos únicas categorías sociales procedentes de la difunta Francia rica, estable y próspera, la de antes, que todavía no han entrado en un proceso de crisis aguda y decadencia terminal: los funcionarios del Estado (más de cinco millones de nóminas generosas, algo por encima del 15% de la cifra absoluta de la población activa), y los pensionistas. 

Porque la Francia real de hoy, no la del mito de la grandeur, es una gran olla a presión a punto de estallar que solo logra mantenerse relativamente estable gracias a la presencia moderadora de esas dos categorías sociológicas, el ejército de los funcionarios públicos vitalicios y la milicia de los pensionistas. En ausencia de esos dos grupos de no presión, el orden institucional del país vecino ya habría roto todas sus costuras.

«Sólo la Francia que vive directamente de los Presupuestos del Estado se identifica políticamente con la clase dirigente»

Repárese a efectos ilustrativos en que la maltrecha y acorralada supervivencia política de Macron se explica únicamente porque logra casi monopolizar el sufragio de los pequeños funcionarios (el 60% de ellos le votó en las presidenciales) y el de los pensionistas, grupo en el que cosechó un asombroso 74% de apoyos a su figura. Expresado de un modo algo más crudo, cabe decir que ya sólo la Francia que vive directamente de los Presupuestos del Estado se identifica políticamente con la clase dirigente que controla el Estado. A los demás franceses, esos que constituyen la irritada mayoría de la nación, los tienen abiertamente en contra. 

Y resulta que esas dos muletas tanto sociológicas como políticas, las que hasta ahora le han permitido mantenerse en pie a Macron, presentan una fecha de caducidad cada vez más próxima que, paradoja suicida, se ha empeñado en fijar el propio presidente de la República. Al cabo, suyo ha sido el afán casi obsesivo por reducir de modo drástico el número de servidores públicos y, a la vez, ir retrasando cada vez más la edad legal de jubilación.

Esa destrucción en gran medida planificada e inducida de la antigua clase media, el colchón social que había dotado de estabilidad a la Quinta República al constituirse en una barrera infranqueable frente a los extremismos iconoclastas, tanto los procedentes de la derecha como los de la izquierda, es la causa profunda que explica ese inquietante caos francés del instante presente. Mal asunto lo de Francia.

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